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– Hay gente para todo -dijo él, sonriendo a su vez.

Luego, en el incómodo silencio que siguió, se dio cuenta de que ella no estaba para bromas.

– Y dígame… ¿Qué está haciendo la Policía… para encontrarlo?

– Todo lo que podemos, señora Towers -respondió Glenn, ruborizado por su paso en falso-. Los guardacostas han enviado un equipo completo de rescate por aire, con el apoyo de la Fuerza Aérea, para buscar el barco. Han parado esta noche, pero volverán con las primeras luces. Se ha comunicado la alerta a todos los puertos del canal, en Inglaterra y en el otro lado del canal. Se ha alertado a todos los barcos, para que estén atentos por si ven el Scoob-Eee. Pero hasta ahora me temo que no se ha informado de ningún avistamiento.

– Teníamos una mesa reservada para cenar el viernes a las ocho. Jim me había dicho que la unidad de buceo de la Policía le había alquilado el barco para el día, y que sólo tenía que volver a llevarlo a su amarre a la vuelta, que estaría de vuelta hacia las seis. -Se encogió de hombros-. Y luego, a las nueve, vieron que su barco salía por la bocana del puerto de Shoreham a mar abierto. Eso no tiene ningún sentido.

– ¿No puede ser que le saliera un cliente a última hora?

Ella sacudió la cabeza enérgicamente.

– Jim es muy romántico. Llevaba planeando esta velada desde semanas atrás. No habría aceptado un cliente para esa noche, de ningún modo.

Glenn por fin sucumbió a la tentación, cogió una galleta y le dio un mordisco.

– No quiero parecerle insensible -dijo, con restos de la galleta aún en la boca-, pero sabemos que en esta ciudad hay un gran tráfico ilegal, tanto de personas como de drogas. ¿Es posible que su marido se viera involucrado en algún tipo de transporte de ese tipo?

Una vez más, sacudió la cabeza enérgicamente.

– No, Jim no.

Él, aún satisfecho de su sinceridad, siguió preguntando:

– ¿Tenía Jim algún enemigo?

– No. No que yo supiera.

– ¿Qué quiere decir con eso, señora Towers?

– ¿Le importa si fumo?

– Adelante.

Sacó un paquete de Marlboro Light de su bolso, cogió un cigarrillo y lo encendió.

– Todo el mundo quería a Jim -dijo-. Era de esos que se hacen querer.

– ¿Así que en todos sus años como detective nunca se ganó un enemigo?

– Es posible. Sigo pensando en todos sus antiguos clientes. Sí, puede que alguien se enfadara con él, pero lleva fuera de juego una década.

– ¿Puede ser alguien a quien enviara a prisión y que acabara de salir?

– Él no enviaba a nadie a la cárcel. Se ocupaba más, ya sabe, de seguir a maridos infieles, ese tipo de trabajo.

Glenn tomó otra nota.

– Supongo que Jim llevaría un móvil -prosiguió.

– Sí.

– ¿No está aquí?

– No, siempre lo llevaba consigo.

– ¿Podría darme el número?

Ella se lo dio de memoria y Glenn lo apuntó:

– ¿De qué operador es?

– T-Mobile.

– ¿Cuándo fue la última vez que habló con él?

– El viernes, a las cinco menos cuarto, más o menos. La unidad de buceo de la Policía acababa de devolverle el barco y ya estaba en puerto. Dijo que iba a arreglarlo y que luego volvería a casa.

– ¿Aquélla fue la última conversación que tuvieron?

– Sí -dijo, y se echó a sollozar.

Glenn dio un sorbo a su café y esperó pacientemente. Cuando la vio más calmada, preguntó:

– Supongo que habrá intentado llamarle.

– Cada cinco minutos. Y nada. Me sale directamente el contestador.

Glenn apuntó aquello. Levantó la vista hacia Janet Towers y se compadeció de ella.

Luego volvió a pensar en el hombre que había respondido al teléfono en su casa. El hombre que estaba haciendo de canguro de sus hijos.

El hombre al que nunca había visto, pero que en aquel momento odiaba más de lo que pensaba que hubiera podido detestar a nadie.

«Si te estás acostando con Ari -pensó-, que Dios te ayude. Te arrancaré los testículos del escroto con mis propias manos.»

Sonrió forzadamente a Janet Towers y le pasó su tarjeta.

– Llámeme si tiene noticias. Encontraremos a su marido -dijo-. No lo dude. Lo encontraremos.

Entre los sollozos, oyó que la voz de ella de pronto se convertía en rabia.

– Sí, bueno, espero que lo encuentren ustedes antes que yo, eso es lo único que puedo decir.

Y volvió a echarse a llorar.

59

Roy Grace, con la botella de champán más cara que había comprado en su vida en la mano, introdujo la llave en la cerradura de la puerta principal de la casa de Cleo.

En aquel preciso momento, sonó su teléfono.

Soltando una maldición, lo sacó del bolsillo y respondió:

– Superintendente Grace.

Era la subdirectora Alison Vosper, la persona con la que menos ganas tenía de hablar en aquel momento. Y para acabar de arreglarlo, daba la impresión de que estaba de un humor especialmente agrio.

– ¿Dónde está? -preguntó ella.

– Acabo de llegar a casa -respondió Grace, con la esperanza de que le impresionara el que fueran más de las nueve.

– Quiero verle a primera hora de la mañana. El jefe ha estado hablando con Alan McCarthy sobre la mala prensa que está recibiendo Brighton con su caso.

McCarthy era el alcalde de Brighton y Hove.

– Desde luego -dijo él, haciendo un esfuerzo por disimular su renuencia.

– A las siete.

– Muy bien -respondió, aunque soltó un gruñido para sus adentros.

– Espero que tenga algún progreso del que informar -añadió ella antes de colgar.

«Que tenga buena noche», articuló él en silencio. Luego abrió la puerta.

Cleo, vestida con una camisa de hombre y vaqueros rotos, estaba a cuatro patas sobre el parqué, disputándose un calcetín con Humphrey.

El perro gruñía, gemía y tiraba del calcetín como si en ello le fuera la vida.

– ¡Hola, cariño! -dijo él.

Levantó la vista, sin soltar su presa y sin observar la botella que Roy llevaba en la mano.

– ¡Hola! Mira, Humphrey, mira quién ha llegado. ¡Es el superintendente Roy Grace!

Él se arrodilló y la besó.

Ella le dio un beso rápido, pero estaba concentrada en el perro.

– ¡Champán! ¡Qué bien! -dijo. Luego, echando un vistazo de reojo a la saltarina bola negra de pelo, añadió-: ¿Qué te parece, Humphrey? ¡El superintendente Roy Grace nos ha traído champán! ¿Crees que será un regalo de buena voluntad?

– Siento llegar tarde… Me han entretenido tras la reunión.

Ella tiró del calcetín con fuerza. Humphrey se lanzó hacia ella, pero las patas le resbalaban sobre los tablones de roble pulido. Soltó su presa y luego volvió a morderla. Cleo levantó la mirada hacia Roy.

– ¡Te he preparado el mejor martini de tu vida! Con un vodka fantástico que he descubierto: Kalashnikov. Está en la nevera -exclamó. Luego añadió-: ¡Qué suerte tienes! ¡Tendrás que bebértelo tú por los dos!

Volvió a girarse hacia el perro.

– Tiene suerte, ¿verdad Humphrey? Llega aquí una hora más tarde de lo prometido y, aun así, se encuentra con una buena copa. Y tú y yo tenemos que beber agua. ¿Qué te parece?

De pronto, Grace se sintió incómodo. Ella parecía algo distante.

– ¡Me irá muy bien mientras esperamos a que se enfríe el champán! -dijo, intentado aplacarla.

Le enseñó la botella.

Echando un vistazo a la botella sin perder de vista a Humphrey, Cleo dijo:

– Señor superintendente, ¿tiene intenciones perversas para conmigo esta noche?