Tish asintió, y Joanna se levantó de la mesa y cruzó el laboratorio hasta el cuartito adjunto, arrebujándose en la manta. Entró en el camarín, cerró la puerta y extendió la mano para tomar su blusa. Al hacerlo, vio su imagen en el espejo de la puerta y la sensación de reconocimiento volvió a asaltarla. “Lo sé, sé dónde está”, pensó.
La sensación sólo duró un instante. En el tiempo que tardó en darse le vuelta y mirar directamente el espejo se disolvió, y ella se quedó contemplando su imagen, preguntándose qué era lo que la había disparado. ¿La manta o la puerta?
En cuanto se vistió, se lo contó a Richard.
—¿Podría haber sido el mismo espejo? —dijo él, mirando el espejo de la puerta—. ¿Viste un espejo en tu ECM? ¿O el reflejo de algo?
—Das pistas —dijo Joanna—. No.
—¿Pero era la misma sensación de deja, vu?
—No es deja vu. Nunca he estado allí, pero sabía dónde estaba. Era como saber que estás en París porque reconoces la torre Eiffel, aunque nunca hayas estado allí anteriormente. Excepto que no puedo situarlo —dijo mansamente.
—¿Sigues teniendo esa sensación?
—No, viene y va.
—Interesante. Quiero que me avises si vuelve a suceder.
—O si descubro dónde está —dijo ella, y se pasó el resto de la tarde y la noche tratando de situarlo. Tenía algo que ver con una manta y un suelo de madera. Y un palacio. No, un palacio no, pero sí algo con la palabra palace. ¿El hotel Palace? Pero no era un hotel. ¿El teatro Palace?
No llegó a ninguna parte. “Es el síndrome de la olla a presión”, pensó, mientras iba en coche al trabajo al día siguiente, y decidió no pensar en el asunto con la esperanza de que el escurridizo recuerdo apareciera espontáneamente. Se concentró en transcribir su relato y en ayudar a preparar a la señora Troudtheim, quien se recuperó rápidamente sin recordar haber tenido una ECM.
—Fue igual que la última vez —dijo—. Estaba allí tendida en la oscuridad, tratando de no quedarme dormida, pero supongo que debí de dormirme. Lo siento mucho. Incluso eché una cabezadita esta mañana para que no me pasara.
—Estaba usted tendida en la oscuridad —dijo Joanna—. ¿Cambió la oscuridad en algún momento? ¿Se hizo más oscura? ¿O adquirió una cualidad distinta?
—No.
—Dice que se quedó dormida. ¿Tiene algún recuerdo de haberse quedado dormida?
—No. Estaba allí tumbada, y de pronto me desperté.
—¿La despertó algo? ¿Un movimiento? ¿Un sonido?
—No.
—Buen intento —dijo Richard cuando la señora Troudtheim se marchó—, pero no sirve de nada. No recuerda.
“Ni yo tampoco”, pensó Joanna, mientras pasaba la pobre transcripción de la señora Troudtheim. No pensar en el túnel no le había funcionado mejor que intentar situar el pasillo.
Hizo una búsqueda global de “suelo” y luego de “manta”, pero no encontró ninguna correlación. Probó con “hace mucho frío”. Nada. Buscó luego “frío”, y esta vez encontró varios casos. La mayoría eran referencias vagas a sensaciones que los sujetos habían tenido en el túnel o al regresar, y un par aparecían en las notas de Joanna. “Durante la entrevista el sujeto me preguntó repetidas veces si pensaba que hacía frío en la habitación”, y “el sujeto parecía tener frío, se puso una bata, y luego metió las manos dentro de las mangas”.
Todo lo cual era muy interesante, pero no le decía dónde estaba el túnel, y cuando Richard le dijo que quería someterla al experimento otra vez al día siguiente, su primer pensamiento fue: “Tal vez cuando vuelva a verlo, lo sepa.” El segundo fue: “Pero primero voy a identificar ese sonido de una vez por todas”, y mantuvo ese pensamiento en mente mientras Tish colocaba los electrodos, la intravenosa y le ponía el antifaz para dormir.
—El sonido —murmuró para sí mientras Tish le colocaba los auriculares—. Primero identifica el sonido, luego el pasillo.
Hubo un sonido, y apareció en el pasillo. La rendija de luz allí donde el suelo se encontraba con la puerta parecía extrañamente lejana, pero ella sabía que debía de estar más cerca de la puerta que la última vez. Oía claramente el sonido de voces detrás de la puerta.
¡El sonido! Había querido escuchar el sonido, y se había vuelto a olvidar. Se volvió para mirar atrás, al túnel oscuro.
Era un sonido que… ¿qué? Recordaba claramente haber oído algo, ¿pero qué era?
—¿Fue un zumbido o un timbre? —dijo, frustrada, y su voz sonó sorprendentemente fuerte en el pasillo. Miró hacia la puerta y la luz, casi esperando que las voces se detuvieran sorprendidas, pero continuaron hablando.
—Seguro que no es nada —dijo el hombre, y Joanna se preguntó si estaría hablando de ella.
—¿No deberíamos enviar a alguien a averiguarlo? —dijo otro hombre. “Tal vez sus voces son lo que oí al llegar”, pensó Joanna, y supo que no era así. No habían empezado hasta la mitad la última vez, y la primera vez no había oído nada. Después de que el sonido cesara, el pasillo estuvo completamente en silencio.
Y era un sonido, no voces. Un sonido como… No podía recordarlo. Pero venía de allí, y contempló el pasillo. Venía del fondo de…
Y volvió al laboratorio. “Oh, no —pensó—, he salido, igual que la señora Troudtheim.”
—Lo siento —dijo, pero Tish la ignoró y continuó quitando los auriculares y despegando los electrodos como si no hubiera sucedido nada catastrófico.
—¿Estás despierta? —preguntó Richard desde la consola, y tampoco él parecía molesto.
—¿Has cambiado la dosis? —preguntó Joanna, buscando el borde de la mesa para sentarse.
—¿Por qué? —dijo Richard, apareciendo junto a ella—. ¿Ha sido diferente tu experiencia?
—No, pero cuando he vuelto a…
—Espera —dijo él, buscando la minigrabadora en su bolsillo—. Desde el principio.
Ella lo miró sin comprender.
—¿No he sido expulsada?
—¿Expulsada? No. ¿No has experimentado una ECM esta vez?
—Sí, he estado en el pasillo —dijo Joanna, y él le acercó la grabadora a la boca—, y me he dado la vuelta para ver de dónde procedía el sonido. Esta vez estaba decidida a identificarlo, y he empezado a recorrer el pasillo hacia él, y…
—¿Lo has identificado? —cortó Richard.
—No. Es tan extraño. Sé que lo oigo, pero cuando trato de reconstruirlo, no puedo.
—¿Porque es un sonido extraño que nunca has oído antes?
—No, no es eso. Es como cuando te despiertas en mitad de la noche y sabes que algo te ha despertado, pero ya no puedes oírlo, ni lo oíste realmente porque estabas dormida, así que no sabes si fue una rama rozando contra la ventana o el gato derribando algo en la encimera. Eso es lo que parece.
—¿Entonces piensas que el sonido es algo que oyes antes de entrar en el estado ECM?
Joanna reflexionó sobre eso.
—Tal vez. No estoy segura. —Lo miró, pensativa—. Cuando el paciente al que estaba entrevistando en Urgencias tuvo un paro cardíaco y una enfermera pulsó la señal de alarma, recuerdo que pensé que tal vez eso era lo que la gente oía en sus ECM. Una especie de mezcla de timbrazo y zumbido.
—No hay ningún código de alarma aquí —dijo Tish. Richard la miró sorprendido, como si hubiera olvidado su presencia—. No habría tampoco podido oír una alarma, si la hubiera habido. Llevaba auriculares, ¿recuerda?
—Tiene razón —dijo Joanna—. No puede ser un sonido externo. Es…
—Y dijiste que ninguno de los pacientes a los que entrevistaste pudo describirlo tampoco —dijo Richard, pensativo.
—No con seguridad —dijo Joanna—, ni de manera coincidente. Ahora me siento culpable por haberme mostrado tan impaciente con ellos.