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—¿Qué sucedió entonces? —le estaba preguntando al señor Pearsall.

—Oí un sonido y luego me vi en un sitio oscuro.

—¿Puede describir el sonido?

—Era una especie de… rumor, como un camión al pasar… o un tableteo.

“O balas alcanzando el ala de un Wildcat”, pensó Richard, preguntándose qué era el sonido para que todos tuvieran tantos problemas para identificarlo. ¿Era un sonido completamente extraño?

—Y cuando llegué al final del túnel, había una verja bloqueando el camino. Quise atravesarla, pero no pude —dijo el señor Pearsall, pero sin ninguna ansiedad en la voz, y cuando Joanna le pidió que describiera la luz, explicó—: Fue más brillante que nada que yo haya visto, y me hizo sentirme en paz, cálido y seguro.

Pero cuando Richard revisó los escaneos, menos de la mitad de los centros de endorfinas beta estaban activos, y se veían o bien en azul o en verde, los niveles de actividad más bajos, y sólo había rastros mínimos de endorfinas beta y NPK. Si embargo, había niveles altos de endorfinas alfa, y de GABA, un inhibidor de las endorfinas.

Recuperó el análisis del escaneo más reciente de Amelia. No había endorfinas beta, ni NPK, y los niveles de endorfinas alfa eran bajos.

Y el nivel de cortisol se salía de la tabla.

13

Es divertido.

Últimas palabras de DOC HOLLYDAY.

Si Joanna tenía alguna esperanza de que los sujetos de un experimento controlado fueran más fáciles de entrevistar que los pacientes, las dos semanas siguientes la convencieron de lo contrario. No consiguió que el señor Sage hablara ni que el señor Wojakowski se callara, y la señora Troudtheim, a pesar de los intentos de Richard por ajustar su dosis, seguía sin tener una ECM.

—No sé qué ocurre —dijo Richard, disgustado, después del tercer intento—. Creía que el problema podía ser el sedante, ya que se despierta, así que aumenté la dosis la última vez, y esta vez he usado diprital en vez de zalepam, pero nada.

—¿Podría ser la señora Troudtheim una de esas personas que simplemente no tienen ECM? —preguntó Joanna—. El cuarenta por ciento de los pacientes que han tenido una parada cardíaca y luego han sido revividos no recuerdan nada.

—No, no es eso.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque sólo tenemos cinco voluntarios —dijo—. Voy a comprobar los niveles de cortisol. Tal vez la dosis siga siendo demasiado baja.

Pero eso sólo empeoró las cosas. Cuando Joanna entró en el laboratorio para la siguiente sesión de Amelia, él le preguntó bruscamente:

—¿No me dijiste que tus pacientes decían frecuentemente que la ECM no es un sueño?

—Sí. Fue una de las cosas que más me sorprendieron cuando empecé a entrevistarlos. Uno de los grandes argumentos de Mandrake para la realidad de la ECM era que todos sus sujetos decían que era real. Naturalmente, la experiencia subjetiva no es prueba de nada, como he intentado decirle, y supuse que había convencido a sus sujetos para que hicieran el comentario fuera como fuese. Pero cuando empecé las entrevistas, descubrí que no estaba exagerando: casi todos ellos dijeron voluntariamente que su experiencia fue real, “no como un sueño”.

—¿Y has podido conseguir que sean más concretos?

—¿Tienes algo de comer? —preguntó Joanna—. Me he pasado todo el almuerzo intentando localizar a la señora Haighton.

—Claro —dijo Richard, rebuscando en sus bolsillos—. Vamos a ver, zumo V-8, una bolsa de chucherías vanadas, galletas de queso y cacahuete… y una naranja. Escoge.

—Respondiendo a tu pregunta, no —dijo Joanna, rasgando el celofán de las galletas—. Siguen repitiendo que parece real. Puede que sea porque la ECM no tiene incongruencias ni discontinuidades.

—¿Discontinuidades?

—Sí, ya sabes, estás en pijama haciendo un examen final de una asignatura que nunca has tenido, y de repente estás en París, que está más o menos al sur de Denver y a la orilla del mar. Los sueños están llenos de sitios y momentos que cambian sin transición, yuxtaposiciones de cosas y personas, de lugares y momentos distintos, inconsistencias. —Tomó un sorbo de V-8—. Ninguno de mis sujetos informó jamás de esas cosas. La ECM parece desarrollarse de modo lógico y lineal.

Comió una galleta y luego dijo:

—También parece haber una retención mucho más larga en las ECM. La memoria de un sueño se desvanece rápidamente, normalmente a los pocos minutos de despertar, pero los que experimentan las ECM conservan el recuerdo durante días, a veces durante años. ¿Por qué esa pregunta sobre los sueños?

—Porque cuando cotejé los niveles de cortisol de la señora Troudtheim con el modelo, advertí que sus niveles de acetilcolina son iguales a los del sueño REM, y cuando comprobé los otros sujetos, tenían niveles altos similares.

—¿Entonces piensas que la ECM es similar a un sueño, a pesar de lo que dicen?

—No, porque no hay una caída paralela de norepinefrina, como habría soñando. No sé qué pensar. No hay ninguna correlación en los niveles de endorfinas, y encontré niveles de cortisol en todas las ECM del señor Wojakowski, a pesar de que dice que no siente ningún temor.

—Pero habla mucho de Zeros y de gente muerta —dijo Joanna.

—También los encontré en la última ECM de Amelia. No tengo ni idea de lo que está pasando.

Joanna tampoco. La sesión de Amelia del día anterior había sido la más eufórica hasta el momento. Cuando Joanna le pidió que describiera sus sensaciones, le sonrió a Richard y dijo feliz:

—¡Cálida, segura, maravillosa!

Ninguno de los demás había demostrado tampoco signos de ansiedad. Joanna había conseguido por fin ponerse en contacto con Ann Collins, la enfermera que había asistido a la sesión en la que el señor Wojakowski murmuró algo al despertar.

 —dijo “¡Orden de batalla!” —contó Ann, cosa que no resultaba demasiado sorprendente. Cuando Joanna preguntó en qué tono lo dijo, respondió—: Excitado, jubiloso.

Así que el cortisol no explicaba que Amelia dijera “oh, no”. Ni el “cincuenta y ocho” de Greg Menotti, cuyo significado todavía la atormentaba. Después de su segunda visita a la señora Woollam (muy breve porque iban a hacerle una radiografía del pecho), Joanna incluso fue a la capilla del hospital, tomó una Biblia y buscó el Salmo 58. Pero trataba de los pecados de los injustos, que iban a disolverse “como aguas derramadas”.

Joanna se pasó los siguientes minutos hojeando el resto de la Biblia, sintiéndose culpable, y descubrió que la mayoría de los capítulos no tenían un versículo 58 y que, los que lo tenían, solían decir cosas como: “Las puertas de Babilonia se quemarán con fuego, y la gente se esforzará en vano, y arderá”, lo cual no era precisamente reconfortante. Sobre todo lo de esforzarse en vano.

Pero aunque la respuesta no estuviera en la Biblia, estaba en alguna parte. La sensación de que sabía lo que significaba persistía y, a veces, al escuchar las interminables pausas del señor Sage o al escabullirse en un ascensor para escapar del señor Mandrake, casi sentía que lo tenía, que si tuviera una media hora sin interrupciones para concentrarse, podría descubrirlo.

Pero no tenía ni media hora. La señora Haighton llamó para decir que el jueves no podía ser, y Vielle, y Maisie, para decirle a Joanna que había vuelto al hospital.

—He vuelto a fibrilar —dijo la niña desenfadadamente—. Llevo aquí un día entero. ¿Respondes alguna vez al busca?