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– Haría falta una tormenta para que un cuerpo recorriera esa distancia en pocos días, si estaba lastrado -añadió Potting-, Acabo de hablar con el guardacostas. Necesita ver el lastre para poder trazar una trayectoria posible.

– Tania Whitlock ya se ocupa de eso -intervino Grace-. Pero tenemos que hablar con todos los coordinadores de trasplantes del Reino Unido para ver si podemos encontrar alguna conexión con nuestro adolescente. Norman, me gustaría que te encargaras tú. Ya tenemos una respuesta negativa, la del Royal Sussex County Hospital.

Potting asintió y tomó una nota en su cuaderno.

– Yo me ocupo, jefe.

– No podemos descartar la posibilidad de que el cuerpo procediera de otro condado, ¿verdad? -preguntó Bella Moy.

– No -dijo Grace-. O de otro país. Querría que hablarais con nuestros homólogos en los puertos franceses del canal de la Mancha.

– Me pondré a eso inmediatamente.

– Todavía no sabemos la causa de la muerte, ¿verdad? -preguntó Nick Nicholl.

– No. Quiero que hagas consultas en el Centro Nacional de Inteligencia y busques si se han registrado casos similares en todo el país. Y quiero que compruebes la lista de desaparecidos de Sussex, Kent y Hampshire, a ver si hay alguna posible coincidencia con nuestro Varón Desconocido.

Aquello era una labor ingente, lo sabía. Sólo en Sussex se denunciaban cinco mil desapariciones de personas cada año, aunque la mayoría reaparecían al poco tiempo.

A continuación le pasó a Emma-Jane Boutwood una carpeta.

– Éstas son las notas que nos dieron en septiembre en Las Vegas, en el Simposio de la Asociación de Investigadores de Homicidios, sobre el torso sin cabeza ni miembros de un chico, supuestamente nigeriano, que se extrajo del Támesis en 2001, y al que le faltaban órganos vitales. El caso no se resolvió, pero muy probablemente se tratara de un asesinato ritual de algún tipo. Echa un vistazo y comprueba si hay algún punto en común con nuestro joven.

– ¿Ha comprobado alguien la zona de dragado para ver si hay alguna prueba allá abajo? -preguntó Potting.

– La Unidad de Servicios Estratégicos va a ir para allá en cuanto amanezca. Glenn irá con ellos.

Miró a su colega.

Branson le hizo una mueca.

– Joder, jefe, te lo he dicho esta mañana. No se me dan muy bien los barcos. No me hacen sentir bien. La última vez que crucé el canal en ferry vomité. Y el mar estaba como una balsa de aceite. La previsión para mañana es asquerosa.

– Estoy seguro de que nuestro presupuesto da para pastillas para el mareo -respondió Grace, divertido.

32

«Olvídate del mareo», pensó Glenn Branson. Las bandas sonoras de la carretera de circunvalación del puerto de Shoreham ya le estaban poniendo el estómago del revés. Eso, y la intensa resaca y la pelea matutina con su esposa, le hicieron empezar aquella mañana de viernes de un humor gris. Tan gris como el tenebroso cielo de la mañana que veía a través del parabrisas. A la izquierda dejó una larga playa de guijarros desierta; a la derecha se levantaban grandes estructuras industriales, los almacenes, las grúas, los contenedores apilados, las cintas transportadoras, las alambradas, la estación eléctrica, la carbonera y los almacenes del puerto comercial.

– Estoy trabajando, por Dios. ¿O no? -dijo al manos libres.

– Tengo que asistir a una tutoría esta mañana a las once -dijo su mujer.

– Ari, estoy en un operativo.

– Tan pronto te quejas de que no te dejo ver a los niños como luego, cuando te pido que te quedes con ellos sólo unas horas, me sueltas ese rollo de que estás ocupado. A ver si te aclaras. ¿Quieres ser padre o policía?

– ¡Eso no es justo, joder!

– Es perfectamente justo, Glenn. Así es como ha sido nuestro matrimonio los últimos cinco años. Cada vez que te pido que me ayudes a tener vida propia, sacas eso de «No puedo, tengo trabajo» o «Tengo una misión urgente» o «He de ver al capullo del superintendente Roy Grace».

– Ari, por favor -respondió-. Cariño, sé razonable. Fuiste tú quien me animó a que ingresara en el cuerpo. No entiendo por qué te cabreas tanto constantemente.

– Porque yo me casé contigo. Me casé contigo porque quería que tuviéramos una vida en común. Y no tengo una vida en común contigo.

– Así pues, ¿qué quieres que haga? ¿Que vuelva a trabajar de gorila en alguna discoteca? ¿Es eso lo que quieres?

– En aquella época éramos felices.

Tenía el desvío delante. Puso el intermitente y esperó a que pasara una hormigonera que venía a toda velocidad en sentido contrario, pensando en lo fácil que sería cruzarse en medio y acabar con todo.

Oyó un clic. La muy zorra le había colgado.

– Mierda -dijo-. ¡Que te jodan!

Atravesó un almacén de maderas, pasando junto a unos tablones enormes que formaban altos montones a ambos lados, y vio el muelle de la esclusa Arlington justo delante. Bajando la velocidad hasta casi detenerse, marcó el teléfono de casa. Saltó directamente el contestador.

– ¡Venga, Ari! -murmuró para sí, y colgó.

A su derecha estaba aparcado un vehículo que le resultaba familiar, un enorme camión amarillo con el logotipo de la Policía de Sussex y el rótulo «Rescate especial» en grandes letras azules sobre el lateral.

Aparcó justo detrás. Volvió a intentar localizar a Ari, pero se topó de nuevo con el contestador. Así que se quedó sentado un momento, apretándose las sienes con los dedos, intentando aliviar el dolor, que era como un tornillo que le presionara el cráneo.

Era imbécil, lo sabía. Tenía que haberse ido a dormir pronto, pero no podía dormir, hacía semanas que no dormía bien, desde que se había ido de casa. Se había quedado hasta tarde sentado en el suelo del salón de Roy Grace, llorando a solas, repasando la colección de discos de su amigo y bebiéndose una botella de whisky que había encontrado -y que tenía que acordarse de reponer-, poniendo canciones que le traían recuerdos de momentos vividos con Ari. Joder, qué felices habían sido. ¡Habían estado tan enamorados el uno del otro! Añoraba a sus hijos, Sammy y Remi. Los echaba de menos desesperadamente. Se sentía completamente perdido sin ellos.

Con los ojos húmedos y tristes, salió del coche y se enfrentó al frío y húmedo viento, sabiendo que tenía que sacar fuerzas de flaqueza y seguir adelante un día más, igual que cada día. Respiró hondo, aspirando el aire cargado de olores del mar y de gasoil, y de madera recién serrada. Una gaviota soltó un chillido en lo alto, agitando las alas, flotando contra la corriente de aire. Tania Whitlock y su equipo, todos ellos con gorras de béisbol negras con la palabra Policía escrita en gruesos caracteres, cazadoras impermeables rojas, pantalones negros y botas de goma negras, estaban cargando el material en un barco de pesca de altura algo vetusto, el Scoob-Eee, que se hallaba amarrado al muelle.

Incluso al abrigo de la esclusa del puerto, el Scoob-Eee se zarandeaba agitado por las olas. En el otro extremo del puerto había unas cuantas cubas de petróleo blancas; y detrás, un escarpado terraplén de hierba ascendía hasta la carretera y una fila de casas.

El sargento, vestido con una gabardina de color crema sobre el traje beis y con zapatos náuticos de suela de goma, se dirigió hacia el equipo. Los conocía a todos. La unidad trabajaba en estrecha colaboración con el DIC en los casos importantes, ya que estaban entrenados para la búsqueda, especialmente en lugares difíciles o inaccesibles, como alcantarillas, bodegas, orillas de ríos e incluso coches calcinados.

– ¡Eh, chicos! -saludó.

Nueve cabezas se giraron en su dirección.

– ¡Lord Branson! -dijo una voz-. ¡Querido amigo, bienvenido a bordo! ¿Cuántas almohadas desea en su cama?

– ¡Hola Glenn! -dijo Tania con simpatía, haciendo caso omiso a su colega, mientras carreteaba un gran rollo de mangas de respiración y comunicación de color amarillo hasta el borde del muelle y se las pasaba a otro de sus colegas a bordo.