Tras él, Vielle silabeó: “¿Qué te dije? Dile que no.” Joanna la ignoró.
—Dice que te conoce —dijo Richard.
—Sí que la conozco. Será magnífica. ¿Qué quería Mandrake?
—Quería saber si…
—¡Basta! —dijo Vielle, blandiendo el cuchillo—. Ésta es la noche del picoteo. No se permite hablar del trabajo ni del hospital.
—Oh —dijo Richard—. Lo siento. No sabía que hubiera reglas. Esto no es como El club de la lucha, ¿no?
—No. —Rió Joanna.
Tras él, Vielle hizo un gesto de aprobación y silabeó: “Señor Right.”
—No es un club. Vielle y yo nos pusimos a charlar un día y descubrimos que a las dos nos gustaba hablar de cine.
—En vez de chismorrear sobre los pacientes y los doctores y sobre que la cafetería no está nunca abierta —dijo Vielle.
—No, ¿verdad? Siempre que bajo la encuentro cerrada. Vielle alzó un dedo de advertencia.
—Regla número uno.
—Así que decidimos reunimos una vez por semana y ver un programa doble —dijo Joanna.
—Y comer —dijo Vielle, sacando un paquete de perritos calientes del frigorífico—. Regla número dos, sólo se permite comida basura: palomitas, panchitos…
—Queso con jamón picante. Vielle la miró con mala cara.
—Regla número tres, hay que quedarse hasta el final de la sesión…
—Pero no hay que prestarle atención —dijo Joanna—. Se permite hablar durante la película y hacer comentarios despectivos sobre la película en concreto o el cine en general.
Vielle asintió.
—Bailando con lobos cumple todos los requisitos.
—Regla número cuatro, nada de películas donde salga Sylvester Stallone, nada de películas de Woody Allen y nada de Titanic. Ésta es una zona libre de Titanic.
—Por cierto, Vielle, ¿dónde están las películas?
—Aquí —se las tendió a Joanna—. ¿Por qué no empezáis a verlas? Tengo que terminar el queso. —Los empujó hacia el salón. “¿No podrías ser más disimulada?”, pensó Joanna.
—Quiero pedir disculpas por mi amiga idiota —dijo—. Y por el malentendido de esta tarde. Se olvidó de decirme que ibas a venir. Él le sonrió.
—Me lo supuse.
Joanna miró hacia la cocina.
—¿Qué quería el señor Mandrake?
—dijo que había oído que tenía un compañero nuevo.
—El viejo Chismorreo General. —Joanna sacudió la cabeza—. ¿Sabía que soy yo?
—No lo creo. Él…
—Regla número uno —gritó Vielle desde la cocina.
—¿Qué película quieres ver primero? —gritó Joanna a su vez—. ¿Voluntad para ganar o…? —Miró la segunda carátula—. ¿La Dama y el Vagabundo?
—Dijiste que fuera algo donde no hubiera muertes.
—¿Eso es también una regla? —preguntó Richard.
—No —dijo Joanna, encendiendo la tele. Un anuncio de viajes en barco. Una pareja en la cubierta, apoyada en la amura—. ¿Qué dijo Mandrake?
Richard sonrió.
—Entró cuando estaba examinando los escáneres, que, por cierto, mostraban que Amelia Tanaka tenía un nivel inferior de actividad en los receptores de endorfinas, y dijo que había oído que tenía un nuevo compañero, y que esperaba que no hubiera tomado aún la decisión final, porque tenía varias personas excelentes que podía recomendarme.
—Apuesto a que sí —dijo Joanna, introduciendo Voluntad para ganar en el vídeo y pasando los avances hasta los títulos de crédito. Pulsó “pausa”.
—dijo también que esperaba que el compañero que eligiese no fuera de mente estrecha y tendente a la interpretación tradicional, supuestamente científica, de la ECM, sino que estuviera abierto a posibilidades no racionalistas.
Joanna se echó a reír.
—Bueno, obviamente no podéis estar hablando del trabajo —dijo Vielle, apareciendo con dos botellas de cerveza. Se las tendió—. ¿Qué pasa con la peli?
—Nada. Te estábamos esperando.
—Empezad sin mí. Ahora mismo vengo. Sentaos.
Se sentaron en el sofá. Joanna tomó el mando a distancia, quitó la pausa del vídeo y vieron cómo una familia se reunía en torno a la cama de un anciano.
Una enfermera le estaba tomando el pulso.
—Os he reunido a todos aquí porque me estoy muriendo —dijo el anciano.
—Eh, Vielle —llamó Joanna—, creía que Íbamos a ver una película donde no hubiera muertes.
—No las hay —dijo Vielle, apareciendo en la puerta con el cuchillo y una lata de chiles—. ¿O sí?
Joanna señaló la pantalla; el anciano se agarraba el pecho y jadeaba: “¡Mis píldoras!”
—Las hay —dijo Richard—. He visto un avance. El viejo se muere sin decirle a nadie dónde está escondido su testamento y todos los herederos corren a buscarlo.
El anciano empezó a jadear y a gemir: “Tengo que… deciros… —se atragantó, y todos, incluida la enfermera, se inclinaron hacia delante— mi testamento.”
—Esto no pasaría jamás —dijo Vielle—. Ya habrían llamado al 061, y estarían todos representando la escena en mi sala de Urgencias.
—Oh, es verdad, trabajas en Urgencias —dijo Richard—. Me he enterado del incidente de esta tarde.
—¿Qué incidente? —preguntó Joanna bruscamente.
—Estás quebrantando la regla número uno —dijo Vielle—. Nada de discutir sobre el trabajo.
Joanna se volvió hacia Richard.
—¿De qué te has enterado?
—De que una mujer colocada con esa droga nueva, entró blandiendo una cuchilla.
—Una cuchilla —dijo Joanna—. Vielle, tienes que…
—Terminar de preparar mi salsa de queso. —Les apuntó con el cuchillo—. Seguid. Ved la peli. Ahora mismo vuelvo. Y desapareció.
—Discúlpame un momento —dijo Joanna, y la siguió a la cocina—. ¿Por qué no me lo has contado?
—Es la noche del picoteo —dijo Vielle, echando chiles a la salsa—. Además, no fue nada. Nadie resultó herido.
—Vielle…
—Lo sé, lo sé, tengo que salir de ahí. ¿Crees que necesitaremos un cuchillo para untar, o valdrá con mojar?
—No necesitaremos un cuchillo —se rindió Joanna. Vielle le entregó el plato de galletitas y recogió la salsa, y las dos volvieron al salón.
—¿Qué nos hemos perdido? —preguntó Vielle, colocando la salsa en la mesita.
—Nada. Lo he parado —dijo Richard. Tomó el control a distancia y apuntó a la pantalla.
“Os he reunido… aquí. —El anciano, recostado contra un montón de almohadas, jadeó—. No me queda mucho tiempo de vida… —La familia se inclinó hacia delante como una bandada de buitres—. Hice un nuevo testamento… lo oculté en… en… —Agitó los brazos y se hundió pacíficamente contra las almohadas, los ojos cerrados. Los familiares se miraron unos a otros. Una de las mujeres, haciendo falsas muecas de dolor y secándose los ojos con un pañuelo de encaje, preguntó si había muerto.”
—Una muerte de cine —criticó Vielle despreciativa, metiendo una galletita en la salsa de queso. La galletita se rompió.
—¿Muerte de cine? —preguntó Richard, recogiendo la salsa con la galleta a modo de pala. También se rompió.
—Quiere decir que es totalmente irreal —dijo Joanna—. Como aparcar en las películas. El héroe siempre encuentra aparcamiento justo delante de la tienda o de la comisaría.
—O la iluminación de cine —dijo Vielle, sacando trocitos de galleta de la salsa.
—Déjame adivinar. Poder ver en el fondo de una cueva de noche.
—Deberíamos añadir una nueva categoría a este tipo de cosas —dijo Joanna, señalando la pantalla, donde los parientes se congregaban alrededor del cadáver del viejo—. Quiero decir: ¿por qué en las películas la gente siempre dice cosas como “El secreto es… ¡aargh!” o “El asesino es…” “¡Bang!” Si tuvieran algo importante que comunicar lo dirían lo primero; no dirían “El testamento está en el roble”, dirían “¡Roble! ¡Testamento! ¡Allí!”. Si yo me estuviera muriendo, diría primero lo importante, para no correr el riesgo de hacer “aaaargh” antes de conseguir decirlo.