—¡No me puedo creer que le dejaras contratarla!
—¿Has llamado por algún motivo, Vielle? Porque si no tengo que comprobar unas cuantas cosas, tengo que entrevistar al resto de nuestros voluntarios y Maisie lleva toda la mañana llamando para que vaya a verla.
“Y tengo que intentar recordar qué provocó anoche la sensación de saber qué significaba “cincuenta y ocho”.”
—Acabas de responder a la pregunta —dijo Vielle—. No tienes tiempo.
—¿Para qué? ¿Un sujeto de ECM? ¿Algún ingreso en Urgencias?
—Sí. Una tal señora Woollam. Ya la han llevado arriba. Intenté llamarte por el busca, pero no respondías. Pensé que si te llamaba por el intercomunicador, el señor Mandrake bajaría…
—”Como un lobo hacia el rebaño” —dijo Joanna, y se detuvo. Otra vez aquella sensación de saber de qué hablaba Greg Menotti. ¿Cómo era el resto de la cita? “Algo púrpura y dorado.”
—¿Joanna? —dijo Vielle—. ¿Sigues ahí?
—Sí. Lo siento. ¿Cómo has dicho que se llama?
—Señora Woollam. Y, escucha, no es sólo una ECM corriente. Es de las de muerte súbita.
—¿De las de muerte súbita?
—Su corazón tiende a fibrilar de pronto y dejar de bombear. Por suerte, también tiende a empezar de nuevo con una dosis de epi y un buen shock de las palas, pero ha tenido ocho paros cardíacos en el último año. Estamos hablando de experiencia.
—¿Por qué no la hemos visto antes?
—La última vez que estuvo en el Mercy General fue antes de que tú vinieras —dijo Vielle—. Normalmente la llevan al Porter. Su médico acaba de cambiar de destino y ahora la traen aquí. Dice que ha experimentado ECM todas las veces menos una.
Alguien que había tenido varias ECM y podía compararlas y contrastarlas. Parecía perfecto.
—¿Adonde la han llevado?
—A la UCI. Hace unos diez minutos.
Y pasarían otros quince antes de que la tuvieran preparada y pudiera recibir visitas. Joanna miró su reloj. Ronald Kelson estaría allí al cabo de diez minutos. Tendría que esperar hasta después de su entrevista, y de la siguiente, con la señora Coffey, y para entonces el señor Mandrake ya la habría convencido de que había visto a un Ángel de Luz y había tenido una revisión de vida, pero no podía hacer otra cosa.
—Iré en cuanto pueda —le prometió a Vielle—. Lamento lo de mi busca, pero el señor Mandrake no para de llamarme. Dice que tiene algo urgente que discutir conmigo. Me temo que eso significa que ha descubierto que estoy trabajando en el proyecto.
—Tenía que descubrirlo tarde o temprano. Pero tal vez estará tan ocupado buscándote para echarte la bronca que no se enterará de lo de la señora Woollam —dijo Vielle, y colgó.
Como un lobo hacia el rebaño. “Y sus cohortes brillaban en púrpura y dorado.” Ése era el verso. ¿Pero de dónde diablos había salido?
¿Y qué tenía que ver con nada, mucho menos con el hecho de que Greg Menotti murmurara “cincuenta y ocho”?
No había tiempo para preocuparse por eso. Tenía que examinar el archivo de Ronald Kelso y preparar el laboratorio por si, al contrario que Amelia Tanaka, llegaba a tiempo.
Llegó, y muy bien vestido, con pantalones de pinza, camisa y corbata.
—Trabajo en el Hollywood Vídeo —dijo cuando Joanna le pidió que hablara un poco de sí mismo—, pero estoy estudiando para ser programador informático. Voy a clases en la facultad técnica de Metro.
—¿Puede decirme por qué se presentó voluntario para este proyecto?
—Quiero conocer la muerte.
—¿Conocer la muerte? —dijo Richard, volviéndose levemente verde.
—¿Cómo sabía que el proyecto está relacionado con experiencias cercanas a la muerte? —preguntó Joanna.
—Uno de los miembros de mi chat me lo dijo.
—¿Quién? —preguntó Richard.
—No lo sé. Su nombre on Une es Osiris. —Se inclinó hacía delante ansiosamente—. Nuestra sociedad no comprende la muerte. Las personas ni siquiera hablan sobre ella. Fingen que no existe, que no va a llegarles y, cuando intentas hablar del tema, te miran como si estuvieras loco. ¿Han visto alguna vez la película Haroldy Maude?
—Sí —dijo Joanna.
—Es mi película favorita de todos los tiempos. La habré visto unas cien veces, sobre todo la escena en que él se ahorca.
—Y por eso piensa que este proyecto…
—Me dará la oportunidad para experimentar la muerte de primera mano, para mirarla a la cara y descubrir cómo es realmente.
—No hemos cerrado aún nuestra lista de participantes —dijo Joanna, acompañándolo a la puerta—. Ya se lo haremos saber.
—No puedo creerlo —dijo Richard después de que ella cerrara la puerta—. ¡Otro! Y parecía perfectamente normal.
—Probablemente lo es. Haroldy Mande es una película muy buena, y no dijo nada que no fuera verdad. Nuestra sociedad no quiere hablar de la muerte. Todos fingen que no existe y que no va con ellos.
—No estarás sugiriendo en serio que lo aceptemos en el proyecto.
—No —dijo Joanna—. Está demasiado fascinado por el tema, y sus comentarios sobre la escena del ahorcamiento fueron preocupantes. Y tenemos una regla sobre las películas con muertes. —Le sonrió.
—Esto no es divertido. ¿Cuántos voluntarios nos quedan en la lista? ¿Tres?
—Cuatro. La señora Coffey es la siguiente. Estará aquí a las diez.
—La directora de sistemas de datos —dijo Richard, animándose un poco—. Magnífico. Tiene un título universitario y trabaja para Colotech.
“Eso no es ninguna garantía”, pensó Joanna, aunque tenía que estar de acuerdo con Richard. Los universitarios no eran de los del tipo de Harold y Mande, y la señora Coffey pareció enormemente prometedora nada más llegar. Iba vestida con un elegante traje negro, y con su bonito peinado, su maquillaje, era la viva imagen de la Mujer Corporativa. Cuando Joanna le pidió que hablara un poco sobre sí misma, abrió su portafolios y sacó una hoja doblada de un sobre color crema.
—Sé que tienen mi solicitud —dijo—, pero he supuesto que un resumen podría ser útil también. —Sonrió y se lo tendió a Richard.
—¿Por qué se presentó voluntaria para el proyecto? —preguntó Joanna.
—Como puede ver en mi resumen… —dijo la señora Coffey, y sacó otra hoja doblada. Sonrió—. He traído uno de más, por si acaso. En mi trabajo, los detalles cuentan. —Le tendió el resumen a Joanna—. Como puede ver, aquí en “Servicio” —señaló el lugar—, hago un montón de trabajos con la comunidad. El año pasado participé en un estudio sobre el sueño en el Hospital Universitario. —Le sonrió cálidamente a Richard—. Y cuando el doctor Wright describió el proyecto, me pareció interesante.
—¿Ha tenido alguna vez una experiencia cercana a la muerte? —preguntó Joanna.
—¿Quiere decir que si estuve a punto de morir y luego vi un túnel y una luz? No.
—¿Alguna experiencia extracorporal?
—¿Eso que la gente imagina de salir del cuerpo? —dijo ella, frunciendo el ceño, escéptica—. No.
—¿Está familiarizada con la obra de Maurice Mandrake? —preguntó Joanna, observándola con atención, pero no hubo ninguna indicación de reconocimiento mientras sacudía su cabeza perfectamente peinada.
Richard trató de llamar la atención de Joanna. Obviamente, estaba convencido, y no había nada sospechoso en el historial de la señora Coffey.
—Si le pidiéramos que participara en el proyecto —preguntó Joanna—, ¿cuándo estaría disponible?