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A lo mejor Caitlin se convertiría en una gran estrella. Era posible. Era guapa; la gente se fijaba en ella. Tenía personalidad. Si recuperaba la salud, podría llegar a ser lo que quisiera.

Si lo hacía.

Lynn miró su reloj e hizo un cálculo rápido.

– En Wisconsin deben de ser seis o siete horas menos que en Inglaterra, ¿verdad?

Luke asintió, pensativo.

– Y en Phoenix será más o menos lo mismo.

– Así que será plena noche. Me gustaría especialmente hablar con esa madre; la llamaré esta tarde.

– La de Manchester tiene una hija de una edad similar. No deberías tener problemas para encontrarla. Yo creo que podrías empezar por ahí.

Lynn le miró y, pese al agotamiento y la tensión, de pronto sintió un profundo afecto por el chico.

– Bien pensado -dijo, y marcó el número de casa de la mujer. A los seis tonos saltó el contestador. Entonces probó con el móvil.

Casi al momento se oyó un chasquido, seguido por un ruido sordo de fondo, como si la mujer estuviera conduciendo.

– ¿Sí? -dijo, con un claro acento de Manchester.

Lynn se presentó y le dio las gracias a la mujer por haberle escrito.

– Estoy dejando a los pequeños en el colegio -respondió-. Llegaré a casa dentro de veinte minutos. ¿Puedo llamarte yo?

– Claro.

– Y escucha, no te preocupes. Marlene Hartmann es genial. Podéis venir aquí y conocer a mi Chelsey. Hablará con vosotras, os contará la pesadilla por la que pasó con la Sanidad Pública. También puedo enseñaros las fotos. ¿Dentro de veinte minutos te va bien, cariño?

– ¡Perfecto, gracias! -dijo Lynn.

Colgó, con el corazón de pronto henchido de esperanza.

78

Mientras Glenn Branson recorría en su coche la carretera que rodeaba el aeropuerto de Shoreham, el fuerte viento zarandeaba el pequeño Hyundai. Dejó atrás un grupo de helicópteros aparcados y luego echó un vistazo a una pequeña avioneta de dos motores que aterrizaba en la pista de hierba. Giró a la derecha, por detrás de los hangares, y se dirigió hacia el almacén reconvertido, situado en el interior de un complejo rodeado de vallas de alambrada, que albergaba la Unidad de Rescate Especializado. El reloj del coche marcaba las 12.31.

Unos minutos más tarde se encontraba en la atestada sala de reuniones, que servía también como cantina y despacho común, con una taza de café al lado. Desdobló sobre la gran mesa la fotocopia de un mapa del Almirantazgo que Ray Packard le había ayudado a preparar.

Había mapas en las paredes, escudos de madera, una pizarra blanca, algunas fotografías enmarcadas del equipo y un diploma de reconocimiento al valor. Por la ventana se veía el aparcamiento y la informe pared de metal gris del hangar situado más allá. En el alféizar había una pecera con un solitario pececillo y un buzo de juguete.

Smurf, Jonah, Arf y JIPE ya estaban sentados. La joven sargento llevaba una chaqueta negra forrada con cremallera, con la palabra Policía bordada y el escudo de la Policía de Sussex encima. Los tres hombres llevaban camisas azules de manga corta con su número en el hombro.

Gonzo, que también llevaba una chaqueta forrada, entró y le dio a Glenn Branson una bolsa de papel rígido.

– Por si la necesitas.

Los otros cuatro pusieron una sonrisa socarrona.

– ¿Para qué? -preguntó Glenn, sorprendido.

– Para vomitar -dijo Gonzo.

– ¡Ahí fuera está bastante movido! -observó Jonah.

– Sí, y este edificio se mueve un poco cuando sopla el viento -dijo JIPE-, así que hemos pensado, ya sabes, al recordar la última vez que estuviste con nosotros…

Tania Whitlock miró a Glenn con una sonrisa comprensiva mientras su equipo se metía con él.

– Sí, muy ocurrente -respondió Glenn.

– He oído que has solicitado el traslado a esta unidad, Glenn -dijo Arf-, después de lo bien que te lo pasaste con nosotros la última vez.

– Lo primero que me viene a la mente es El motín del Bounty -dijo Glenn.

– Bueno, Glenn -intervino Tania Whitlock-, dinos lo que tienes.

El mapa mostraba una sección del litoral, desde Worthing hasta Seaford. Había tres toscos círculos dibujados en tinta roja, con las indicaciones A, B y C, separados por una distancia considerable. Una línea de puntos verde trazaba una ruta desde la esclusa del puerto de Shoreham hacia alta mar, con un dibujo infantil de un barco al final, junto al cual alguien había escrito «Das Boot». También había un gran arco azul.

– Muy bien -dijo Branson-. El capitán del Scoob-Eee, Jim Towers, tenía un teléfono móvil conectado a la red de O2. Estos tres círculos rojos indican las estaciones base de O2 y los repetidores que cubren este tramo del litoral. La operadora nos ha dado un registro, marcado aquí, de señales recibidas en las estaciones base desde el móvil de Towers el viernes por la noche, entre las 20.55, cuando fue visto por un práctico del puerto y por un patrón de barco que pasaba por la esclusa, y las 22.08, cuando se recibió la última señal.

– Glenn, ¿eso son llamadas que hizo Jim Towers? -preguntó la sargento Whitlock.

– No, Tania. Cuando el teléfono está en espera, cada veinte minutos envía una señal a la estación base, de forma parecida que cuando salí con vosotros: os comunicabais por radio con el guardacostas de vez en cuando y le dabais la posición. ¿Entendido? -explicó, muy satisfecho con su analogía-. Es como fichar, llamar a casa. Técnicamente se llama «actualización de la localización».

Todos asintieron.

La señal es detectada por la estación base más próxima, a menos que esté ocupada, y en ese caso se pasa a la próxima. Si hay más de una estación base al alcance, podría ser detectada por dos o incluso tres.

– Genial, Glenn -dijo Arf-. No sabíamos que eras un experto en telefonía, además de un maestro de la navegación.

– ¡Vete a cagar! -replicó, con una gran sonrisa. Luego prosiguió-: Así que esto es lo que ocurrió. Después de que el barco saliera del puerto de Shoreham, la primera actualización fue recibida por esta estación base de Shoreham y esta de Worthington. -Señaló las que estaban marcadas con las letras A y B-. Veinte minutos más tarde, la segunda señal enviada también fue detectada por esas dos. Pero la tercera, aproximadamente una hora después de salir de puerto, también fue detectada por la tercera, justo al este del puerto deportivo de Brighton. -Señaló la C-. Eso nos dice que Towers llevaba rumbo sureste, que hemos marcado, a ojo de buen cubero, con esta línea punteada verde.

– Buena peli, Das Boot -observó Gonzo.

– Ahora es cuando se pone interesante -prosiguió Glenn, sin hacerle caso.

– ¡Estupendo! -exclamó JIPE-. ¡Esperábamos que se pusiera interesante, porque hasta ahora ha sido bastante aburrido!

El sargento esperó pacientemente a que todos dejaran de reírse.

– El avance temporal puede ser de entre cero y sesenta y tres según la conexión con un teléfono -explicó Glenn, haciendo caso omiso al jaleo montado-. Así que si el rango máximo es de unos treinta y dos kilómetros, dividiéndolo por sesenta y tres slots se puede calcular la distancia con un margen de error de unos 550 metros.

– Vale -dijo Gonzo-. Si lo he entendido bien, has dicho que esto muestra la dirección en la que iba el barco. Así pues, ¿ésta es la última posición conocida antes de que se saliera de la zona de cobertura?