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—Los miércoles por la mañana y los jueves por la tarde, pero los lunes me vendrían mejor. Mis poderes psíquicos son más fuertes los días gobernados por la diosa lunar. A causa de las vibraciones armónicas consonantes.

—Se lo haremos saber —dijo Joanna. La señora Coffey les dio una tarjeta a cada uno—. Aquí están los números de mi casa y mi despacho, y el de mi móvil. O pueden contactar conmigo por e-mail.

O por telepatía. ¡Por Dios! —explotó Richard en cuanto la puerta se cerró tras ella—. ¿Es que están todos locos?

“Espero que no”, pensó Joanna, y sacó el expediente de la señora Troudtheim. Anotó que tenía que preguntarle por qué se había presentado para participar en un proyecto si tenía que conducir desde Deer Trail, y esperó que hubiera una respuesta racional. El Colorado rural tenía tendencia a tener más abducidos por ovnis y más teorías conspiratorias de mutilación de ganado de la cuenta.

—Oh, pero si no tengo que venir —le dijo a Joanna—. Tienen que hacerme un arreglo dental completo, y nunca se sabe cómo estará el tiempo en esta época del año, así que me alojo con mi hijo hasta que acaben. Pero ya sabe cómo es vivir con los hijos. Me pareció que participar en un estudio era una forma de salir de vez en cuando del cubil de mi nuera. Y odio estar sentada sin hacer nada.

Así era, por lo visto.

—¿Le importa si hago ganchillo mientras hablamos? —le había preguntado a Joanna al principio de la entrevista. Y cuando Joanna dijo que no, sacó un ovillo de lana y un cubrecama amarillo, naranja y verde a medio terminar y empezó a trabajar en él con manos ajadas por el esfuerzo de toda una vida.

Joanna le preguntó por Deer Trail y su vida en el rancho. Las respuestas de la señora Troudtheim fueron sencillas y desenfadadas, y cuando Joanna le pidió que describiera el rancho, le impresionó la imagen vivida y detallada que le daba de la tierra y el ganado. Si participaba en el proyecto, sería una buena observadora. Joanna también se impresionó por sus modales amistosos y sencillos y por su rostro despejado.

—Le dijo usted al doctor Wright que no ha tenido nunca una experiencia cercana a la muerte —dijo Joanna, consultando sus notas—. ¿Ha conocido a alguien que tuviera una?

—No —respondió la señora Troudtheim, pasando el hilo por el ganchillo y tirando hasta el borde del cubrecama—. El día antes de morirse, mi tía dijo que vio a su hermana (a mi madre) al pié de la cama, vestida con un largo vestido blanco. Mi madre llevaba muerta varios años, pero mi tía dijo que la vio allí de pie, claro como el día, y que supo que había venido a por ella. Se murió al día siguiente.

—¿Y usted qué pensó de eso?

—Oh, no sé —dijo ella, tirando pensativa del hilo—. El médico se había pasado con la medicación. Y no me imagino a mi madre con un vestido blanco. Odiaba las faldas anchas. La gente ve a veces lo que quiere ver.

“Pero apuesto a que usted no”, pensó Joanna, y le preguntó a qué horas estaría disponible.

—Es el sujeto más prometedor hasta ahora —le dijo a Richard después de que la señora Troudtheim volviera a guardar el cubrecama en su bolso y se marchara—. Me recuerda a mis parientes de Kansas, duros y amables y realistas, el tipo de personas que pueden sobrevivir a cualquier cosa y probablemente lo han hecho. Creo que será perfecta para el proyecto. Me ha impresionado especialmente su capacidad de observación.

—Excepto que está claro que es daltónica. ¿Has visto ese cubrecama? —preguntó Richard, estremeciéndose.

—Está claro que nunca has estado en Kansas —dijo Joanna—. Ése no estaba tan mal.

—Lo que tú digas. Joanna sonrió.

—Digo que será un sujeto excelente.

—Me contentaría con que fuera simplemente un sujeto.

“Y yo también”, pensó Joanna, aliviada de poder tener al fin a alguien así. Miró el horario. El siguiente era el señor Sage, y luego el señor Pearsall, pero no hasta la una y media. Si la entrevista con el señor Sage no duraba demasiado, podría bajar a ver a la señora Woollam. No habría tiempo para una entrevista completa, pero podría al menos conocerla, hacer que firmara un permiso y concertar una entrevista para esa tarde. Si el señor Sage no se enrollaba demasiado.

No se enrolló. En realidad, Joanna tuvo problemas para sacarle algo. El señor Sage daba respuestas breves y entrecortadas a todo lo que ella preguntaba, cosa que preocupó un poco a Joanna. Se preguntó qué podría contar de lo que viera en una ECM. Pero no era psíquico, ni estaba interesado en la muerte. Y dio la mejor respuesta de todos a la pregunta de por qué se había presentado voluntario para el proyecto.

—Mi esposa me obligó.

—¿Cuál es su opinión sobre las experiencias cercanas a la muerte?

—No lo sé —dijo él—. Nunca he pensado mucho en ellas. “Bien”, pensó Joanna, y le preguntó qué horario le vendría mejor.

—Muy silencioso, ¿no? —comentó Richard después de que se marchara.

—Nos valdrá. La gente tiene distintas capacidades descriptivas. —Se levantó—. Richard, voy a ir a… —empezó a decir, y su busca sonó.

Ya se había buscado problemas con Vielle aquel día por no contestarlo; sería mejor que viese quién era. Llamó a la operadora, que le dio el número de la habitación de Maisie.

 —dijo que era una emergencia y que tenía que llamarla de inmediato. Yo, por mi parte, agradecería que lo hiciera —dijo la operadora—. Lleva llamando toda la mañana, insistiendo que la llame a usted por el intercomunicador.

—De acuerdo. —Rió Joanna, y llamó a Maisie.

—¡Tienes que venir ahora mismo! —dijo una agitada Maisie—. La señora Sutterly ha descubierto cómo se llamaba el tripulante del Hindenburg que querías, y tienes que bajar para que yo pueda decírtelo.

—Ahora mismo no puedo, Maisie. Tengo una cita…

—¡Pero me voy a casa, y si no bajas ahora mismo será demasiado tarde! ¡Ya me habré ido!

Parecía verdaderamente inquieta.

—Muy bien, ahora voy —dijo Joanna—. Sólo puedo quedarme un par de minutos —añadió, aunque no había ninguna posibilidad de que pudiera escapar a tiempo para ver a la señora Woollam. Tendría que esperar hasta la tarde.

—Voy a bajar a despedirme de Maisie —le dijo a Richard—. Se va a casa.

—¿Y la entrevista con el señor Pearsall?

—Si no he vuelto cuando llegue, llámame —dijo, agitando el busca ante él para que viera que lo llevaba encima, y corrió hasta la quinta y cruzó el pasillo, pero estaba bloqueado por un caballete y más cinta amarilla.

—Están poniendo losas nuevas en el suelo —le dijo un técnico de laboratorio que venía por el otro lado—. ¿Quiere llegar al ala oeste? Tendrá que tomar el ascensor hasta la séptima o bajar a la tercera planta.

Joanna regresó a los ascensores y vio al señor Mandrake acercándose a ella. No había ningún lugar al que huir, ningún hueco de escaleras en el que escabullirse, ni siquiera una puerta abierta y, de todas formas, ya la había visto.

—Hola, señor Mandrake —dijo, tratando de no parecer un conejo acorralado.

—Me alegro de haberla encontrado —dijo él—. Llevo toda la mañana intentando localizarla.

—Éste no es un buen momento —dijo Joanna, mirando descaradamente su reloj—. Tengo una cita.

—¿Con un paciente de ECM? —preguntó él, interesado al instante.

—No —respondió Joanna, agradecida de que no la hubiera pillado entrando a ver a la señora Woollam. O a Maisie—. Una reunión, y ya voy tarde.

—Esto sólo será un momento —dijo él, plantándose delante—. Hay dos asuntos de los que tengo que hablar con usted. Primero, la señora Davenport me contó que no ha vuelto a verla para anotar el resto de su ECM. Ha recordado detalles adicionales sobre su regreso. El Ángel de Luz…