Ella seguía sin encontrar su edad. Alergias a medicamentos. Historial clínico. Había marcado “no” en todo, desde tensión alta a diabetes, y parecía activo y alerta, pero si tenía ochenta años…
—… el Yorktown tardó más tiempo en hundirse —estaba diciendo—. Dos días enteros. Un espectáculo terrible.
Historial de trabajo, referencias, personas con quienes contactaren caso de emergencia, pero ninguna fecha de nacimiento. ¿Adrede?
—… la orden de abandonar el barco, y todos los marineros se quitaron los zapatos y los pusieron en fila en cubierta. Cientos y cientos de pares de zapatos…
—Señor Wojakowski, no puedo encontrar…
—Ed —corrigió él, y entonces, como si supiera lo que iba a preguntarle, añadió—: Me enrolé cuando tenía trece años. Mentí respecto a mi edad. Les dije que el hospital donde tenían mi certificado de nacimiento había sido destruido en un incendio. No es que comprobaran ese tipo de cosas después de Pearl. —La miró, desafiante—. Usted es demasiado joven para saber lo que es Pearl Harbor, supongo.
—¿El ataque sorpresa japonés a Pearl Harbor?
—¿Sorpresa? Relámpago, más bien. Los Estados Unidos de América estaban sentados tan tranquilos, metiditos en lo suyo, y ¡zas! Ninguna declaración de guerra, ninguna advertencia, nada de nada. Nunca lo olvidaré. Era domingo, y yo estaba leyendo los suplementos de los periódicos. “Los Katzenjammer Kids”, todavía puedo verlo. Levanto la cabeza y entra la vecina de dos puertas más abajo, sin aliento, y va y dice: “¡Los japos acaban de bombardear Pearl Harbor!” Bueno, ninguno de nosotros sabía siquiera dónde estaba Pearl Harbor, excepto mi hermana mayor. Lo había visto en un noticiario en el cine la noche anterior. Desesperados, con Randolph Scott. Y al día siguiente, me fui al centro de reclutamiento de la Marina y me alisté.
Hizo una pausa para tomar aire, y Joanna dijo rápidamente:
—Señor… Ed, ¿qué le hizo presentarse voluntario para este proyecto? ¿Cómo se enteró de su existencia?
—Vi un anuncio en el centro recreativo de Aspen Gardens. Ahí es donde vivo. Y entonces cuando vine y hablé con el doc, me pareció interesante.
—¿Había estado relacionado con algún proyecto de investigación aquí en el hospital?
—No. Ponen carteles con frecuencia. Para la mayoría tienes que tener algo malo, hernias, o no ver bien, o algo por el estilo, y yo no tenía nada de eso, así que no pude participar.
—Ha dicho que el proyecto le pareció interesante. ¿Puede ser más específico? ¿Le interesaban las experiencias cercanas a la muerte?
—He visto programas de televisión sobre el tema.
—¿Y por eso quiso participar en el proyecto? Él sacudió la cabeza.
—Tuve experiencias cercanas a la muerte más que suficientes en la guerra. —Hizo un guiño—. Los túneles y las luces, déjeme que se lo diga, no son nada comparado con ver un Zero que viene hacia ti y la ametralladora que tienes que disparar se atasca. Esas malditas 1,1 milímetros estaban atascándose siempre, y hacía falta que un compañero artillero se pusiera debajo con un martillo y la desatascara. Recuerdo una vez que Recto Holecek, lo llamábamos así porque siempre estaba dibujando rectas, bueno, pues va y…
No era extraño que Richard se hubiera mostrado reacio a dejarla interrogar al señor Wojakowski con Amelia citada al cabo de unos pocos minutos.
Ahora estaba de pie detrás de él. Joanna lo miró, y Richard le sonrió.
—… y justo entonces un Zero entró en picado contra nosotros, y Recto suelta un grito y deja caer el martillo en mi pie, y…
—¿Entonces, si no le interesaban las ECM, qué fue lo que le interesó del proyecto? —preguntó Joanna.
—Ya le he dicho que serví en el Yorktown, y déjeme que le diga que era un barco magnífico. Flamante y brillante como un botón, y con camas de verdad donde dormir. Incluso tenía una fuente de soda. Podías entrar allí y pedir un chocolate malteado o un refresco de cereza, como en el drugstore de al lado de casa. —Sonrió al recordado—. Bueno, después de que llegáramos a Rabaul, pusieron al Viejo Yorky, así es como lo llamábamos, de patrulla en el mar de Coral, y durante seis semanas estuvimos allí, jugando a los dados y apostando a ver a quién le crecían más rápido las uñas.
Joanna se preguntó qué tenía esto que ver con el hecho de que se hubiera presentado voluntario. Tenía la sospecha de que no había ninguna relación, que él simplemente aprovechaba cualquier oportunidad que le dieran para hablar de la guerra, y si ella no lo detenía, empezaría a contarle la batalla de Midway.
—Señor Wojakowski, iba usted a decirme por qué se presentó voluntario para este proyecto.
—A eso voy —dijo él—. Bueno, pues allí estábamos, rascándonos la barriga, y una semana después estábamos tan aburridos que nos moríamos de ganas de que los japos nos lanzaran una bomba. Al menos tendríamos algo que hacer. Hablando de bombas, ¿le he contado alguna vez lo que hizo Jo-Jo Powers en el mar de Coral? La primera vez su escuadrón no derriba nada, fallan todos sus torpedos, y así que está preparándose para su segunda batida, y dice: “Voy a alcanzar esa cubierta aunque tenga que poner allí la bomba yo mismo”, y…
—Señor Wojakowski —dijo Joanna con firmeza—. Sus motivos para presentarse voluntario.
—¿Ha estado alguna vez en Aspen Gardens? Ella negó con la cabeza.
—Tiene suerte. Es como estar de patrulla en el mar de Coral, sólo que sin jugar a los dados. Así que pensé en venir y hacer algo interesante.
Lo cual era un motivo excelente.
—¿Ha tenido usted mismo alguna vez una experiencia cercana a la muerte, señor Wojakowski?
—No hasta que el doc me conectó ese donut y me hizo parecer Frankenstein. Siempre había pensado que el túnel y la luz y ver a Jesús y todo eso era una trola, pero cierto, vi un túnel. Pero no vi a ningún Jesús. Sigo diciendo que es una patraña. Vi demasiadas cosas en la guerra para dar mucho crédito a la religión. Una vez, en el mar de Coral…
Ella lo dejó hablar, satisfecha de que no fuera uno de los espías del señor Mandrake. Estaba claro que el verdadero motivo por el que se había ofrecido voluntario era tener a alguien nuevo a quien contarle sus historias de guerra. “Y si el señor Mandrake intenta sonsacarle, le estará bien merecido”, pensó, sonriendo. Se enteraría de toda la guerra en el Pacífico. Y si Amelia no llegaba pronto, también lo contaría ahora. Miró el reloj. Eran casi las dos. ¿Dónde estaba?
El busca de Joanna sonó.
—Discúlpeme —dijo, e hizo la comedia de sacarlo del bolsillo y mirarlo—. Lo siento. Tengo que hacer una llamada.
—Claro, Doc —dijo él, como decepcionado—. Esos aparatitos son cojonudos. Ojalá los hubiéramos tenido en la Segunda Guerra Mundial. Sin duda nos habría servido de ayuda aquella vez que…
—Lo llamaremos en cuanto terminemos de fijar los calendarios —dijo Joanna, escoltándolo firmemente hasta la puerta del laboratorio mientras él seguía hablando. Abrió la puerta—. Lo sabremos dentro de un par de días.
—Cualquier momento me vendrá bien. Tengo todo el tiempo del mundo —dijo, y Joanna sintió de pronto remordimientos.
—Ed —dijo—, no ha terminado de contarme lo del bombardero, el que dijo que alcanzaría la cubierta aunque tuviera que poner la bomba allí él mismo. ¿Qué le pasó?
—¿Se refiere a Jo-Jo? Bueno, se lo diré. Dijo que hundiría aquel portaaviones aunque fuera la última cosa que hiciera, y lo hizo. Fue todo un espectáculo, verlo atacar directamente el Skokaku, la cola ardiendo, todo rodeado de Zeros. Pero hizo lo que dijo que iba a hacer, colocó la bomba en la maldita cubierta, aunque no podía estar a más de treinta metros cuando la soltó, y entonces, bam, su avión se estrelló en el océano.