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—¿Eso fue en la batalla del mar de Coral? —preguntó Joanna, sintiéndose como una traidora, como un nazi torturando a un espía, intentando atraparlo cuando cometiera un error, cuando dijera una incongruencia. Y si le contaba una versión distinta esta vez, si nombraba una isla diferente, un tipo diferente de canoa, ¿qué demostraría? Sólo que su memoria estaba confusa. La batalla del mar de Coral había tenido lugar hacía sesenta años, y las fabulaciones crecían con el tiempo.

—Una de las cargas de profundidad alcanzó los depósitos de combustible —estaba diciendo el señor Wojakowski—, y el combustible salía por el costado. Se habría desangrado de muerte si no lo hubiéramos llevado a Pearl cuando lo hicimos. Chico, sí que nos alegramos de ver Diamond Head…

—¿Fue usted con el Yorktown de vuelta a Pearl Harbor? —estalló Joanna.

—Aja —dijo el señor Wojakowski—, y ayudé a repararlo con mis propias manos. Trabajamos sin descanso, soldando sus entrañas y reparando su quilla. Trabajé con la tripulación reparando sus cámaras estancas. Trabajamos setenta y ocho horas seguidas y todavía seguíamos trabajando cuando salimos de Oahu. Estaba tan cansado que cuando terminamos el trabajo dormí todo el camino de vuelta a Midway.

14

Mamá nunca contactó conmigo. Si… sucede algo… tienes que estar preparada. Recuerda el mensaje: Rosabelle, cree. Cuando oigas esas palabras… sabrás que es Houdini quien habla…

Palabras de HARRY HOUDINI a su esposa en su lecho de muerte, prometiéndole comunicarse con ella desde la otra vida.

—¿Se lo inventó todo? —dijo Richard—. ¿Incluso el haber estado en el Yorktown?

No lo sé —respondió Joanna, caminando de un lado a otro, las menos metidas en los bolsillos de su rebeca—. Lo único que sé es que no pudo estar en Pearl Harbor reparando el Yorktown y flotando en el mar a fe deriva a mil kilómetros de distancia al mismo tiempo.

—¿Pero tiene que significar que esté mintiendo? ¿No podría ser sólo un lapsus de memoria? Después de todo, tiene sesenta y cinco años, y la guerra fue hace más de cincuenta. Puede que haya olvidado dónde estuvo exactamente en un momento determinado.

—¿Cómo se olvida que te han derribado y que pierdes a tu copiloto y tu artillero? Le oíste contar esa historia. Fue el maldito mejor día de su vida.

—¿Estás segura de que dijo que estuvo en Pearl Harbor mientras reparaban el barco? —preguntó Richard—. Tal vez hablaba de manera general…

Pero ella negó violentamente con la cabeza.

—También me dijo que estaba a bordo del Yorktown el día en que bombardearon Pearl Harbor, y que estaba leyendo las tiras cómicas de los periódicos en casa. Los Katzenjammer Kids —añadió amargamente—. No me vayas a decir que no se acuerda de dónde estaba cuando se enteró de lo de Pearl Harbor. ¡Toda una generación recuerda dónde estaba en ese momento!

—Pero ¿por qué mentiría en algo así?

—No lo sé —dijo ella con tristeza—. Tal vez intenta impresionarnos. Tal vez ha escuchado tantas historias de guerra que las ha confundido todas. O tal vez es algo más serio, como Alzheimer, o un síncope. Lo único que sé es…

—Que no podemos utilizarlo —dijo Richard—. Mierda. Joanna asintió.

—Volví y comprobé las transcripciones y luego las cintas. Están llenas de discrepancias. Según el señor Wojakowski, fue —sacó del bolsillo un papel y empezó a leer—: piloto, artillero de segunda, encargado de farmacia especializado en entierros, señalizador y mecánico de aviones. También comprobé la película que dijo que estaban proyectando la noche del sábado anterior al bombardeo de Pearl Harbor. Desesperados no se rodó hasta 1943.

Hizo una bola con el papel.

—Me siento como una estúpida por no haberme dado cuenta antes. Me gano la vida distinguiendo si la gente dice la verdad o se inventa cosas, pero de verdad pensé… su lenguaje corporal, los detalles irrelevantes… —Sacudió la cabeza, asombrada—. Lo siento mucho. Me contrataste para evitar este tipo de cosas, y me engañó por completo.

—Al menos te has dado cuenta a tiempo. —La miró—. ¿Crees que también mintió en sus ECM? —Vio la respuesta en la cara de Joanna—. No te preocupes, sé que tiene que irse. Era sólo una pregunta.

—No lo sé —dijo Joanna sacudiendo la cabeza—, y no hay manera de saberlo sin confirmación externa. Algunas de las historias que nos contó sobre el Yorktown eran reales. Lo comprobé antes de venir a hablar contigo. Hubo de verdad un Jo-Jo Powers que “plantó su bomba en la cubierta” y murió al hacerlo, y es verdad que repararon el Yorktown y volvieron a Midway a tiempo para la batalla. Fue lo que inclinó la balanza a nuestro favor, porque la Armada japonesa creía haberlo hundido.

—Pero no hay manera de conseguir una confirmación externa de una ECM —terminó Richard—. Aparte de los escáneres, que no nos dicen lo que vio el sujeto.

—Lo siento muchísimo. Todo lo que he hecho desde que me uní a este proyecto es diezmar tu lista de sujetos, cuando debería haber pillado…

—Lo pillaste —dijo Richard—. Eso es lo importante. Y lo hiciste a tiempo, antes de que publicáramos ningún resultado. No te preocupes por eso. Todavía nos quedan cinco sujetos. Es más que suficiente…

Se detuvo al ver la expresión de la cara de ella.

—Sólo tenemos cuatro —dijo Joanna apenada—. Llamó el señor Pearsall. Su padre ha muerto, y tiene que quedarse en Ohio para el funeral y resolver sus asuntos.

Cuatro. Y eso incluía al señor Sage, a quien ni siquiera Joanna podía sacarle nada. Y la señora Troudtheim.

—¿Y la señora Haighton? ¿Has podido concertar ya una entrevista?

Ella negó con la cabeza.

—Sigue posponiéndola. Creo que no deberíamos contar con ella. Sólo somos un punto en una lista muy larga de actividades sociales. ¿Cómo va la autorización para los nuevos voluntarios?

—Despacio. Me han dicho que seis semanas más, si el consejo vota continuar con el proyecto.

—¿Qué quieres decir? Creía que tenías subvención para seis meses.

—La tenía —dijo él—. Esta mañana me llamó el director del instituto. Parece que la señora Brightman le ha estado contando a todo el mundo las grandes esperanzas que tiene puestas en el proyecto, y que ya hemos encontrado signos de fenómenos sobrenaturales.

—El señor Mandrake —dijo Joanna con los dientes apretados.

—Bingo. Así que ahora el director del instituto quiere un informe de progresos que podamos utilizar para tranquilizar al consejo de que estamos haciendo una investigación legítima.

—¿No le dijiste…?

—¿Qué? ¿Que la mitad de nuestros sujetos resultaron ser lunáticos, espías y psíquicos? ¿Que al proceso le pasa algo que impide que nuestro mejor sujeto responda? —dijo él amargamente—. ¿O quieres que les hable del imaginativo señor Wojakowski? No sabía lo suyo cuando llamó el director.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que haya que entregar ese informe de progresos?

—Seis semanas. Nada más.

—Tienes los escaneos de Amelia, y los del señor Sage, y uno del señor Pearsall. Tal vez no tarde mucho en resolver los asuntos pendientes de su padre.

Cierto, y después de acabar de enterrar a su padre, será clarísimamente un observador imparcial —dijo Richard, y entonces se sintió avergonzado de sí mismo. No era culpa de Joanna. Era él quien había aprobado una lista de gente poco de fiar.

—Lo siento.