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Eso era algo que Roy Grace no había hecho nunca, pero asintió igualmente.

– Acababan de darle una medalla, la de miembro del Imperio británico, por su trabajo con esos niños de la calle, y estaba orgulloso como un pavo. Con tu permiso, me gustaría contactar con él; es un tiro a ciegas, pero quizá (sólo quizá) podría ayudarnos.

Grace se lo pensó durante un momento. En los últimos años, la Policía se había burocratizado cada vez más y había impuesto líneas de actuación prácticamente en todo. Ellos habían procedido con la Interpol siguiendo estrictamente las normas. Apartarse de ellas era arriesgado, y no había ningún modo tan seguro de granjearse conflictos con el nuevo comisario jefe que desviarse del procedimiento. Por otra parte, Norman Potting tenía razón en que podían pasarse semanas esperando a que la Interpol les respondiera, y probablemente con un resultado negativo. ¿Cuántos cuerpos más podían aparecer mientras tanto?

Y le tranquilizaba el hecho de que aquel hombre, Ian Tilling, fuera un ex policía, con lo que hacía improbable que les fallara.

– No voy a poner eso en mi cuaderno de actuaciones, Norman, pero no me importaría que tú siguieras esa línea de investigación de un modo discreto. Gracias por la iniciativa.

– Enseguida, jefe -respondió Potting, evidentemente satisfecho-. Ese viejo zorro se quedará de piedra cuando reciba noticias mías. -Se dispuso a levantarse, pero se quedó a medias y volvió a sentarse-. Roy, ¿te importaría que te preguntara algo…, ya sabes…, de hombre a hombre? ¿Algo personal?

Grace echó un vistazo al montón de correos electrónicos que habían aparecido en la pantalla.

– No, pregunta.

– Es sobre mi esposa.

– ¿Li? ¿Se llama así?

Potting asintió.

– ¿De Tailandia?

– Sí, de Tailandia.

– La encontraste en Internet, ¿verdad?

– Bueno, más o menos. Encontré la agencia en Internet -precisó Potting. Se rascó la nuca, luego se pasó los gruesos y sucios dedos por la cortinilla de pelo para comprobar que le cubriera bien la calva-. ¿Alguna vez has pensado en…, ya sabes… hacerlo tú?

– No -respondió Grace, mirando ansiosamente a su ordenador de reojo, consciente de que la mañana se le iba a hacer corta-. ¿Qué es lo que querías?

Potting de pronto se puso serio.

– En realidad, un consejo. -Hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta y hurgó en su interior, como si buscara algo-. Ponte por un momento en mi lugar, Roy. Todo ha ido estupendo con Li estos últimos meses, pero de pronto me exige cosas -dijo, y se quedó callado.

– ¿Qué tipo de cosas? -preguntó Grace, que temió recibir detalles gráficos de la vida sexual de Norman Potting.

– Dinero para su familia. Tengo que enviar dinero cada semana, para ayudarlos. Dinero que había ahorrado para mi jubilación.

– ¿Por qué tienes que hacerlo?

Potting se quedó mirándole por un momento como si nunca se lo hubiera preguntado.

– ¿Por qué? -replicó-. Li me dice que si la quiero de verdad, he de desear ayudar a sus padres.

Grace se lo quedó mirando, asombrado ante su ingenuidad.

– ¿Te crees eso?

– No me da sexo hasta que ha visto que he hecho la transferencia. La hago por Internet, ¿sabes? -precisó, como si estuviera orgulloso de su dominio de la técnica-. Quiero decir, que entiendo la pobreza relativa de su país y que ellos me consideren rico, y todo eso. Pero… -Se encogió de hombros.

– ¿Quieres saber lo que yo creo, Norman?

– Valoro mucho tu opinión, Roy.

Grace estudió el rostro de aquel hombre. Potting parecía perdido, desamparado. No lo veía. Realmente no lo veía.

– Eres agente de Policía, Norman, por Dios. ¡Eres un poli… y bueno! ¿No lo ves? Se está riendo de ti. Te estás dejando llevar por la polla, no por el cerebro. Te sacará hasta el último penique que tienes y luego desaparecerá. He leído cosas sobre estas chicas.

– Li no es así. Es diferente.

– ¿Ah, sí? ¿En qué?

Potting se encogió de hombros y luego miró al superintendente con impotencia.

– La quiero. No puedo evitarlo, Roy. La quiero.

El móvil de Roy sonó. Casi aliviado por la interrupción, respondió.

Era un brillante colega de la Policía que le caía muy bien, Rob Leet, inspector del sector Este de Brighton.

– Roy -dijo-, puede que no sea nada, pero he pensado que podría interesarte para tu caso de los tres cuerpos del canal. Uno de mis hombres acaba de estar en la playa, al este del puerto deportivo. Un tipo que paseaba a su perro por los charcos entre las rocas durante la marea baja ha encontrado lo que parece un motor fuera borda nuevecito ahí tirado.

Grace pensó rápido y respondió:

– Sí, podría ser. Asegúrate de que nadie lo toca. ¿Puedes meterlo en una bolsa de pruebas y traérmelo?

– Está hecho.

Grace le dio las gracias y colgó. Levantó un dedo para disculparse ante Norman Potting y luego marcó un número interno para contactar con el Departamento de Imagen, en la planta de abajo. A los dos tonos le respondieron.

– Mike Bloomfield.

– Mike, soy Roy Grace. ¿Podéis sacar huellas de un motor fuera borda que ha estado sumergido en el mar?

– Qué curioso que me lo preguntes precisamente esta mañana, Roy. Acabamos de recibir un nuevo equipo que estamos probando. Cuesta 112.000 libras. Se supone que puede sacar huellas de plásticos sumergidos en cualquier tipo de líquido durante un periodo considerable de tiempo.

– Qué bien. Pues creo que tengo el primer desafío para vuestra máquina.

Norman Potting se puso en pie, le indicó con gestos que ya volvería más tarde y salió por la puerta. Grace observó que iba ligeramente encorvado, con los hombros caídos. De pronto sintió pena por él.

51

Cosmescu esperaba de pie en el vestíbulo de llegadas del aeropuerto de Gatwick, junto a la habitual combinación de familiares, conductores y operadores turísticos con un pequeño letrero en las manos. El vuelo de Bucarest había aterrizado hacía más de una hora y las chicas aún no habían salido.

Bien.

Por las etiquetas que había conseguido leer en el equipaje del flujo constante de pasajeros que salían de la aduana, todos los pasajeros de aquel vuelo ya habían salido. Vio etiquetas de Alitalia, que supuso que serían del vuelo que había llegado de Turín una media hora antes. Y también etiquetas de Easy-jet, probablemente del vuelo de Niza. Luego etiquetas de SAS, mezcladas con otras de KLM.

El reloj le dijo que eran las 11.35 de la mañana. Se echó un chicle Nicorette en la boca y lo mascó. Las dos chicas que había venido a recoger habían recibido instrucciones estrictas de lo que tenían que hacer al desembarcar y entrar en la zona de pasaportes, y parecía que las estaban obedeciendo.

Tenían que dejar pasar el tiempo durante una hora, permitir que aterrizaran otros vuelos y que pasaran sus pasajeros, antes de ponerse en las colas del control de pasaportes. Aunque Rumania ya era miembro de la UE, Cosmescu era consciente de que era considerada un punto negro del tráfico humano. Los pasaportes rumanos llamaban automáticamente la atención de la Agencia de Fronteras e Inmigración.

Por esa razón, todas las personas que venía a recoger, en ocasiones una vez por semana y otras con mayor frecuencia, tenían instrucciones de romper sus pasaportes rumanos y tirarlos al váter del avión, esperar una hora tras el aterrizaje y luego presentarse en el control de pasaportes con los pasaportes italianos falsos que habían recibido.