Grace le dijo que sí y pusieron fin a la conversación. Luego se acabó el almuerzo y, casi al instante, con el estómago hinchado, empezó a lamentar haberse comido el donut.
Consultó su agenda electrónica y vio una nota que le recordaba que tenía que enviar una petición a Cellmark Forensic Services, el laboratorio privado de Abingdon que actualmente se ocupaba de los análisis de ADN para el DIC, para el control que realizaba cada seis meses sobre los perfiles de ADN de sus casos abiertos.
Aunque los autores de los crímenes hubieran eludido a la justicia hasta el momento, siempre cabía la posibilidad de que la Policía hubiera tomado muestras de ADN de algún familiar por algún otro delito -incluso por algo relativamente poco importante como una detención por conducir bajo los efectos del alcohol-. Los padres, los hijos y los hermanos podrían aportar una coincidencia suficiente y aunque aquello supusiera un gasto considerable para el presupuesto anual del cuerpo para análisis forenses, ocasionalmente arrojaba resultados positivos que justificaban la inversión. Le envió un correo electrónico a su ayudante con las instrucciones para que mandara la solicitud.
Tal como había pensado muchas veces, el trabajo de investigador era un poco como la pesca. Tirar la caña una y otra vez, y mucha paciencia. Echó un vistazo a la trucha común de tres kilos y trescientos gramos, disecada y montada en una urna de cristal colgada de la pared en su oficina, y a su lado, a una enorme carpa también disecada que Cleo le había regalado hacía poco, con el patético juego de palabras Carpe diem grabado en la placa de latón de la base. Él a veces hacía referencia a la trucha, cuando recibía a investigadores novatos, recién diplomados, y recurría a una broma ya muy gastada sobre la paciencia y el gran pez.
Volvió a concentrarse en el caso del Varón Desconocido e hizo una serie de llamadas telefónicas para congregar a su equipo de investigaciones. Mientras tanto siguió mirando a los malditos pescados, pasando con la mirada de uno al otro y viceversa. Agua. Los peces vivían en el agua. En el mar y en los ríos. Entonces se dio cuenta de por qué seguía mirándolos.
Unos años atrás había aparecido en el Támesis el torso de un chico africano, sin cabeza ni miembros. Grace estaba seguro de recordar, con toda la publicidad que se había hecho del caso, que a aquel chico también le habían extraído los órganos internos. Había resultado ser un oscuro asesinato ritual.
Grace sintió de pronto una ráfaga de adrenalina y se puso a buscar la información del caso en su ordenador. Estaba seguro de que la tenía guardada en algún sitio.
31
A veces Roy Grace se preguntaba si los ordenadores tenían alma. O, cuando menos, cierto sentido del humor. Aún no había dado al Varón Desconocido la categoría de «caso importante», pero como la investigación ya había emprendido los cauces formales ordinarios, el protocolo requería que se le asignara un nombre. El ordenador de la Policía de Sussex tenía un programa que se encargaba de aquello, y el nombre que le asignó al caso resultó ser de lo más indicado: Operación Neptuno.
Hombro con hombro alrededor de la pequeña mesa redonda de su oficina se habían reunido a cinco investigadores que con el tiempo se habían convertido en su equipo de mayor confianza.
El agente Nick Nicholl tenía casi treinta años, llevaba el cabello corto y era alto como un poste, un investigador muy meticuloso y un buen delantero al que Grace había animado a que se apuntara al rugby, seguro de que sería perfecto para el equipo de la Policía, del que ahora era presidente. Pero el pobre hombre estaba constantemente ojeroso y agotado, gracias a su reciente paternidad.
Emma-Jane Boutwood, agente recién incorporada, era una chica delgada con un rostro despierto y una larga cabellera recogida en un moño. Había estado a punto de morir en una operación reciente, cuando la habían aplastado contra una pared con una furgoneta robada. Oficialmente aún estaba de baja y le quedaban varios meses de permiso, pero había solicitado volver al trabajo antes, decidida a encauzar su carrera, y ya había demostrado su valía en una operación unas semanas atrás.
El sargento Norman Potting, mal vestido y mal peinado y siempre apestando a tabaco, era un policía de la vieja escuela, políticamente incorrecto, tosco y sin ningún interés en ascender: nunca había querido responsabilidades, pero tampoco había deseado jubilarse a los cincuenta y cinco, edad habitual de jubilación para un sargento, por lo que seguía en el cuerpo. Le gustaba hacer lo que mejor se le daba, que él llamaba «patear y hurgar». Patear metódicamente y hurgar todo lo hondo que fuera necesario bajo la superficie de cualquier delito, todo el tiempo que fuera necesario hasta dar con algún hilo que le llevara a alguna parte. Era un veterano del matrimonio, separado tres veces y actualmente en el cuarto con una tailandesa que, tal como anunciaba orgulloso cada vez que tenía ocasión, había encontrado por Internet.
La sargento Bella Moy, una atractiva mujer de treinta y tantos, con una melena teñida con henna, era una de esas almas independientes. Soltera -aunque, como muchos, casada con el cuerpo de Policía-, estaba atada a su madre, con la que vivía y a la que tenía que cuidar.
El quinto era Glenn Branson.
También estaban presentes el director de Criminalística, David Browne, y Juliet Jones, analista del sistema HOLMES.
Sonó un teléfono, con la melodía de Greensleves. Todos se miraron. Azorado, Nick Nicholl se sacó el insolente móvil del bolsillo y lo silenció.
Momentos más tarde sonó otro teléfono. La música de Indiana Jones. Potting sacó su teléfono de un tirón, miró la pantalla y lo silenció.
Grace tenía enfrente su bloc DIN A-4, su archivador rojo, su cuaderno de actuaciones y las notas que le había escrito Eleanor Hodgson. Abrió la sesión.
– Son las 16.30 del jueves 27 de noviembre. Ésta es la primera reunión de la Operación Neptuno, la investigación sobre la muerte del Varón Desconocido, extraído ayer, 26 de noviembre, de las aguas del canal de la Mancha, aproximadamente a diez millas náuticas al sur del puerto de Shoreham, por la draga Arco Dee. Nuestra próxima reunión será mañana a las 8.30, y a partir de entonces nos reuniremos cada día en mi despacho a las 8.30 y a las 18.30, hasta nuevo aviso.
Entonces leyó un resumen del informe de la autopsia elaborado por Nadiuska De Sancha. Sonó otro teléfono. Esta vez David Browne se llevó la mano al bolsillo para sacarlo, miró pantalla y lo silenció.
Grace acabó con el informe y prosiguió:
– Nuestra prioridad absoluta es establecer la identidad del joven. Lo único que sabemos hasta ahora es que era un adolescente, y que según parece le extirparon los órganos internos quirúrgicamente. La búsqueda en la base de datos del país no ha arrojado ningún resultado. Hemos enviado ADN al laboratorio para un examen. Tardan tres días, pero como coincide con el fin de semana, no tendremos el resultado hasta el lunes. No obstante, dudo que obtengamos ninguna coincidencia.
Hizo una breve pausa y se dirigió a la sargento Moy:
– Bella, necesito que cotejes las fichas dentales. Es un trabajo enorme, pero empezaremos en un ámbito local y veremos qué obtenemos.
– Hay una zona designada para los funerales en alta mar, ¿verdad, jefe? -preguntó Norman Potting.
– Sí, quince millas náuticas al este de Brighton y Hove; es la zona designada para todo Sussex -explicó Roy Grace.
– ¿Y las corrientes principales no van de oeste a este? -prosiguió el sargento-. Lo recuerdo de las clases de geografía del colegio.
– ¿De cuando construyeron el Arca de Noé? -hurgó Bella, que no era una gran admiradora de Norman Potting.
Grace le lanzó una mirada dura de advertencia.
– Norman tiene razón -apuntó Nick Nicholl-. Yo solía hacer vela.