Una vez más tuvo que apartarse el teléfono del oído.
– ¡No puedo permitirme un puto céntimo! He perdido el puto trabajo, ¿sabe? El puto Gordon Brown me está desollando vivo. Tengo a cobradores de los cojones llamándome a la puerta por deudas más grandes que ésta. Ahora déjeme y no vuelva a llamarme en mi puta vida. ¡¿Me ha entendido?!
Lynn respiró hondo.
– ¿Qué le parecería empezar pagando sólo diez libras a la semana? Querríamos facilitarle las cosas. Un plan de amortización que le resultara cómodo.
– ¡Pero ¿es que está sorda?!
El teléfono enmudeció otra vez. Casi al momento, su teléfono móvil emitió un pitido, con un mensaje.
Escribió una nota en el dosier de Ernest Moorhouse. Haría que le enviaran otra carta y volvería a llamarle la semana siguiente. Si aquello no funcionaba -y parecía que no iba a funcionar- tendría que pasar el caso al departamento legal.
Disimuladamente, porque las llamadas privadas no estaban bien vistas, se llevó el teléfono al oído y escuchó el mensaje.
Era de la coordinadora de trasplantes del Royal South London Hospitaclass="underline" le pedía que la llamara urgentemente.
44
Durante el fin de semana se había producido otra muerte sospechosa en la ciudad, un camello de cuarenta y cuatro años llamado Jeffery Deaver, que había caído desde la ventana de su piso junto al mar, en una séptima planta. Tenía todas las características de un suicidio, pero ni el juez de instrucción ni la Policía querían sacar una conclusión precipitada. El pequeño equipo de investigación que se había creado al efecto estaba reunido en la tercera estación de trabajo de la SR-1, así que, para no interrumpirlos, ahora Grace celebraba sus dos reuniones diarias en la sala de reuniones, al otro lado del pasillo.
Su equipo, que había crecido aún más, estaba sentado alrededor de la gran mesa rectangular, con veinticuatro sillas rojas ocupadas a su alrededor. En un extremo de la sala, justo detrás del superintendente, había una pantalla curvada en dos tonos de azul con las palabras «www.sussex.police.uk» y un motivo artístico con cinco placas de Policía sobre un fondo azul, con el nombre Crimestoppers y un número muy visible bajo cada una de ellas. En la pared opuesta había una pantalla de plasma.
Grace sentía una presión aún mayor de lo habitual. En la cena y baile del sábado por la noche había conseguido charlar otra vez con el nuevo comisario y se había sorprendido al ver lo bien informado que estaba Tom Martinson sobre el caso. Se dio cuenta de que no iba a ser únicamente la subdirectora Alison Vosper la que controlara cada uno de sus pasos. Los tres cuerpos se estaban convirtiendo cada vez más en objeto de análisis por parte de toda la ciudad de Brighton y Hove, lo que significaba, en particular, que la competencia del DIC de Sussex estaba a prueba. Lo único que evitaba que el descubrimiento de los tres cuerpos atrajera una mayor cobertura mediática de momento era que habían desaparecido de su casa en un pueblo cerca de Hull dos niñas, hacía más de una semana: la atención mediática se centraba sobre todo en ellas y en su familia.
– Son las 18.30 del lunes 1 de diciembre -anunció Grace-. Es la octava reunión de la Operación Neptuno, la investigación sobre las muertes de tres personas desconocidas. -Dio un sorbo a su café y prosiguió-: Esta mañana he celebrado una rueda de prensa muy incómoda. Alguien se ha ido de la lengua con lo de los órganos desaparecidos.
Se quedó mirando a sus colegas de mayor confianza, uno tras otro: Lizzie Mantle, Glenn Branson -que llevaba un traje azul eléctrico, como si estuviera a punto de salir de fiesta-, Bella Moy, Emma-Jane Boutwood, Norman Potting y Nick Nicholl, seguro de que no sería ninguno de ellos, ni otro rostro presente en la sala, el superintendente Guy Batchelor. De hecho, estaba bastante seguro de que no era ninguno de los presentes. Ni tampoco creía que fuera alguien del equipo forense. Ni del departamento de prensa. Quizás alguien de la Sala de Control… Un día, cuando tuviera tiempo, lo descubriría, se lo prometía.
Bella tenía en la mano un ejemplar del Evening Standard de Londres y la última edición del Argus. El titular del Standard decía: «El enigma de los órganos robados en el canal». El del Argus: «Aparecen en el canal cuerpos sin sus órganos vitales».
– Podéis estar seguros de que mañana habrá más, en los periódicos matutinos. Hay un par de equipos de reporteros de televisión recorriendo el puerto de Shoreham y nuestro departamento de prensa ha recibido llamadas de emisoras de radio toda la tarde -dijo, señalando con la cabeza hacia Dennis Ponds, a quien le había pedido que asistiera a la reunión.
El responsable de relaciones públicas, que antes había sido periodista, tenía más aspecto de corredor de bolsa que de reportero. Tenía poco más de cuarenta años y el pelo negro engominado, unas cejas enormes de mutante y solía vestir trajes muy vistosos. Su misión, nada fácil, era la de mediar en las frágiles relaciones entre la Policía y la opinión pública. A menudo se trataba de limitar las pérdidas, y había recibido el apodo de «Pond el Sucio» por parte de los agentes que sospechaban de cualquiera que tuviera relación con la prensa.
– Espero que la cobertura mediática ayude a que el público aporte información -dijo Ponds-. He hecho circular fotografías retocadas de los tres por todos los periódicos y canales de televisión, y también a las estaciones de noticias por Internet.
– ¿Tienen a Absolute Brighton TV en su lista? -preguntó Nick Nicholl, en referencia al canal de noticias por Internet de la ciudad, relativamente nuevo.
– ¡Por supuesto! -respondió Ponds, pletórico, encantado con su propia inteligencia.
Grace miró sus notas.
– Antes de revisar vuestros informes particulares, hoy se ha registrado algo nuevo e interesante. Puede que no sea nada, pero deberíamos seguirlo -dijo, mirando a Glenn Branson-. Tendrás que encargarte tú, ya que eres nuestro experto náutico.
Se oyeron unas risas.
– Experto en proyección de vómitos, más bien -bromeó Norman Potting.
Grace no le hizo caso y prosiguió:
– Han denunciado la desaparición desde el viernes por la noche de un barco de pesca, el Scoob-Eee, con base en Shoreham. Puede que no sea nada, pero ahora tenemos que fijarnos en cualquier cosa que se salga de lo normal en toda la costa.
– ¿Has dicho el Scoob-Eee, Roy? -preguntó Branson.
– Sí.
– Ése… Ése es el barco en el que salimos el viernes con la Unidad de Rescate Especializado.
– ¡No nos habías dicho que lo hundiste, Glenn! -le tomó el pelo Guy Batchelor.
Glenn no le hizo ni caso, muy impresionado y pensando a toda velocidad. ¿Desaparecido quería decir «robado» o «hundido»? Se giró hacia Grace y preguntó:
– ¿Tienes algún dato más?
– No, a ver qué puedes encontrar tú.
Branson asintió y se quedó sentado, en silencio. El resto de la reunión apenas mantuvo la concentración.
– A mí me suena a cosa de la mafia -dijo, de pronto, Norman Potting.
Grace le echó una mirada interrogativa. Potting asintió.
– Fue Noel Coward, ¿no? El que dijo aquello de Brighton: «Marineros, maricones y mañosos». Lo resume muy bien, ¿no?
Bella lo miró con cara de hastío:
– ¿Y tú qué eres de esas tres cosas?
– Norman -advirtió Grace-, hay gente que eso lo encontraría ofensivo. ¿De acuerdo?
Por un momento pareció como si el sargento fuera a responder, pero luego se lo pensó mejor.
– Sí, jefe. Entendido. Sólo quería señalar que con tres cuerpos sin órganos, podríamos encontrarnos ante un mercado negro… de órganos humanos.
– ¿Tienes algo más sobre eso?
– Les he pasado un informe a Phil Taylor y a Ray Packard, de la Unidad de Delitos Tecnológicos, para ver qué pueden encontrar en Internet. Yo ya he echado un vistazo por mi cuenta y sí, es algo muy frecuente.