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La Zodiac siguió avanzando impulsada por la inercia. Estaba a sotavento de los acantilados y apenas había viento que la frenara. Usando al remo, mantuvo la proa de la barca orientada hacia la costa, oyendo el sonido cada vez más intenso de las olas que rompían en los guijarros, hasta que de pronto cesó.

Una ola rompió contra la popa, dejándole empapado.

Maldiciendo su suerte, saltó y se encontró con que el agua era mucho más profunda y estaba mucho más fría de lo que había calculado. Le llegaba hasta los hombros. Una ola le arrastró hacia atrás y, por un momento, le entró el pánico. Los guijarros cedían bajo sus botas. Se echó hacia delante, decidido, arrastrando la embarcación por el cabo que tenía atado a la proa. Avanzó a duras penas y llegó a los duros guijarros de la playa.

Otra ola rompió sobre la barca y esta vez la proa de la Zodiac le golpeó en la nuca. Volvió a soltar una maldición. Siguió avanzando, tambaleándose, y volvió a caerse hacia delante. Se puso en pie con dificultad, intentando agarrarse en todo lo que encontraba bajo sus pies. Dio varios pasos más hacia delante, hasta que la balsa que arrastraba se convirtió en un peso muerto.

La arrastró por la playa y se quedó escuchando en la oscuridad, mirando a su alrededor. Nada. Nadie. Sólo el romper de las olas y el agua que se filtraba entre los guijarros.

Quitó los tapones de goma de los lados del bote y lentamente lo enrolló, sacando el aire. Luego, con la navaja, cortó la embarcación deshinchada, que era como un odre gigante, en varias tiras, e hizo un lío con ellas.

Caminando pesadamente, empapado de agua, llegó hasta el camino al pie de los acantilados, donde había dejado la furgoneta anteriormente, en el aparcamiento del supermercado ASDA del puerto deportivo, y fue dejando tiras de goma en las diferentes papeleras que se encontró por el camino.

Faltaban unos minutos para la medianoche. Para calmarse, podía concederse una copa y un par de horas de ruleta en el Rendezvous Casino. Pero no hubiera sido una buena idea presentarse con aquel aspecto tan desaliñado.

40

Contando a Roy Grace, había veintidós investigadores y agentes de apoyo alrededor de dos de las tres estaciones de trabajo de la Sala de Reuniones número 1, en el piso más alto de la Sussex House.

La zona de reuniones, a la que se llegaba a través de un laberinto de pasillos de color crema, ocupaba una tercera parte de la planta. Comprendía dos salas de reuniones, la SR-1, dos salas de interrogatorio de testigos, una sala de reuniones para los comunicados a los agentes y a la prensa, los laboratorios de criminalística y varios despachos para los altos cargos desplazados para investigaciones particulares.

La SR-1 era luminosa y de aspecto moderno. Tenía pequeñas ventanas en lo alto, con persianas venecianas, así como una claraboya de cristal esmerilado en el techo, en la que repiqueteaba la lluvia. No había elementos decorativos que distrajeran de la función del lugar, que era la de concentrarse exclusivamente en la resolución de delitos graves y violentos.

En las paredes había pizarras blancas, de las que se habían colgado fotografías de las tres víctimas de la Operación Neptuno. El primer joven aparecía envuelto en plástico, en el patín de la cabeza de dragado del Arco Dee, y luego durante las diversas fases de la autopsia. Había fotografías de la segunda y la tercera víctimas en sus bolsas para cadáveres sobre la cubierta del pesquero Scoob-Eee, y también durante sus respectivas autopsias. Una imagen, más ampliada que las demás, era un primer plano del brazo de la chica, que mostraba un tatuaje con una regla al lado, para dar idea de su tamaño.

También en la pizarra, como elemento de distensión, había una imagen del submarino amarillo del álbum de los Beatles, y las palabras Operación Neptuno encima. Se había convertido en costumbre ilustrar los nombres de todas las operaciones con una imagen. Había sido idea de algún bromista del equipo de investigación, probablemente Guy Batchelor, pensó Grace.

Junto al cuaderno de actuaciones abierto de Grace había un ejemplar del Argus de la mañana, y delante, sobre la superficie de la mesa de imitación de roble, tenía sus notas, puestas en limpio por su ayudante. El titular del periódico decía: «DOS CUERPOS MÁS HALLADOS EN EL CANAL».

Podía haber sido mucho peor. Kevin Spinella se había contenido mucho, algo impropio de él, relatando el caso prácticamente como le había pedido Grace. Afirmaba que la Policía sospechaba que los cuerpos habían sido lanzados desde algún barco de paso por el canal. Suficiente para darle a la comunidad la información a la que tenían derecho; suficiente para que pensaran en cualquier adolescente que conocieran y que se hubiera sometido recientemente a alguna operación y luego hubiera desaparecido, pero no tanto como para provocar el pánico.

Para Grace, aquello se había convertido en un caso de gran importancia potencial. Un triple homicidio en su territorio, con comisario nuevo y a las pocas semanas de estrenarse en el cargo. Sin duda la subdirectora Vosper, con su lengua viperina, le había contado ya a Tom Martinson lo que pensaba exactamente de Grace, y su torpe intento por entablar conversación con él en la fiesta de jubilación de Jim Wilkinson habría dado mayor credibilidad a su opinión. Tenía intención de conseguir que Martinson le dedicara unos minutos en la cena-baile de aquella noche, y con ello lograr una oportunidad de asegurarle que el caso estaba en buenas manos.

Vestido de un modo informal, con una chaqueta de cuero sobre un polo azul marino y una camiseta blanca debajo, vaqueros y deportivas, Roy Grace inició el procedimiento:

– Son las 8.30 del sábado 29 de noviembre. Ésta es la cuarta reunión de trabajo de la Operación Neptuno, la investigación de las muertes de tres personas desconocidas, identificadas como Varón Desconocido 1, Varón Desconocido 2 y Mujer Desconocida. Al mando de esta operación estoy yo, y, en mi ausencia, la inspectora Mantle.

Hizo un gesto hacia la inspectora, que tenía delante, para darla a conocer. A diferencia de muchos de los miembros de su equipo, que también iban vestidos de un modo informal, Lizzie Mantle llevaba uno de sus característicos trajes masculinos, en esta ocasión marrón con rayas blancas, y su única concesión al fin de semana era un suéter de cuello alto y marrón en lugar de una blusa más formal.

– Sé que varios de vosotros vais a la cena-baile del DIC de esta noche -prosiguió Grace-, y dado que es fin de semana, mucha de la gente con la que tenemos que hablar no estará disponible, así que a algunos de vosotros voy a daros fiesta el domingo. Para los que trabajen el fin de semana, tendremos sólo una reunión mañana, a mediodía, para que los que hayan acudido al baile hayan tenido tiempo de superar la resaca -añadió, con una sonrisita-. Volveremos a nuestra rutina con la reunión de las 8.30 del lunes.

Por lo menos, Cleo entendía los prolongados y antisociales horarios de trabajo de Roy, y se mostraba comprensiva, pensó aliviado. Nada que ver con los años pasados con Sandy, para quien el hecho de que trabajara en fin de semana era un gran problema.

Echó un vistazo a sus notas.

– Estamos esperando los resultados toxicológicos de la forense, que podrían ayudarnos con la causa de la muerte, pero no llegarán hasta el lunes. Mientras tanto, voy a empezar con los informes sobre el Varón Desconocido 1.

Miró a Bella Moy, que tenía su habitual cajita de Maltesers abierta delante. Sacó uno, como si fuera una droga, y se lo metió en la boca.

– Bella, ¿algo sobre los registros dentales? Paseándose la bola de chocolate por la boca, dijo:

– Hasta ahora no hay coincidencias para Varón Desconocido 1, Roy, pero sí hay algo que podría ser significativo. Dos de los dentistas que fui a ver comentaron que el estado de los dientes del chico era muy malo para su edad, lo que indicaba un mal estado de nutrición y de salud, y quizás un abuso de drogas. Así que es probable que proceda de un entorno marginal.