Выбрать главу

De pronto sonó un timbre agudo junto a la puerta.

Cleo miró el monitor de circuito cerrado de la pared y dijo:

– Acaba de llegar tu chico.

Grace se giró hacia la pantalla y vio la cara de Glenn Branson. No parecía especialmente contento.

Recorrió el corto pasillo, dejó atrás los vestuarios y abrió la puerta. La imagen que se encontró le sorprendió. Era muy raro que Glenn no tuviera un aspecto impecable. Ahora tenía delante al sargento, bajo la lluvia, hecho un asco. Sus zapatos náuticos estaban empapados, su camisa blanca estaba salpicada de manchas oscuras, su corbata de seda estaba arrugada y cubierta de manchurrones y su gabardina color crema era un mosaico de manchas marrón óxido y marrón petróleo cubierto de brillos, probablemente de escamas de pescado.

– ¿Qué narices has estado haciendo? -preguntó Grace-. ¿Practicar el kick-boxing en un matadero? ¿O la lucha en el barro en un mercado de pescado?

– Muy divertido, viejo. La próxima vez que me mandes de crucero, me compraré yo mismo los billetes.

Grace se echó a un lado para dejarle pasar.

– ¿Ha llegado ya Nadiuska? -preguntó Branson.

– Acaba de llamar. Está a diez minutos. Pensé que decías que te irías a casa a cambiarte.

– Sí, bueno, eso hice, ¿sabes? Volví a tu casa y había dos cartas esperándome.

– Si quieres puedes hacer que te envíen allí el correo.

Branson se quedó mirando a su amigo, dudando por un momento de si estaba siendo sarcástico o lo decía de verdad. No supo qué pensar y decidió no forzar las cosas.

– Una era del abogado de Ari, que, con toda la pompa, me decía que había recibido instrucciones de su clienta para iniciar los trámites de divorcio, y que debería buscarme un abogado, como si me acabara de caer de la parra y no supiera nada de leyes.

Grace cerró la puerta tras él.

– Parece que vas a necesitar uno lo antes posible.

– No sufras, ya tengo uno.

– ¿Un picapleitos?

– En realidad, «una» picapleitos.

– Muy listo. Pueden ser mucho más violentas que los hombres.

De pronto, Glenn se tambaleó y se apoyó en la pared con la mano para recuperar el equilibrio. Por un momento, Grace se preguntó si estaba borracho.

– Aún siento moverse el suelo. ¡Llevo en tierra más de dos horas y el suelo aún se mueve bajo los pies!

– ¿Qué hay de tus antepasados del barco de esclavos? ¿La vida del marino no se te ha pegado mucho? ¿No la llevabas en los genes?

– ¿Quién te ha contado esa historia del barco de esclavos?

– Tu fama de marinero te precede.

– ¿Has visto la peli Master and Commander!

Grace frunció el ceño.

– Russell Crowe.

– Sí -asintió-. La vi.

– Así me siento. Como uno de sus marineros, el que recibió un cañonazo en el estómago.

– Escucha, colega. Puede que Ari esté cabreada contigo, pero eso no le da derecho, automáticamente, a joderte la vida.

– Te equivocas. Joder, ¿te acuerdas de Kramer contra Kramer?

– ¿Meryl Streep?

Glenn Branson sonrió por un instante.

– Vaya, estoy impresionado. ¡Dos películas seguidas que menciono y que has visto! Sí, Meryl Streep y Dustin Hoffman. Bueno, pues mi situación es ésa, más o menos.

– Sólo que tú no eres tan atractivo como Dustin Hoffman.

– Tú sabes cómo patear a alguien cuando ya está en el suelo, ¿eh?

– En los cojones. Es el mejor lugar.

Branson se quitó la gabardina empapada.

– Pues eso. La otra carta es la citación de divorcio del juzgado. ¡Es increíble, colega, es increíble!

El sargento se colgó la gabardina del brazo, estiró los dedos y empezó a contar con ellos:

– Dice que es una ruptura irreconciliable, ¿vale? Alega conducta no razonable por mi parte. Que ya no me interesa el sexo. Que bebo en exceso (y bueno, eso es verdad, me está llevando a la puta bebida). Y alega «falta de afecto».

Metió la mano en el bolsillo de su gabardina y sacó varias hojas de papel, cogidas con un clip. Se centró en la primera:

– Según parece, me niego a participar en la familia. Le grito cuando estamos en el coche. Le racaneo el dinero. Joder, ¡le compré un caballo! Y no te lo pierdas: parece ser que no valoro los cuidados que les da a nuestros hijos. -Sacudió la cabeza-. Ahí sí que se ha lucido. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Decirle a todo el mundo: «Lo siento, ya sé que esto es una investigación de asesinato, pero tengo que volver a casa para bañar a Remi»?

Aquellas palabras le produjeron a Roy Grace un repentino escalofrío. De pronto se dio cuenta de que aquél era el camino que tomaría su vida cuando naciera su hijo. Era muy habitual que estuviera en su despacho a las siete de la mañana, si no antes. Y que no volviera hasta las ocho de la noche, o quizá más tarde aún. Cuando naciera su hijo, ¿cambiaría de horarios?

No podría hacerlo sin que su carrera se viera afectada.

Miró a Glenn y se encontró con unos ojos implorantes. Y sabía que la respuesta no iba a gustarle. Ser un buen policía suponía estar casado con el cuerpo. Durante treinta años, hasta que llegara el momento de cobrar la pensión -y últimamente más- el trabajo era lo primero. Y uno tenía suerte si su esposa o su pareja lo aceptaban. Una alarmante proporción, como la esposa de Glenn, Ari, no lo hacía.

– ¿Sabes cuál es el problema? -dijo Grace.

Branson sacudió la cabeza.

– Que probablemente tenga razón. Lo plantea muy crudamente, pero en sustancia tiene razón. Tienes que decidir si quieres triunfar en tu carrera o en tu matrimonio. Es posible combinar ambas cosas, pero para eso necesitas una pareja muy tolerante y comprensiva.

– Sí, bueno, la paradoja es que ingresé en la Policía para que mis niños pudieran estar orgullosos de su padre.

– Y deberían estarlo.

– Entonces, ¿cómo iban a estarlo si me retiro?

– ¿Y si vuelves a trabajar de gorila de discoteca? ¿O de guardia de seguridad en Gatwick? No es el trabajo que hagas -dijo Grace-. Es la persona que seas. Puedes ser un gorila muy bueno y muy humano. Puedes ser un guardia de seguridad muy eficiente. Y puedes ser un poli de mierda. Es lo que seas por dentro, no lo que diga tu insignia o tu carné.

– Sí, sí, claro. Pero ya sabes lo que quiero decir.

– Mira, te lo he dicho antes: con lo mal que he llevado mi vida, no soy la persona más indicada para darte asesoramiento matrimonial. Pero ¿sabes lo que creo realmente? Si Ari te quisiera, si realmente te quisiera, aguantaría. No estoy seguro de que te quiera de verdad: todo este proceso legal y todo lo que te echa en cara… Creo que si dejaras el cuerpo para darle gusto, llegaría un punto en que querría algo más. Nada de lo que hagas le va a dejar satisfecha. Creo que es una persona inquieta. Apaciguarla nunca será más que una solución temporal. Así que, si yo estuviera en tu lugar, me quedaría con mi carrera.

Branson asintió, pesaroso.

– ¿Sabes lo que dijo Winston Churchill sobre el apaciguamiento y la política de contención?

– Dime.

– Que un apaciguador es el que da de comer a un cocodrilo, esperando que, en última instancia, él se lo coma.

36

Los dos cuerpos habían sido lanzados al mar de forma idéntica que el Varón Desconocido, metidos en una bolsa de plástico con una cuerda azul y lastrados con bloques de cemento.

Llegaron al depósito envueltos en dos capas más, las bolsas de plástico blancas del departamento forense en las que los habían metido los submarinistas para sacarlos a la superficie, y las resistentes bolsas para cadáveres que habían cargado en el barco, en las que permanecieron hasta llegar al depósito.

El primero en ser desempaquetado, en un proceso desesperantemente lento, fue un adolescente, quizás un año o dos mayor que el anterior, en opinión de Nadiuska. Era menos atractivo, con una nariz aguileña y un rostro muy marcado por el acné. Al Varón Desconocido 2 también le faltaban el corazón, los pulmones, los riñones y el hígado. Se los habían extirpado quirúrgicamente, con la misma delicadeza.