—Sesenta sobre cuarenta y bajando.
—No —dijo Greg débilmente—. Demasiado lejos para que ella llegue.
Y luego la firme línea plana del monitor cardíaco.
2
Sobre el río Forked. Rumbo a Lakehurst.
—¿Está segura de que le dijo que yo la andaba buscando? —le preguntó Richard a la enfermera.
—Estoy segura, doctor Wright. Le dí su número cuando estuvo aquí esta mañana.
—¿Y cuándo fue eso?
—Hace como una hora. Estaba entrevistando a una paciente.
—¿Y no sabe adonde fue luego?
—No. Puedo darle el número de su busca.
—Ya tengo el número de su busca —dijo Richard. Llevaba toda la mañana intentando llamarla sin conseguir respuesta—. No creo que lo lleve encima.
—Las reglas del hospital exigen que todo el personal lleve su busca en todo momento —dijo la enfermera con tono de reproche, y extendió la mano hacia un talonario de recetas como para registrar la infracción.
“Bueno, sí”, se dijo él, y si ella lo llevaba eso haría que su vida fuera mucho más sencilla, pero era una regla ridícula: él desconectaba su propio busca la mitad de las veces. De lo contrario le interrumpían constantemente. Y si metía en problemas a la doctora Lander, ella no se sentiría inclinada a trabajar con él.
—Intentaré llamarla otra vez —dijo rápidamente—. Dijo usted que estaba entrevistando a una paciente. ¿Qué paciente?
—La señora Davenport. En la 314.
—Gracias —dijo él, y recorrió el pasillo hasta la habitación 314—. ¿Señora Davenport? —le dijo a una mujer canosa postrada en cama—. Estoy buscando a la doctora Lander, y…
—Y yo también —respondió la señora Davenport algo molesta—. Llevo llamándola toda la tarde.
De vuelta a la casilla número uno.
—Me dijo que podía hacer que la enfermera la llamara por el busca si recordaba algo más sobre mi experiencia cercana a la muerte —dijo la señora Davenport—, y he estado aquí sentada recordando todo tipo de cosas, pero ella no ha venido.
—¿Y no dijo adonde iba después de entrevistarla?
—No. Su busca sonó cuando yo iba por la mitad, y tuvo que marcharse corriendo.
Su busca sonó. Así que, al menos en ese momento, lo tenía conectado. Y si había salido corriendo, debía de tratarse de otro paciente. ¿Alguien que había entrado en parada y lo habían revivido? ¿Dónde podría ser? ¿En la UCI?
—Gracias —dijo él, y se encaminó hacia la puerta.
—Si la encuentra, dígale que he recordado que tuve una experiencia extracorporal. Fue como si estuviera flotando sobre la mesa de operaciones, mirando hacia abajo. Pude ver a los médicos y las enfermeras operándome, y el doctor dijo: “No sirve de nada, la hemos perdido”, y fue entonces cuando oí aquel zumbido y entré en el túnel. Yo…
—Se lo diré —dijo Richard, y salió al pasillo y regresó al puesto de las enfermeras.
—La señora Davenport dice que llamaron por el busca a la doctora Lander cuando la estaba entrevistando —le dijo a la enfermera—. ¿Tiene un teléfono que pueda usar? Tengo que llamar a la UCI.
La enfermera le tendió un teléfono y se dio media vuelta.
—¿Puede decirme cuál es la extensión de la UCI? Yo no…
—La 4502 —dijo una enfermera rubia que se acercaba al puesto—. ¿Está buscando a Joanna Lander?
—Sí —contestó él, agradecido—. ¿Sabe dónde está?
—No —dijo ella, mirándolo a través de sus largas pestañas—, pero sé dónde podría estar. En Pediatría. La llamaron de allí antes.
—Gracias —respondió él, colgando el teléfono—. ¿Puede decirme cómo llegar a Pediatría? Soy nuevo aquí.
—Lo sé —dijo ella, sonriendo con recato—. Es usted el doctor Wright, ¿verdad? Yo soy Tish.
—Tish, ¿en qué planta está Pediatría? Los ascensores están por allí, ¿verdad?
—Sí, pero Pediatría está en el ala oeste. La forma más sencilla de llegar es pasar por Endocrinología —dijo ella, señalando en la otra dirección—, luego suba las escaleras hasta el quinto, y cruce… —Se detuvo y le sonrió—. Será mejor que le acompañe. Es complicado.
—Ya me he dado cuenta —dijo él. Había necesitado casi media hora y preguntar a tres personas diferentes para llegar desde su despacho a Medicina Interna. “No se puede llegar desde aquí”, le había dicho una enfermera con bata rosa. El creyó que estaba bromeando. Ahora sabía que no.
—Eileen, voy a subir a Pediatría —le dijo Tish a la enfermera jefa, y le acompañó pasillo abajo—. Todo es porque el hospital Mercy General era antes el South General y Mercy Lutheran y además una guardería, y cuando los unieron no derribaron nada. Simplemente levantaron todos esos pasillos superiores y los corredores de conexión para que la cosa funcionara. Fue como hacer un bypass o algo por el estilo.
Abrió una puerta que decía “Sólo personal del hospital”, y empezó a subir las escaleras.
—Estas escaleras llevan al cuarto, quinto y sexto pisos, pero no al séptimo y el octavo. Si quiere ir a esas plantas, tiene que bajar por el pasillo en el que estábamos y usar el ascensor de servicio. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
—Seis semanas.
—¿Seis semanas? —dijo Tish—. ¿Entonces cómo es que no nos hemos visto antes? ¿Cómo es que no lo he visto en la Hora Feliz?
—No he podido encontrarla —dijo él—. Suerte tengo de encontrar mi despacho.
Tish dejó escapar una risita tintineante.
—Todo el mundo se pierde en el Mercy General. Lo más que la gente suele saber es cómo llegar del aparcamiento a la planta en la que trabaja y volver —dijo ella, adelantándose en las escaleras. “Para que pueda verle las piernas”, pensó él—. ¿Cuál es su especialidad médica?
—Soy neurólogo. Estoy aquí por un proyecto de investigación.
—¿De verdad? —dijo ella ansiosamente—. ¿Necesita una ayudante?
“Necesito un compañero”, pensó él.
Tish abrió una puerta marcada como “5” y lo condujo al pasillo.
—¿Qué clase de proyecto es? —preguntó—. La verdad es que quiero pedir el traslado.
Él se preguntó si estaría tan ansiosa por pedir el traslado después de enterarse de qué trataba el proyecto.
—Estoy investigando las experiencias cercanas a la muerte.
—¿Está intentando demostrar que hay vida después de la muerte? —preguntó Tish.
—No —replicó él, sombrío—. Es una investigación científica. Estoy investigando las causas físicas de las experiencias cercanas a la muerte.
—¿De veras? ¿Y qué cree que las causa?
—Eso es lo que estoy intentando averiguar. Estimulación del lóbulo temporal, para empezar, y anoxia.
—Oh —dijo ella, otra vez ansiosa—. Cuando dijo usted experiencias cercanas a la muerte, pensé que se refería a lo que hace el señor Mandrake. Ya sabe, creer en la vida después de la muerte y todo eso.
“Igual que todo el mundo —pensó Richard con amargura—, y por eso cuesta tanto trabajo que subvencionen la investigación de las ECM. Todos piensan que está lleno de gente que ve túneles y colorines, y tienen razón. El señor Mandrake y su libro, La luz al final del túnel, son los típicos ejemplos.” Pero ¿qué había de Joanna Lander?
Tenía buenas referencias, licenciada en Emory y doctorada en psicología cognitiva por Stanford, pero un doctorado, ni siquiera un doctorado en medicina era garantía de cordura. Mira al doctor Seagal. Y a Arthur Conan Doyle.
Doyle era médico. Había creado a Sherlock Holmes, por el amor de Dios, el creyente definitivo en la ciencia y el método científico, y sin embargo creía que era posible comunicarse con los muertos y las hadas.