—Mire cómo la actividad cambia de los córtex motor y sensor al cerebelo —dijo él, señalando la pantalla—. Ahora está en un sueño no-REM. Bien, ahora vamos con la ditetamina. Observe.
Señaló de nuevo la imagen, donde el color en el lóbulo temporal anterior pasaba de amarillo a rojo y cambiaba de forma.
—El lóbulo temporal adquiere la pauta característica de la ECM —dijo, mientras el lóbulo temporal se volvía rojo—. Y tenemos el despegue.
—¿Está experimentando una ECM? —Joanna miró la imagen y luego a Amelia—. ¿Ahora mismo? El asintió.
—Debería estar viendo la luz, y sintiéndose cálida y en paz.
Joanna miró a Amelia. No había ningún indicio de que estuviera viendo un túnel o una luz brillante, ni tampoco notaba ninguna sensación, como había sentido con Coma Carl o Greg Menotti, de que Amelia estuviera en algún lugar lejano, fuera de alcance. Simplemente parecía dormida, los labios ligeramente entreabiertos todavía, el rostro relajado, sin dar ninguna pista de lo que estaba experimentando.
Joanna miró la pantalla, pero sus brillantes parches de azul y rojo y amarillo no le dijeron más que la expresión de Amelia.
Richard había dicho que su actividad cerebral y sus signos vitales estaban siendo controlados y que sonaría una alarma si había algún cambio en su presión sanguínea o su funcionamiento cerebral, pero ¿y si no aparecía en los monitores? El catorce por ciento de las personas que pasaban por una ECM contaban experiencias aterradoras, con diablos y monstruos y una oscuridad asfixiante. ¿Y si a Amelia le estaba ocurriendo algo terrible en aquel preciso momento y no podía decírselo?
Pero no parecía aterrorizada. De hecho, sonreía un poco, como si estuviera viendo algo agradable. ¿Angeles? ¿Música celestial?
—¿Cuánto dura la ECM? —preguntó Joanna.
—Depende —dijo Richard, ocupado ante la consola—. La del señor O’Reirdon duró tres minutos, pero no hay ningún motivo físico para que no puedan durar entre diez y quince minutos.
Pero cuatro o seis minutos pueden causar muerte cerebral, pensó Joanna, todavía incapaz de desprenderse de la sensación de que aquello era una ECM real y no una simulación.
—Teóricamente, podría durar mientras se le suministre ditetamina —dijo él—, pero la mitad de las veces… ¡maldición!
—¿Qué? ¿Pasa algo? —preguntó Joanna, mirando ansiosamente los monitores y luego a Amelia.
—Ha salido de la ECM espontáneamente. No sé si es un problema de la dosis o si está relacionado con la ECM. Es una de las cosas que tenemos que averiguar, qué los saca del estado ECM y los devuelve a la conciencia.
—¿Está despierta?
—No —dijo Richard, echando otra ojeada a los monitores—. Ha vuelto al sueño no-REM.
Joanna observó a Amelia. Sus manos yacían flácidas sobre la gomaespuma. La sonrisita semicomplacida permanecía en su rostro.
—Si la ECM lo está causando, puede que sea el mismo mecanismo que hace que revivan los pacientes que experimentan una ECM, y si ése es el caso…
Se produjo un sonido.
—Shh —dijo Joanna, y se inclinó sobre Amelia.
—¿Está despierta? —preguntó Richard, mirando las pantallas—. No debería estarlo. La pauta indica que está en un sueño no-REM.
—Shh —insistió Joanna, y se inclinó hacia la boca de Amelia.
—Oh, no —murmuró Amelia, y su voz era ronca y desesperada—. Oh, no, oh, no, oh, no.
8
Morir debe de ser una aventura colosal.
Amelia Tanaka no recordaba nada negativo de su ECM.
—Fue igual que la última vez —le dijo a Joanna—. Había una luz, y una sensación maravillosa.
—¿Puedes describirla?
—¿La sensación? —dijo Amelia, ensoñadora—. Calma… tranquilidad. Me sentí envuelta en amor.
“No parecías envuelta en amor —pensó Joanna—. Parecías aterrorizada.”
—¿Tuviste esa sensación todo el tiempo?
—Sí.
Joanna lo dejó correr por el momento.
—¿Puedes describir la luz?
—Era preciosa. Brillante, pero no me lastimaba los ojos.
—¿De qué color era?
—Blanca. Como un lámpara, pero realmente deslumbrante —dijo, y esta vez entornó los ojos, como si le hubiera dolido mirarla, a pesar de lo que había dicho.
—¿Estuvo la luz presente todo el tiempo?
—No, al principio no, no hasta después de que abrieran la puerta; Richard miró bruscamente a Joanna. “Voy a tener que decirle que no puede estar presente durante estas entrevistas”, pensó ella.
—¿Dónde estaba la puerta? —preguntó, impasible.
—Al fondo de… No lo sé —dijo Amelia, el ceño fruncido—. Estaba en un pasillo, o un túnel, o… —Sacudió la cabeza.
Joanna esperó, dándole tiempo para que dijera algo más. Como no lo hizo, intervino.
—Has dicho que abrieron la puerta. ¿Puedes concretar más?
—Um, la verdad es que no vi a nadie abrir la puerta. Estaba oscuro, y de repente hubo luz, como cuando alguien abre una puerta de noche y la luz entra, y pude ver gente. —Entornó de nuevo los ojos—. Iban vestidos de blanco.
—¿Oíste algo?
Ella negó con la cabeza.
—Hubo un sonido al principio.
—¿Puedes describirlo?
—Era un…
“Un zumbido o un timbre”, pensó Joanna, resignada.
—No puedo describirlo —dijo Amelia—. Oí un sonido, y luego aparecí en aquel pasillo y la puerta se abrió y vi la luz. Fue muy real.
—¿Cómo de real?
—No fue como en un sueño. Estuve realmente allí. —Pero cuando Joanna insistió en las sensaciones táctiles y la implicación sensorial, empezó de nuevo a divagar—. La luz me rodeaba. Me sentía cálida… y cómoda.
—¿Y antes de la luz? ¿Cuando estabas en el sitio oscuro? Amelia sonrió.
—En paz.
—¿Eras consciente de la temperatura?
—No, en absoluto.
“Acabas de decir que te sentías cálida”, pensó Joanna, pero no dijo nada. Centró sus preguntas en la puerta y la gente de blanco, y luego, al cabo de varios minutos, de nuevo en sus sensaciones, pero Amelia simplemente repitió que se sentía tranquila, cómoda, cálida.
—El calor me rodeaba, como la luz —dijo—, y entonces el doctor Wright me quitó los auriculares y me preguntó cómo me sentía.
Cuando Joanna le dijo que había terminado de hacer preguntas, Amelia dijo ansiosamente:
—¿Cuándo tendré una nueva sesión?
Y más tarde, después de vestirse, volvió a preguntar:
—¿Cuándo será mi próxima sesión? —Se colocó la mochila al hombro—. Esto es mucho más divertido que la bioquímica.
—Joanna, ha estado magnífica —dijo Richard en cuanto Amelia se marchó—. Es increíble cuánto ha sacado de ella.
—No descubrí por qué decía “Oh, no, oh, no, oh, no”.
—Puede que fuera parte del proceso del despertar y no de la ECM —dijo él—. El señor Wojakowski dijo algo la primera vez que salió de la ditetamina.
—¿Qué?
—No lo recuerdo. Conociéndolo, probablemente tuviera algo que ver con el Yorktown.
—Cuando lo dijo, ¿parecía asustado?
—Me parece que no. No me acuerdo. La enfermera tal vez lo recuerde. Su nombre está en las transcripciones de la sesión. No pudo ser parte de la ECM. No es posible hablar en el estado ECM. El cerebro externo, incluyendo el córtex del habla, está desconectado.