—Mire —dijo Maisie—. Esta es la Inundación de la Gran Melaza. Sucedió en 1919. —Señaló una borrosa foto en blanco y negro de lo que parecía aceite—. Tres enormes depósitos llenos de melaza… eso es una especie de jarabe —confesó.
Richard asintió.
—Esos enormes depósitos se rompieron y toda la melaza se salió y ahogó a todo el mundo. Veintiuna personas. No sé si algunos serían niños pequeños. Debe de ser curioso ahogarse en jarabe, ¿no le parece? —preguntó, mientras su respiración empezaba a emitir un silbidito peculiar.
—¿No te dijo la enfermera que te quedaras en la cama?
—Enseguida me acuesto. ¿Cuál es su desastre favorito? El mío es el del Hindenburg —dijo la niña, volviendo a la foto en la que el dirigible caía de cola, envuelto en llamas—. Había un miembro de la tripulación en la parte del globo cuando estalló y todos los demás cayeron, pero él se agarró a las cosas de metal. —Señaló el armazón metálico visible entre las llamas.
—Los puntales.
—Se quemó las manos, pero no se soltó. Tengo que hablarle de él a Joanna cuando venga.
—¿Cuándo dijo que iba a venir?
Ella se encogió de hombros, inclinada sobre la foto, tocándola prácticamente con la nariz, como si estuviera buscando al desdichado tripulante entre las llamas. O al perro.
—No sé si sabe que estoy aquí. Le dije a la enfermera Barbara que la llamara. A veces ella desconecta el busca, pero siempre viene a verme en cuanto se entera de que estoy aquí, y tengo un montón de fotos más del Hindenburg que enseñarle. Mire, éste es el capitán. Murió. ¿Sabía…?
El la interrumpió.
—Maisie, tengo que irme.
—Espere, no puede irse todavía. Sé que ella vendrá muy pronto. Siempre viene en cuanto…
Barbara asomó la cabeza por la puerta.
—¿Doctor Wright? Hay un mensaje para usted.
—¿Ve? —dijo Maisie, como si eso demostrara algo.
—Me parece que te dije que volvieras a la cama —dijo Barbara, y Maisie se metió rápidamente en la cama—. Doctor Wright, Tish Vanderbeck me pidió que le dijera que se ha puesto en contacto con la doctora Lander y que tiene que subir a Medicina Interna.
—Gracias —dijo él—. Maisie, tengo que ir a ver a la doctora Lander. Me ha gustado mucho hablar contigo.
—Espere, no puede irse todavía. No le he hablado de la niña y los niños pequeños.
Parecía verdaderamente molesta, pero él no quería perder de nuevo a la doctora Lander.
—Muy bien —dijo—. Me lo cuentas rápido y luego me voy.
—Vale. Bueno, la gente tuvo que saltar porque todo estaba en llamas. La niña saltó, pero los niños pequeños estaban demasiado asustados para hacerlo, y a uno de ellos se le quemó el pelo, así que su madre lo lanzó. El tipo de la tripulación también estaba ardiendo, sus manos, pero no se soltó. —Alzó la cabeza, inocentemente—. ¿Cómo cree que debe de ser eso de quemarse?
—No lo sé —dijo Richard, preguntándose si hablar de cosas tan desagradables con una niña enferma era buena idea—. Terrible, supongo.
Maisie asintió.
—Creo que yo me soltaría. Estaba aquel otro tipo… Hablando de soltarse…
—Maisie, tengo que ir a buscar a la doctora Lander. No quiero perderla.
—¡Espere! Cuando la vea, dígale que tengo algo que decirle. Sobre las experiencias cercanas a la muerte. Dígale que estoy en la habitación 456.
—Lo haré —dijo él, y se encaminó hacia la puerta.
—Es sobre el tipo de la tripulación. Estaba en la parte del globo cuando el Hindenburg explotó y…
A ese ritmo, pasaría allí el día entero.
—Tengo que irme, Maisie —dijo, y no esperó a que ella protestara. Corrió pasillo abajo, giró a la izquierda y se perdió inmediatamente. Tuvo que pararse y preguntar a un celador cómo llegar al pasillo de conexión.
—Vuelva por este pasillo, gire a la derecha y luego siga hasta el fondo —dijo el celador—. ¿Adónde intenta llegar?
—A Medicina Interna.
—Eso está en el edificio principal. La forma más rápida es bajar por este pasillo y girar a la izquierda hasta que vea una puerta que dice “Personal”. Hay una escalera. Le llevará a la segunda planta. Siga entonces el corredor y luego corte camino por Radiología hasta el ascensor de servicio, luego suba a la tercera.
Richard lo hizo, corriendo prácticamente en el último tramo, temeroso de que la doctora Lander se hubiera ido ya. No había llegado todavía.
—O al menos no la he visto —dijo la enfermera encargada—. Puede que esté con la señora Davenport.
Richard se acercó a la habitación de la señora Davenport, pero ella no estaba allí.
—Ojalá viniera —dijo la señora Davenport—. Tengo tantas cosas que contarles a ella y al señor Mandrake. Mientras flotaba por encima de mi cuerpo, oí al doctor decir…
—¿El señor Mandrake?
—Maurice Mandrake. Escribió La luz al final del túnel. Va a entusiasmarle que yo haya recordado…
—Creí que la estaba entrevistando la doctora Lander.
—Me entrevistan los dos. Trabajaban juntos, ¿sabe?
—¿Trabajan juntos?
—Sí, eso creo. Los dos vienen y me entrevistan.
“Eso no significa que trabajen juntos”, pensó Richard.
—… aunque he de decir que ella no es tan simpática como el señor Mandrake. A él le interesa tanto todo lo que digo…
—¿Le dijo ella que trabajaban juntos?
—No exactamente —dijo la mujer. Parecía confusa—. Supuse… el señor Mandrake está escribiendo un nuevo libro sobre los mensajes del Otro Lado.
Ella no sabía con certeza que estuvieran trabajando juntos, pero si eso era siquiera una posibilidad… Mensajes de los muertos, por el amor de Dios.
—Discúlpeme —dijo él bruscamente, y salió de la habitación para chocar directamente con un hombre alto y canoso vestido con un traje de rayas—. Lo siento —se excusó Richard, y se dispuso a continuar, pero el hombre lo agarró por el brazo.
—Usted es el doctor Wright, ¿verdad? —dijo, estrechando la mano de Richard en un confiado apretón—. Iba a verlo. Quiero discutir sobre su investigación.
Richard se preguntó quién era. ¿Un colega investigador? No, el traje era demasiado caro, el pelo demasiado repeinado. Un miembro del consejo del hospital.
—Tenía intención de ir a verlo después de visitar a la señora Davenport, y aquí está usted —dijo—. Supongo que habrá estado escuchando el testimonio de su ECM, o, como yo prefiero llamarla, su ECO V, experiencia cercana a la otra vida, porque eso es lo que son. Un atisbo de la otra vida que nos espera, un mensaje de más allá de la tumba.
“Maurice Mandrake”, pensó Richard. Mierda. Tendría que haberlo reconocido por las fotos de la solapa de sus libros. Y debía prestar más atención por dónde iba.
—Me encanta que se haya unido a nosotros en el Mercy General —decía Mandrake—, y que la ciencia por fin reconozca la existencia de la otra vida. La ciencia y el estamento médico suelen cerrarse en banda cuando se trata de la inmortalidad. Me alegro de que usted no. ¿Qué abarca exactamente su investigación?
—En realidad ahora mismo no puedo hablar. Tengo una cita —dijo Richard, pero Mandrake no tenía ninguna intención de dejarlo marchar.
—El hecho de que la gente que ha tenido experiencias cercanas a la muerte informe consistentemente que ha visto las mismas cosas demuestra que no se trata de una simple alucinación.
—¿Doctor Wright? —llamó la enfermera encargada desde el puesto—. ¿Sigue buscando todavía a la doctora Lander? La hemos localizado.