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Ahora Nadiuska estaba abriendo las capas que envolvían el cuerpo de una chica, también adolescente. Grace siempre pensaba que la muerte se llevaba la personalidad de un rostro, y lo dejaba en blanco, lo que hacía difícil descubrir el aspecto «real» de la gente en vida. Pero incluso con aquella piel pálida y cerosa y su larga melena castaña enmarañada y sucia, estaba claro que había sido muy guapa, aunque demasiado delgada.

La forense opinaba que aquellos dos cuerpos llevaban en el agua el mismo tiempo que el Varón Desconocido. No había que ser ingeniero aeroespacial, pensó Grace, para decidir que lo más probable era que los tres hubieran sido lanzados al mar a la vez. Aquello aumentaba las probabilidades de descubrir uno de los cuerpos. Mentalmente, ya había descartado cualquier posibilidad de que se tratara de un entierro formal en alta mar y que los cuerpos hubieran sido arrastrados por las corrientes de la zona designada. ¿Quiénes eran esos adolescentes? ¿De dónde venían? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Quién los echaría de menos? ¿Los habían tirado por la borda desde alguno de los innumerables barcos mercantes de matrícula extranjera que recorrían el canal de la Mancha sin cesar, procedentes de todos los rincones del mundo?

En el cuerpo del Varón Desconocido 2 no había señales que sugirieran una muerte accidental ni un golpe en la cabeza. Tenía marcas de pinchazos en la piel, igual que el otro cuerpo, que coincidían, tal como había repetido Nadiuska, con la extracción de órganos para trasplantes.

Una larga sombra se cernía en la mente de Grace. La mayor parte del tiempo se había quedado en el pasillo que llevaba a la atestada sala de autopsias, con el teléfono móvil pegado a la oreja: una llamada tras otra. La primera había sido a su ayudante, Eleanor Hodgson, para que le despejara la agenda de los días siguientes. Sólo había dos compromisos que esperaba poder mantener. Uno, aquella misma noche, era la promesa que le había hecho a un colega de acudir a un partido de fútbol americano en el Crew Club de Whitehawk. Quizá lo consiguiera si podía hacer que la inspectora Mantle dirigiera la reunión de las 18.30 en su lugar.

El segundo era la cena y baile del DIC la noche siguiente, a la que iban a asistir 450 personas y que debía de ser todo un acontecimiento. Había sido un año duro y esperaba poder llevar a Cleo, ahora que su relación ya era conocida, y relajarse con sus colegas. Y quizá tendría ocasión de mejorar la pobre impresión que estaba seguro que le había dado al nuevo comisario la noche del miércoles.

Cleo, que se había pasado semanas pensando qué vestido se iba a poner y que había gastado una cantidad equivalente al PIB de un país africano en vías de desarrollo en comprarlo, quedaría muy decepcionada si no podían ir.

Después de revisar su agenda, realizó una serie de llamadas para ampliar su equipo externo original de los seis miembros originales a veintidós. Ahora, mientras hablaba con Tony Case, jefe de la unidad de apoyo de la Sussex House, para que le consiguiera espacio para su nuevo equipo en una de las dos salas de reuniones principales del edificio, observaba a Nadiuska en pleno trabajo, que tomaba impresiones de las resistentes cuerdas atadas a los bloques de cemento, a la espera de encontrar células epiteliales o fibras de guantes de quienquiera que los hubiera atado. Cuando una de las cintas adhesivas perdía adherencia, la empaquetaba para examinarla posteriormente.

Michael Forman, oficial del juzgado, estaba a su lado, observando atentamente y tomando notas de vez en cuando, o consultando su BlackBerry. David Browne, director de Criminalística, estaba a la espera, junto con dos de sus agentes. Uno de ellos, el fotógrafo forense, James Gartrell, estaba tomando de nuevo fotos de cada fase de la autopsia, mientras que el otro se encargaba de los envoltorios en los que habían llegado los dos cadáveres. En la mesa de al lado, Cleo y Darren estaban adecentando al Varón Desconocido 2, suturándole de nuevo la incisión.

Cada vez que se convencía de que lo había visto todo, Roy Grace se daba cuenta de que podía descubrir un nuevo horror. Ya había oído hablar de turistas en Turquía y Sudamérica que se ponían a charlar con chicas guapas en algún bar y que se despertaban horas más tarde en bañeras llenas de hielo, con incisiones suturadas en un lado del cuerpo y un riñón menos. Pero hasta ahora nunca había hecho caso a aquellas historias, que consideraba leyendas urbanas. Y sabía lo importante que era no precipitarse en sacar conclusiones.

Pero tres chicos en el fondo del mar con los órganos vitales extirpados quirúrgicamente…

La prensa por fin se pondría las botas. Los vecinos de Brighton y Hove se preocuparían cuando leyeran las noticias, y él ya tenía dos mensajes pendientes de responder en el móvil del reportero del Argus, Kevin Spinella. Tendría que dirigir con cuidado a los medios, para obtener la máxima respuesta del público y acelerar la identificación de los cuerpos, pero sin crear una alarma social innecesaria. No obstante, sabía que el mejor modo de llamar la atención del público era con un titular sensacionalista.

Las ruedas de prensa no eran muy bien recibidas los fines de semana, así que podría disponer de algo de tiempo hasta el lunes. Pero iba a tener que darle algunas migajas a Spinella, y como punto de partida, el Argus, que tenía una amplia difusión en la zona, podía resultar muy útil a corto plazo.

Así pues, ¿qué iba a decirle? Y tan importante como eso: ¿qué iba a ocultar? Hacía mucho tiempo que había aprendido que en cualquier investigación de asesinato siempre había que quedarse con alguna información que sólo supiera el asesino. Aquello ayudaba a eliminar llamadas telefónicas inútiles.

De momento se olvidó de la prensa y se concentró en lo que podían decirle los tres cuerpos recuperados. En su cuaderno, apuntó «¿asesinatos rituales?», y rodeó las palabras con un círculo.

Sí, era una posibilidad muy clara.

¿Había alguna posibilidad de que se tratara de donantes de órganos y que los tres hubieran escogido un funeral en alta mar? Demasiado improbable para tomarlo en consideración por ahora.

«¿Un asesino en serie?» Pero ¿por qué se iba a molestar en suturar cuidadosamente los cuerpos tras extirparles los órganos? ¿Para despistar a la Policía? Era posible. No podía descartarse de momento.

«¿Tráfico de órganos?»

«Navaja de Ockham», escribió después, cuando la idea le vino de pronto a la mente. Ockham era un monje y filósofo del siglo XIV que empleaba la analogía de usar una navaja afilada para eliminar todo menos la explicación más obvia que, en opinión del hermano Ockham, era donde solía encontrarse la verdad. Muy a menudo Grace coincidía con él.

El investigador de ficción favorito de Grace, Sherlock Holmes, seguía el lema: «Cuando has eliminado lo imposible, lo que te queda, por improbable que parezca, debe de ser la verdad».

Miró a Glenn Branson, que estaba de pie en una esquina de la sala, con cara de preocupación, hablando por el móvil. «Le iría bien tener un reto al que enfrentarse», pensó Grace. Algo que le reclamara toda su atención y le distrajera de la pesadilla que suponían aquellos problemas legales con Ari que, por otra parte, nunca había sido del agrado de Grace.

Se acercó a él y esperó a que terminara de hablar.

– Necesito que hagas una cosa -le dijo-. Quiero que descubras todo lo que puedas sobre el mundo del tráfico de órganos humanos.

– Necesitas un hígado, ¿eh colega? No me extraña.

– Sí, sí, muy gracioso. Pídele a Norman Potting que te ayude. Se le da muy bien investigar negocios ocultos.