– Sí, bueno, es Navidad, ¿no? Tengo que comprar cosas. ¿Qué quiere que les diga a mis niños? ¿Que este año no van a tener regalos porque tengo que pagar a Denarii?
– Bueno, teníamos un acuerdo, señora Hall. -Sí, ya, pues venga aquí y cuéntele eso a mis hijos.
Lynn cerró los ojos un instante. Oyó que la mujer estaba tragando algo, como si vaciara un vaso de un trago. En aquel momento no tenía la energía necesaria para enfrentarse con aquello.
– ¿Puede decirme cuándo espera volver a retomar su plan de pagos?
– Dígamelo usted. Hábleme de las viviendas sociales, ya sabe, de la Seguridad Social. ¿Por qué no habla con ellos?
La mujer cada vez arrastraba más las palabras, y lo que estaba diciendo no tenía ningún sentido.
– Creo que volveré a llamarla mañana, señora Hall.
Lynn colgó.
A su derecha, Jim, un tipo bajito y enjuto de unos treinta años, se quitó los auriculares y soltó un sonoro suspiro.
– ¡Por Dios! -dijo-. ¿Qué le pasa hoy a la gente?
Lynn le lanzó una sonrisa comprensiva. Él se puso en pie.
Me voy. Creo que hoy necesito almorzar algo líquido. ¿Te apetece tomar algo? Invito yo.
– No, gracias. Lo siento, Jim. Tengo que quedarme trabajando.
– Allá tú.
Aliviada, Lynn vio como Katie, una mujer pelirroja y rechoncha de unos cuarenta, también se quitaba los auriculares y cogía el bolso.
– Muy bien -dijo-. ¡Me voy a la guerra con las tiendas!
– Buena suerte -respondió Lynn.
Unos minutos más tarde vio que la directora de equipo se ponía el abrigo. Lynn fingió estar ocupada repasando el correo electrónico mientras esperaba que los tres salieran de la sala; luego cogió el archivo de clientes y anotó un número.
En cuanto se fueron, se quitó los auriculares, sacó el teléfono móvil del bolso, seleccionó la opción «número oculto» y luego marcó el número de su cliente más detestable de todos. Él respondió con recelo, al tercer tono, con su voz profunda y empalagosa.
– ¿Sí?
– ¿Reg Okuma?
– ¿Quién es, por favor?
Con una voz que era apenas un suspiro, respondió:
– Lynn Beckett, de Denarii.
De pronto su tono de voz cambió.
– ¡Mi bella Lynn! ¿Me llama para decirme que, por fin, podremos hacer el amor juntos?
– Bueno, en realidad le llamo para ver si puedo ayudarle con su valoración crediticia. Estamos haciendo ofertas especiales de Navidad a nuestros clientes. Debe 37.500 libras, más intereses, a tres compañías de tarjetas de crédito. ¿Verdad?
– Si usted lo dice.
– Si pudiera reunir 15.000 libras inmediatamente, en efectivo, creo que podría borrarle el resto de la deuda y dejarle a cero, para que empezara limpio el Año Nuevo.
– ¿Eso haría? -respondió, incrédulo.
– Sólo porque es Navidad. Estamos pensando en nuestro balance anual. Nos iría bien liquidar las cuentas con algunos clientes particulares.
– Ésa es una proposición muy interesante.
Lynn sabía que tenía el dinero. Poseía un largo historial de impagos que se remontaba a más de una década. Tenía negocios que operaban en efectivo -furgonetas de helados y puestos de comida callejera-, pero solicitaba tarjetas de crédito, les sacaba todo el jugo y luego se declaraba insolvente. Lynn calculó que probablemente tendría cientos de miles de libras acumuladas en efectivo. Quince mil sería poca cosa para él. Y una ganga.
– Ayer me dijo que necesitaba comprar vehículos para su nuevo negocio, y que no le concedían ningún crédito.
– Sí.
– Pues ésta podría ser una buena solución para usted.
Él se quedó callado un buen rato.
– Señor Okuma, ¿sigue ahí?
– Sí, preciosa. Me gusta escuchar su respiración. Me ayuda a pensar con claridad, y también me excita. Así que si yo… pudiera encontrar esa suma…
– En efectivo.
– ¿Tiene que ser en efectivo?
– Le estoy haciendo un gran favor. Estoy jugándome el cuello con esto, para ayudarle.
– Me gustaría recompensárselo, bella Lynn. ¿Quizá podría recompensárselo en la cama?
– Primero necesito ver el dinero.
– Creo que esa cantidad… puede ser. Sí. ¿Cuánto tiempo me puede dar?
– ¿Veinticuatro horas?
– La llamaré en breve.
– Llámeme a este número -dijo ella, y le dio su móvil. Cuando colgó, empezó a temblar.
80
Grace apuntó la hora y la fecha en su cuaderno -18.30, jueves 4 de diciembre- y luego echó un vistazo a la larga agenda que su ayudante le había pasado a máquina para la decimocuarta reunión de la Operación Neptuno.
Varios de los miembros de su equipo, entre ellos Guy Batchelor, Norman Potting y Glenn Branson, estaban discutiendo airadamente sobre una polémica decisión arbitral en el partido de fútbol de la noche anterior. Grace, que prefería el rugby, no lo había visto.
– Muy bien, chicos -dijo, levantando la voz y la mano-. Final del encuentro.
– Muy gracioso -respondió Glenn Branson.
– ¿A que te saco tarjeta amarilla?
– No creo que me la quieras sacar cuando oigas lo que te traigo. Que son dos cosas, de hecho. ¿Quieres que saque de centro yo?
– Como quieras -dijo Roy Grace, con una mueca divertida.
– Bueno -empezó Branson, recogiendo un pliego de notas-, lo primero es que esta tarde los chicos de la Unidad de Rescate Especializado han salido a rastrear la zona donde se vio por última vez el Scoob-Eee. A pesar del tiempo de mierda que hace, han encontrado una anomalía en el lecho marino que tiene aproximadamente las mismas dimensiones que el Scoob-Eee. Tiene forma de barco y a unos treinta metros de profundidad, aproximadamente doce millas al sur de Black Rock. Por supuesto podría tratarse de los restos de un viejo naufragio, pero van a sumergirse mañana, si lo permite el tiempo, para echar un vistazo.
– ¿Vas a ir con ellos, Glenn? -preguntó la inspectora Mantle.
– Bueno -vaciló-, si puedo escoger, preferiría no hacerlo.
– Yo creo que deberías -dijo ella-, por si encuentran algo.
– Sí, les seré muy útil, tirado en el suelo boca arriba, vomitando.
– Si vas a vomitar, túmbate siempre de lado o boca abajo -puntualizó Potting-. Así no te ahogarás.
– Un consejo muy útil, Norman. Gracias. Lo tendré en cuenta -replicó Glenn.
– A mí me preocupa el capítulo de «recursos» -los interrumpió Grace -. Aparte de que el Scoob-Eee se usara como embarcación para la recuperación de dos de los cuerpos, ¿tenemos algo que relacione su desaparición con nuestra investigación y que justifique una nueva salida de Glenn?
Con tono apesadumbrado, como un condenado que ayudara a su propio verdugo, Glenn dijo:
– Sí, tengo los resultados del laboratorio sobre el ADN de las dos colillas de cigarrillo que recogí en el puerto de Shoreham. ¿Recuerdas que informé de que había visto a alguien que parecía observar con interés el Scoob-Eee el viernes pasado por la mañana?
Grace asintió.
– Bueno, la base de datos nacional de Birmingham dice que hay una coincidencia exacta con alguien que han introducido recientemente en la base de datos a petición de la Europol. Utiliza dos nombres diferentes. Aquí se hace llamar Joe Baker, pero su nombre real es Vlad Cosmescu; es rumano.
Grace pensó por un momento. Joe Baker. El propietario del Mercedes negro que había visto en su salida matutina. ¿Una coincidencia, o algo más?
– Eso es interesante -dijo Bella Moy-. Ese nombre apareció de pronto anoche: hace de chulo de dos chicas recién llegadas de Rumania.
– Sin duda es el «hombre del momento» -dijo Grace, sacando unos papeles de un sobre marrón-. Los magos de nuestro Departamento de Huellas han conseguido sacar un juego de huellas de un fuera borda que habían tirado al mar. Han empleado un equipo nuevo que están probando, y han obtenido una coincidencia con la Europol esta tarde. Adivinad…