Llevaba el largo pelo negro recogido en el desordenado moño de todas las estudiantes universitarias modernas. Lo sacudió y lo retorció de nuevo en un moño aún más revuelto.
—He suspendido, lo sé —dijo, asegurándoselo con una gran pinza dorada de plástico—. ¿Quiere que me vaya desnudando, doctor Wright?
—Todavía no —dijo él—. La doctora Lander tiene que hacerle primero unas preguntas.
—Amelia —dijo Joanna, indicando una de las tres sillas. Ella se sentó también, y Richard dio la vuelta y ocupó la otra—. Es usted estudiante de primer ciclo de medicina, ¿.verdad?
Amelia se encogió de hombros.
—No después del examen de bioquímica que acabo de hacer. Ha sido aún peor que el de anatomía. Era estudiante. Ahora soy un cero a la izquierda.
Joanna anotó “medicina”.
—¿Y qué edad tiene?
—Veinticuatro años —dijo Amelia—. Lo sé, soy demasiado mayor para estar todavía en el primer ciclo. Pero hice un módulo profesional de teatro musical antes de decidir que no quería ser actriz.
Una actriz. Buena interpretando papeles. Y engañando a la gente.
—¿Por qué decidió que no quería ser actriz?
—Me di cuenta de que los únicos papeles que iba a conseguir serían Tuptim y Miss Saigón, y que nunca iba a conseguir interpretar a Marión la bibliotecaria, o Annie, Get Your Gun, así que me decidí por la medicina. Al menos los médicos siempre se llevan algo. —Le sonrió a Joanna—. Ya sabe, riñones, vejigas, hígados.
Un chiste, cosa que los verdaderos creyentes nunca hacían. Si había una característica que los locos de las ECM, las experiencias extrasensoriales y los abducidos por los ovnis tenían en común era su completa falta de sentido del humor. Y Amelia tenía también conocimientos de ciencia y la voluntad de ofrecer información que indicara que no tenía nada que ocultar. “Creo que tenemos una ganadora”, pensó Joanna.
—¿Puede decirme por qué se presentó voluntaria para el proyecto? Amelia miró a Richard, sintiéndose culpable.
—¿Por qué me presenté voluntaria? —dijo, y apartó la mirada—. Bueno…
“Justo cuando pensabas que era seguro volver al agua”, pensó Joanna.
—dijo usted que le interesaba la neurología —dijo Richard. “No le des pistas”, pensó Joanna, mirándolo con mala cara.
—Estoy interesada en la neurología —dijo Amelia—. Es lo que quiero hacer, pero lo que no le dije —retorció las manos sobre su regazo— es que no me presenté voluntaria por mi cuenta.
“Aquí viene —pensó Joanna—, la contrató el señor Mandrake. O peor, las voces que oye en su cabeza.”
—Mi profesor de psicología está a favor de la idea de que los estudiantes de medicina también sean pacientes, para que cuando sean médicos puedan comprender a sus pacientes —dijo Amelia, mirándose las manos—. Da créditos extra por participar en proyectos de investigación, y me hacen falta los puntos. Me va fatal en psicología. —Miró a Richard, como pidiendo disculpas—. No se lo dije porque temía que no me aceptara.
“¿Aceptarte? —pensó Joanna—. Ojalá hubiera una docena más como tú.” Los estudiantes que se ofrecían voluntarios para conseguir puntos extra eran perfectos. No tenían planes predeterminados ni ningún interés concreto en la materia, por lo cual era muy improbable que leyeran el libro de Mandrake o cualquier otro libro sobre las ECM.
—¿Su profesor la asignó al proyecto? —preguntó.
—No —respondió Amelia, y miró otra vez a Richard con expresión de culpabilidad—. Escogemos el proyecto que nos interesa.
—¿Y te interesaban las ECM? —preguntó Joanna, con el corazón encogido.
—No, no sabía que trataba de las ECM cuando me presenté. —Empezó otra vez a retorcer las manos—. Creí que sería uno de esos experimentos sobre la memoria. No es que lo deseara —dijo, ruborizándose—, esto es mucho más interesante.
Miró otra vez a Richard, y entonces Joanna cayó en la cuenta.
—Necesitaré una copia de tu horario de clases para que podamos elegir un buen momento para las sesiones, Amelia —dijo. Richard la miró sin entenderla. Joanna lo ignoró.
—¿Te parece bien, Amelia? —dijo.
—Sí —respondió Amelia ansiosamente—. Incluso puedo quedarme esta tarde y tener una sesión, si quieren.
—Magnífico —dijo Joanna—. ¿Por qué no vas a desnudarte? Se levantó, todavía evitando los ojos de Richard, y se dirigió a la mesa de reconocimiento.
—Sé dónde está todo —dijo Amelia, recogiendo las ropas de la mesa, y luego desapareció en el cuarto de vestir.
—¿Está segura de que es una buena idea? —preguntó Richard en cuanto la puerta se cerró tras ella—. ¿Ha visto su reacción cuando le ha preguntado por qué se ofreció voluntaria para el proyecto? Se incomodó mucho. No creo que estuviera diciendo la verdad.
—No la decía —contestó Joanna—. ¿Me necesita para que le ayude a colocar las cosas?
—Si estaba mintiendo, ¿cómo puede estar segura de que no es una de los espías de Mandrake?
—Porque era una mentira periférica —dijo Joanna—. Mentía por un motivo personal que no tiene nada que ver con el asunto en cuestión, el tipo de mentira que siempre hace que la gente se meta en líos en los misterios con asesinato. —Le sonrió—. No es una creyente. El perfil de personalidad está equivocado y también su testimonio de su primera ECM. Sus referencias encajan, y su entrevista confirma lo que pensé cuando la vi por primera vez. Es exactamente lo que parece ser: una estudiante de medicina que se dedica a esto para ganar unos cuantos puntos.
—Vale —dijo él—. Magnífico. Empecemos. Iré a buscar a la enfermera Hawley.
Salió del laboratorio. Al cabo de un momento, Amelia salió del cuarto de vestir con una bata hospitalaria encima de sus vaqueros y la mascarilla colgándole del cuello. Miró alrededor, vacilante.
—El doctor Wright ha ido a buscar a la enfermera —dijo Joanna.
—Oh, bien —dijo Amelia, acercándose a ella—. No quise decírselo con él delante. No le dije la verdad antes. Respecto a por qué escogí este proyecto.
“No des pistas —pensó Joanna—, sobre todo cuando crees saber la respuesta.” Amelia ladeó la cabeza, como había hecho antes.
—El motivo real fue el doctor Wright. Me pareció guapo. Eso no me descalifica para ser voluntaria, ¿no?
—No —dijo Joanna. Era lo que ella había pensado—. Es guapo.
—Lo sé. No vea lo adorable… —Se interrumpió bruscamente, y las dos se volvieron hacia la puerta.
—La enfermera Hawley no estaba —dijo Richard, entrando—. Tendré que llamarla por el busca. —Se acercó al teléfono—. Necesito una enfermera que me ayude. —Marcó centralita.
—Mientras esperamos, Amelia —dijo Joanna—, ¿por qué no me cuentas qué viste durante tu primera sesión?
—¿La primera vez que me puse debajo? —preguntó Amelia, y Joanna se preguntó si su uso de aquella expresión era significativo—. La primera vez todo lo que vi fue una luz brillante. Era tan brillante que en realidad no podía ver nada. La segunda vez no fue tan brillante, y vi gente.
—¿Puedes ser más concreta?
—En realidad no. Quiero decir que no pude verla, a causa de la luz, pero sabía que estaban allí.
—¿Cuántas personas?
—Tres —dijo Amelia, entornando los ojos como si viera la escena—. No, cuatro.
—¿Y qué estaban haciendo?
—Nada. Estaban allí de pie, esperando.
—¿Esperando?
—Sí. Esperándome, creo. Mirando. Mirar y esperar no eran la misma cosa.
—¿Hubo alguna sensación asociada con lo que viste? —preguntó Joanna.