Ella se mordió el labio y asintió.
– Creo que el doctor Hunter ya les ha dado los resultados de los análisis.
Caitlin volvió a asentir sin establecer contacto visual. Luego rebuscó en su bolso de tela de rayas de cebra y sacó su teléfono móvil.
El médico abrió los ojos, extrañado, mientras Caitlin apretaba unos botones y leía la pantalla.
– Sí -respondió con expresión distante, como si lo dijera para sí misma-. Sí, ya me ha contado.
– Sí -intervino Lynn enseguida-. Nos lo ha dicho, nos ha puesto al corriente… Ya sabe, de lo que usted le ha dicho. Gracias por recibirnos tan pronto.
En algún lugar del exterior, por la calle, sonó la alarma de un coche. El especialista miró de nuevo a Caitlin un momento, observando cómo enviaba un mensaje de texto y luego volvía a meter el teléfono en el bolso.
– Tenemos que actuar rápido -dijo.
– Realmente no entiendo qué es lo que ha cambiado -replicó Caitlin-. ¿Puede explicármelo en plan fácil? ¿Como en lenguaje para «tontos»?
Él sonrió.
– Haré lo que pueda. Tal como sabes, durante los últimos seis años has sufrido de colangitis esclerosante primaria, Caitlin. En principio tenías una forma juvenil más leve (si la podemos llamar así), pero últimamente ha evolucionado a gran velocidad y se ha convertido en la forma adulta avanzada. Hemos intentado mantenerla controlada con una combinación de fármacos y cirugía durante los últimos seis años, esperando que tu hígado se curara solo, pero eso sucede muy raramente y me temo que no ha sido tu caso. Tu hígado está muy deteriorado, hasta el punto de que tu vida correría peligro si no hiciéramos algo.
De pronto, la voz de Caitlin se volvió muy débiclass="underline"
– Entonces voy a morir, ¿no?
Lynn le cogió la mano y se la apretó fuerte.
– No, cariño, no vas a morir. De ningún modo. Te pondrás bien -dijo, buscando con los ojos la confirmación en el médico.
El doctor respondió, impasible:
– Me he puesto en contacto con el Royal South London Hospital y he conseguido que te admitan esta noche para una evaluación y ver si se puede efectuar un trasplante.
– Odio ese hospital de mierda -dijo Caitlin.
– Es la mejor unidad del país -rebatió el médico-. Hay otros hospitales, pero nosotros solemos trabajar con éste.
Caitlin volvió a rebuscar en su bolso.
– El caso es que esta noche no puedo. Luke y yo vamos a un club. El Digital. Toca una banda que quiero ver.
Hubo un breve silencio. Entonces, el facultativo dijo, con mucha más delicadeza de la que Lynn le creía capaz:
– Caitlin, no estás nada bien. Sería una imprudencia salir. Tengo que llevarte al hospital enseguida. Quiero encontrarte un nuevo hígado lo más rápidamente posible.
Caitlin lo miró un momento a través de sus ojos, de un amarillo ictérico.
– ¿Qué quiere decir «bien»?
El médico, transformando su gesto en una sonrisa, dijo:
– ¿Realmente quieres que te lo defina?
– Sí. ¿Qué quiere decir «bien»?
– Estar viva y no encontrarte mal sería un buen principio -dijo él-. ¿Qué tal te suena eso?
Caitlin se encogió de hombros.
– Sí, bueno, bastante bien. -Asintió, asimilando las palabras. Era evidente que estaba analizándolas.
– Si conseguimos trasplantarte un hígado, Caitlin -prosiguió él-, es muy probable que empieces a sentirte bien de nuevo y vuelvas a la normalidad.
– ¿Y si no? ¿Si no… me hago el trasplante?
Lynn quería meter baza y decir algo, contarle a su hija lo que sucedería exactamente. Pero sabía que tenía que guardar silencio y quedarse de espectadora.
– Entonces -dijo él, crudamente-, me temo que morirás. Creo que te queda poco tiempo de vida. Unos meses como máximo. Pero podría ser mucho menos.
Se produjo un largo silencio. Lynn de pronto sintió la mano de su hija apretando la suya y le devolvió el apretón con toda la fuerza que pudo.
– ¿Me moriré? -preguntó Caitlin, en un susurro tembloroso. Se giró hacia su madre, atónita, y se la quedó mirando.
Lynn le sonrió, incapaz de pensar en aquel momento qué podía decirle a su hija.
– ¿Es cierto? -insistió Caitlin, nerviosa-. ¿Mamá? ¿Es eso lo que ya te habían dicho?
– Estás muy grave, cariño. Pero si te hacen un trasplante te pondrás bien. Podrás tener una vida completamente normal.
Caitlin se quedó en silencio. Se llevó un dedo a la boca, algo que Lynn no le había visto hacer en años. Se oyó un pitido, y luego un fax en un estante próximo al doctor imprimió una hoja de papel.
– He estado consultando Internet -dijo Caitlin, de pronto-. Me he informado sobre los trasplantes de hígado. Los sacan de gente muerta, ¿verdad?
– En su mayoría, sí.
– ¿Así que me van a poner el hígado de un muerto?
– En primer lugar, no hay ninguna garantía de que tengamos la suerte de conseguirte un hígado.
Lynn se lo quedó mirando en silencio, pasmada.
– ¿Qué quiere decir con eso de que «no hay ninguna garantía»?
– Ambas tienen que entender -dijo, con una seguridad que hizo que a Lynn le entraran ganas de ponerse en pie y darle una bofetada- que los hígados escasean y que tienes un grupo sanguíneo poco frecuente, lo que dificulta aún más las cosas. Depende de si te puedo poner en una lista prioritaria, algo que espero. Pero técnicamente tu estado es «crónico», y los pacientes con un fallo hepático «agudo» suelen ser prioritarios. Tendré que luchar para conseguirlo. Por lo menos cumples varios de los factores positivos, al ser joven y no tener otros problemas de salud.
– Así que, si tengo suerte y consigo uno, ¿es probable que me pase el resto de la vida con el hígado de una muerta en mi interior?
– O de un muerto -puntualizó él.
– Fantástico.
– ¿No es mejor que la alternativa, cariño? -preguntó Lynn, al tiempo que intentaba cogerle la mano de nuevo, pero Caitlin la rechazó.
– ¿Así que va a ser de algún donante de órganos?
– Sí -dijo Neil Granger.
– ¿De modo que el resto de mi vida voy a tener que vivir sabiendo que alguien murió y que me colocaron un pedazo del cadáver dentro?
– Te puedo dejar algún libro sobre el tema, Caitlin -dijo él-. Y cuando vayas al Royal, conocerás a mucha gente, entre ellos asistentes sociales y psicólogos, que te explicarán todo lo que significa. Pero tienes que recordar algo importante: para los seres queridos y las familias de las personas que han muerto, en muchos casos es un gran consuelo saber que la muerte no ha sido del todo inútil, que la muerte de esa persona ha hecho posible que otra viva.
Caitlin se quedó pensativa unos momentos. Luego dijo:
– Estupendo. ¿Quiere que me trasplanten un hígado para que otra persona pueda llevar mejor la muerte de su hija, de su marido o de su hijo?
– No, ése no es el motivo. Quiero que te lo hagan para poder salvarte la vida.
– La vida es una mierda, ¿no? -dijo Caitlin-. Es una buena mierda.
– La muerte es una mierda aún mayor -replicó el médico.
13
Susan Cooper había descubierto que desde aquella ventana había una buena vista, más allá de los ascensores de la séptima planta del Royal Sussex County Hospital, sobre las azoteas de Kemp Town y hasta el canal de la Mancha. El mar había estado todo el día de un azul brillante y luminoso, pero ya eran las seis de la tarde de un día de noviembre, y la oscuridad lo había convertido en una balsa de color tinta que se extendía hasta el infinito, más allá de las luces de la ciudad.
Ahora tenía la vista perdida en aquella enorme extensión de negro. Tenía las manos apoyadas en el radiador, no por el calor que desprendía, sino simplemente para apoyar su cuerpo exhausto. Se quedó mirando en silencio, sin fuerzas, a través del reflejo de su rostro en la ventana, sintiendo el efecto del aire frío a través del fino cristal. Y poco más.