– Sí -dijo Lynn, controlando apenas los nervios-. ¡Sí, por favor!
– ¿Sabe por casualidad el grupo sanguíneo de su hija?
– Sí, es AB negativo.
– ¿AB negativo?
– Sí.
Se produjo un breve silencio hasta que la alemana volvió a hablar:
– Bien -dijo-. Eso es excelente.
57
– Son las 18.30 del martes 2 de diciembre -anunció Roy Grace-. Ésta es la décima reunión de la Operación Neptuno, investigación sobre la muerte de tres personas desconocidas.
Estaba sentado en mangas de camisa, con la corbata aflojada, frente a la mesa de la sala de reuniones de la Sussex House. En el exterior, hacía una noche terrible. Se quedó mirando por un instante los regueros de agua que caían por los ventanales, y más allá, el negro profundo de la noche. Allí dentro hacía frío y había corriente de aire, y la mayor parte del calor procedía de los cuerpos de su equipo, que iba creciendo rápidamente y que ya contaba con veintiocho personas, apretujadas alrededor de la mesa.
En la superficie lisa que tenía delante había una botella de agua, un montón de periódicos, su cuaderno y su agenda impresa. Había mucho de lo que hablar antes de poder irse a casa y pasar al segundo tema de la noche, mucho más agradable. Un tema que tenía que ver con una botella de champán muy cara que esperaba en el maletero de su coche.
En la pizarra blanca colgada de la pared había series de huellas dactilares y fotografías con reconstrucciones faciales electrónicas de las tres víctimas. Levantó la vista hacia los retratos robot. Un inspector colega suyo, Jason Tingley, que ahora estaba en la Unidad de Inteligencia de la División, le había comentado en una ocasión que los retratos robot hacían que todo el mundo pareciera el Señor Mono, y Roy nunca había podido quitarse aquella imagen de la cabeza. Ahora miraba a dos Señores Mono y a una Señora Mona colgados de la pared.
Muertos.
Asesinados.
A la espera de que él llevara a sus asesinos ante la justicia.
A la espera de que él aportara algún consuelo a sus familiares.
Abrió el Independent, que estaba en lo alto del montón. En la página tres se leía claramente un titular: «Brighton, de nuevo, capital nacional del crimen». Era una referencia a 1934, cuando Brighton estaba en manos de las famosas bandas de navajeros y, en un corto espacio de tiempo, habían aparecido dos cuerpos en sendos baúles en la estación de tren de la ciudad, lo que le había valido que la calificaran como la «capital inglesa del crimen».
– El nuevo comisario no está muy contento -anunció Roy Grace-. Quiere que lo resolvamos, y rápido.
Bajó la vista y repasó las notas que Eleanor le había pasado a máquina.
– Muy bien, ahora tenemos nuevas pruebas forenses de que los órganos fueron extirpados en condiciones de quirófano. En el laboratorio han identificado la presencia post mortem de propofol y ketamina en los tejidos. Son dos anestésicos.
Hizo una pausa para que sus hombres absorbieran la información.
– He estado pensando en esta línea de investigación, sobre el tráfico de órganos, Roy -dijo Guy Batchelor-. La compraventa de órganos humanos es ilegal en el Reino Unido, pero por la escasez, hay gente en las listas de espera de corazones, pulmones e hígados que se muere antes de conseguir un órgano. Y hay gente en las listas de espera de riñones que espera durante años, llevando muy mala vida. ¿Cómo va nuestra búsqueda de cirujanos de trasplantes descontentos?
– De momento nada -respondió la inspectora Mantle.
– ¿Y si pusiéramos en la lista de sospechosos a todos los cirujanos de trasplantes del Reino Unido? -propuso Nick Nicholl-. No puede haber tantos.
– ¿Qué progresos hemos hecho con los cirujanos inhabilitados? -preguntó Lizzie Mantle-. Me parece que ése sería un buen punto de partida. Alguien cabreado que quiera reventar el sistema.
– Estoy trabajando en ello -dijo Sarah Shenston, una de las investigadoras-. Espero disponer de una lista completa mañana. Hay muchos.
– Bien. Gracias, Sarah. -Grace tomó otra nota-. Creo que deberíamos elaborar una lista y visitar todos los centros de trasplantes de órganos humanos del Reino Unido -dijo. Miró a Batchelor-. Es importante establecer la cadena de suministro de órganos. ¿Hay un punto mejor que otro para que se produzca una actuación deshonesta de algún elemento de la cadena?
Batchelor asintió:
– Yo me ocuparé de investigar eso.
– Creo que en primera instancia tenemos que suponer que estas víctimas tienen alguna conexión con Brighton o Sussex -planteó Grace-. En mi opinión, el hecho de que aparecieran cerca de la costa de Brighton indica eso. ¿Hay alguien que lo vea de otro modo?
Todo el equipo mostró su conformidad.
– Diría que una parte importante de este rompecabezas es establecer la identidad de las víctimas, y a eso nos encaminamos. -Volvió a mirar su notas-. Tenemos una información interesante del laboratorio Cellmark Forensics, al que enviamos muestras de ADN de las víctimas. Su laboratorio en Estados Unidos, Orchid Cellmark, ha realizado un análisis de enzimas y minerales del ADN de las tres víctimas. Indica que llevaban una dieta compatible con la del sureste de Europa.
Dio un sorbo a su botella de agua y prosiguió.
– Esto concuerda con el informe toxicológico de los laboratorios forenses. Las tres víctimas presentan rastros en sangre de una pintura metálica de fabricación rumana, conocida como Aurolac. Según la información de los forenses, es una sustancia que inhalan los niños de la calle en Rumania, y que tiene un efecto similar a esnifar cola. Para confirmar esto, Nadiuska volvió al depósito anoche para realizar nuevos exámenes y descubrió restos de pintura metálica en los orificios nasales de las víctimas. -Miró a Potting-. Norman, ¿querrías ponernos al día sobre Rumania?
Potting, que parecía tan encantado como si le hubieran dado un puñetazo en la barriga, hinchó el pecho.
– Bueno, he escrito a la Interpol, pero con esos burócratas estamos como siempre. No parece que tengan mucha prisa. Podríamos tardar tres semanas en recibir una respuesta. O más, con las Navidades acercándose -planteó. Luego vaciló y miró a Roy Grace-. ¿Puedo mencionar a Ian Tilling, de Bucarest, señor?
Grace asintió y explicó a quién se refería:
– Norman tiene un contacto en Rumania, un ex policía británico muy respetable que dirige un centro benéfico que da refugio a personas sin techo en Bucarest. Teniendo en cuenta las prisas que tenemos por avanzar en el caso, he dado permiso al sargento Potting para que sondee el terreno sin contar con la Interpol. ¿Puedes ponernos al día, Norman?
– Le he pedido que busque a cualquiera llamado Rares que hubiera podido llegar a Inglaterra recientemente. Sólo hace unas horas que he hablado con él, pero me ha prometido ponerse en esto inmediatamente, y espero que me diga algo mañana y que me cuente qué novedades tiene. De momento es todo lo que tengo.
Entonces Grace se giró hacia Bella Moy.
– ¿Hemos sacado algo de los dentistas?
– Nada -dijo ella, mostrando unas cuantas hojas de papel-. Éstos son todos los que he visto hasta ahora. Todos dicen lo mismo. Las víctimas muestran señales de malnutrición y posiblemente de uso de drogas, pero ninguna señal de intervenciones odontológicas. No estoy segura de que tenga sentido seguir con los dentistas, Roy. No creo que ninguna de estas tres víctimas haya ido nunca a un dentista, y desde luego no en el Reino Unido.
– Sí, no parece que vaya a llevarnos a nada. Puedes dejar ese tema -confirmó, y se dirigió al agente Nick Nicholl-. ¿Qué has encontrado sobre desaparecidos?
– Nada hasta ahora, jefe.
Nicholl procedió a relatar los progresos que había hecho. Le informó de que había hecho circular retratos robot por todo Sussex y por los condados vecinos, sin ningún resultado. Tampoco había obtenido resultados con los periódicos. El programa de televisión Crimewatch era otra opción, pero aún faltaba una semana.