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—No deberían haberlo hecho —dijo Maisie, la barbilla firme—. La gente debería decirte la verdad, aunque sea mala. ¿No?

—Sí —dijo Joanna, y esperó, conteniendo la respiración ante la pregunta inminente, pero Maisie simplemente dijo:

—¿Quieres guardar mi libro primero? En mi mochila. Para que mi habitación esté ordenada.

“Y para que tu madre no te pille leyéndolo”, pensó Joanna. Llevó el libro al armario, lo guardó en la mochila rosa y le tendió a Maisie Peter Pan.

Y justo a tiempo. La madre de Maisie apareció en la puerta con un osito de peluche enorme y una sonrisa resplandeciente.

—¿Cómo está mi Maisie-Daisy? Doctora Lander, ¿no tiene un aspecto magnífico? —Le tendió a Maisie el osito—. Bien, ¿de qué habéis estado hablando?

—De perros —dijo Maisie.

9

Mildred, ¿por qué no está preparada mi ropa? Tengo una visita a las siete.

Ultimas palabras de BERT LAHR.

Joanna no consiguió llegar a casa de Vielle hasta las siete menos cuarto.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Vielle—. Dije a las seis y media.

—Me atrapó Maisie. Y su madre —dijo Joanna, quitándose el abrigo—. Quería contarme lo bien que está Maisie.

—¿Y lo está?

—No. Vielle asintió.

—Barbara me ha dicho que la han puesto en la lista de trasplantes. Lástima. Es una gran chica.

—Lo es —dijo Joanna, y se llevó el abrigo al dormitorio.

—¿Has traído el queso cremoso? —preguntó Vielle desde la cocina.

Joanna se lo llevó.

—¿Qué vas a preparar?

—Esta maravillosa salsa de queso —dijo Vielle, inclinándose sobre un libro de cocina con un cuchillo en la mano—. Tiene jamón picante. Y chiles.

Miró el reloj.

—Escucha, el motivo por el que quería que vinieras temprano era para que tuviéramos una oportunidad para hablar antes de que llegue el doctor Wright. ¿Cómo os lleváis?

—¿Has invitado a Richard a la noche del picoteo? —preguntó Joanna—. No me extraña que me mirara de forma rara cuando le dije que lo vería mañana.

—Richard, ¿eh? ¿Entonces ya os tuteáis?

—Nosotros no… —Se le ocurrió entonces una idea—. Por eso llamaste desde Urgencias, ¿no? Y por eso te comportabas de una manera tan rara.

—Llamé para decirte que no podía encontrar ninguna película que no tuviera muertes, para ver si tenías alguna sugerencia —dijo Vielle, abriendo el frigorífico y sacando un puñado de cebollas tiernas—, y tú no estabas, así que le dije que algunas chicas nos reuníamos para tomar un piscolabis y ver películas y que si quería pasarse.

—¡Algunas chicas! —exclamó Joanna—. Cuando llegue aquí y vea que sólo somos tú y yo, ¿crees que no se dará cuenta de que estás haciendo de casamentera? ¿O planeabas darme la salsa de queso con jamón picante y salir por la puerta trasera? No puedo creer que hayas hecho esto.

—¿No te gusta?

—Apenas le conozco. Empezamos a trabajar juntos hace sólo dos días.

Vielle agitó el manojo de cebollas ante ella.

—Y nunca tendrás una oportunidad para conocerlo cuando las enfermeras del Mercy General le pongan las manos encima. ¿Sabes quién me preguntó esta tarde si era soltero? Tish, de la tres-este. No la verás esperando porque “apenas lo conoce”. Si no tienes cuidado, acabarás con alguien como Harvey.

—¿Harvey? ¿Quién es Harvey?

—El conductor de Funeraria Fairhill. Me pide salir cada vez que viene a recoger un cadáver.

—¿Es guapo?

—Me cuenta historias de embalsamamientos. ¿Sabes que en Fairhill les encanta el monóxido de carbono porque vuelve a los cadáveres de un bonito color sonrosado, en contraste con el habitual gris? Me soltó esa perla el martes y luego me invitó a salir y cenar sushi.

El martes.

El día en que murió Greg Menotti. Joanna se preguntó si ése era el cadáver que había recogido.

—¿Averiguaste si había un cincuenta y ocho en el número del seguro médico de Greg Menotti?

—¿Greg Menotti? —dijo Vielle, como si nunca hubiera oído el nombre antes—. Ah, ya. Sí, lo comprobé. No había ningún cincuenta y ocho. Comprobé su dirección, su oficina, los números de teléfono de su casa y el móvil, el número del seguro médico…

—¿Y su número de la seguridad social? Ella asintió.

—El número de su carné de conducir constaba en el informe de los enfermeros. Lo comprobé también. Lo mismo hice con la dirección de su novia y sus números de teléfono. Nada. —Se inclinó para recoger una tabla de cortar—. Como te decía, la gente in extremis dice cosas sin sentido. Tuve a un tipo que no dejaba de decir “Lucille”, y todos pensábamos que era su esposa. Resultó que era su perra.

—Entonces significaba algo —dijo Joanna.

—Eso sí, pero muchas otras veces no. Un traumatismo craneoencefálico que tuve la semana pasada no paraba de decir “camello” y, obviamente, no se refería a su mujer ni a su gato.

—¿Qué era?

—No tuvimos oportunidad para preguntárselo —dijo Vielle tranquilamente—, pero creo que no significaba nada. La gente que tiene infartos no recibe suficiente oxígeno, se siente desorientada y dice sinsentidos.

Tenía razón. Cuando estaba muriendo, el autor Tom Dooley le dijo a un amigo suyo que fuera al aeropuerto y le reservara un asiento en el avión, y la bailarina Anna Pavlova ordenó a sus médicos que prepararan su traje de cisne.

—Volviendo al doctor Wright —dijo Vielle—. No estoy diciendo que tengas que casarte con él. Lo único que estamos haciendo es optar por él. En Hollywood lo hacen constantemente. —Colocó las cebollas en fila sobre la tabla—. Optas al papel, lo cual no significa necesariamente que vayas a hacer la película, pero más tarde, si decides que quieres, por lo menos no hay otra persona que te lo haya quitado mientras tanto.

—El doctor Wright no es un papel.

—Era un símil.

Joanna sacudió la cabeza.

—Una metáfora. Un símil es una comparación directa y se construye con “como” o “igual que”. Una metáfora es indirecta. Mi profesor de lengua se pasó todo un año enseñándome la diferencia. —Se detuvo, contemplando la tabla.

—Tu profesor de lengua debería haberse dedicado a cosas más importantes, como enseñarte que cuando el señor Right, o el doctor Wright, aparezca por la puerta, hay que…

Sonó el timbre.

—Ya está aquí —dijo Vielle, pero Joanna no la oyó. Por un instante, mientras miraba a Vielle cortar cebollas verdes, tuvo la repentina sensación de que sabía de qué había estado hablando Greg Menotti, de que sabía lo que significaba “cincuenta y ocho”.

Debía tener que ver con algo que Vielle o ella habían dicho. Estaban hablando del doctor Wright y…

—Pasa —dijo Vielle desde el salón—. Joanna está en la cocina. Lamento lo del cuchillo. Estoy preparando queso.

Algo sobre una opción a un guión. No. La idea se quedó flotando al borde de la memoria, fuera de su alcance.

—Mira quién está aquí —dijo Vielle, conduciendo a Richard a la cocina—. Creo que ya os conocéis.

—Lamento llegar tarde —dijo Richard, tendiéndole a Vielle un paquete con seis cervezas—. Mandrake me pilló al salir. Oh, Joanna, creo que ya tengo una enfermera para ayudarnos. Tish Vanderbeck. Trabaja en la tercera.