– ¿Nuestro «nuevo mejor amigo», Vlad, el Empalador? -aventuró el sargento Batchelor.
– ¡Bingo! -respondió Grace.
– ¿Vamos a cogerlo? -preguntó Norman Potting-. Son unos indeseables, estos rumanos, ¿no?
– Eso es muy racista -subrayó Bella.
– No, no es más que una verdad nacional.
– ¿Y por qué quieres arrestarlo, Norman? -dijo Grace-. ¿Por fumarse un cigarrillo? ¿Por echar un motor fuera borda al mar? ¿O por ser rumano?
Potting bajó la mirada y soltó un gruñido indescifrable.
– ¿Tenía el Scoob-Eee un motor fuera borda, Glenn? -preguntó E.J.
– Yo no vi ninguno, no.
– ¿Sabemos dónde vive este hombre, Baker-Cosmescu? -preguntó Bella-. Lleva unos años en el mundo de los burdeles, Roy. Deberíamos poder conseguir una dirección fácilmente.
– ¿Quieres que alguien lo interrogue? -preguntó la inspectora Mantle.
– No, pero deberíamos ficharlo como «persona de interés». No creo que debamos hablar con él de momento. Si prepara algo, sólo serviría para alertarle. Podríamos plantearnos ponerle vigilancia -respondió Grace, que revisó sus notas-. Bueno, ¿entonces cómo nos va en el capítulo «acciones»?
– Dos agentes se han dedicado a visitar a todos los proveedores de lonas de PVC de la zona. De momento nada -dijo David Browne.
– Nick y yo cubrimos doce burdeles anoche -dijo Bella Moy, buscando un Malteser.
– ¡Estarás harto de tanto follar, Nick! -soltó Norman Potting.
Nicholl se ruborizó y esbozó una sonrisa forzada. Grace contuvo una mueca. Potting se había mantenido más tranquilo de lo normal durante los últimos días, algo que achacaba a sus problemas matrimoniales. Y aquello era un alivio. Potting era un buen policía, pero en un par de casos en los que habían trabajado juntos recientemente, Grace había llegado peligrosamente cerca al punto de tener que despedir al sargento por sus comentarios ofensivos.
Girándose hacia Bella, le preguntó:
– ¿Y? ¿Nada?
Bella buscó a Nick Nicholl con la mirada como confirmación y respondió:
– Nada más que lo de Cosmescu. No encontramos a ninguna chica que pareciera pasarlo mal.
– Me alegra saber que nuestros burdeles son lugares tan felices -comentó Grace, sarcástico.
– Hoy seguiremos -dijo ella.
Tras echar un nuevo vistazo a sus notas, Grace se giró hacia Potting.
– ¿Hay algo de tu hombre en Rumania?
– Recibí un correo electrónico de Ian Tilling hace una hora. Esta noche seguirá una pista. Puede que tenga algo de información por la mañana. Grace tomó una nota.
– Bien. Gracias. ¿Y qué hay de la gente que estaba en una lista de trasplantes y que se ha retirado?
– He estado trabajando en eso todo el día, Roy -dijo Potting-. Sospecho que por ahí lo tenemos mal. En primer lugar, tenemos en contra el juramento hipocrático, la famosa «confidencialidad del paciente». Lo segundo es el modo en que funciona el sistema. Esas listas de trasplantes no son inamovibles. Hablé con un hepatólogo muy solícito del Royal South London, uno de los hospitales más importantes en cuanto a trasplantes de hígado. Me dijo que tienen una reunión semanal, cada miércoles a mediodía, en la que revisan la lista. Como hay tanta escasez de donantes, cambian el orden de prioridad de semana en semana, según la urgencia. Estamos hablando de todos los hospitales del Reino Unido. Tendríamos que ir a los tribunales para acceder a los registros de cada uno. Lo que necesitamos es un infiltrado en el equipo.
– ¿Qué tipo de infiltrado?
– Un cirujano de trasplantes que se ganara la confianza de los médicos -dijo Potting-. Alguien con perspectiva.
– Yo tengo algo que puede ser de interés -dijo Emma-Jane Boutwood -. He estado intentando encontrar especialistas en trasplantes o cirujanos rebotados, en Internet. Alguien que critique abiertamente el sistema.
– ¿En qué sentido? -preguntó la inspectora Mantle.
– Bueno, por ejemplo, un cirujano que no cree que sea poco ético comprar órganos humanos -explicó la joven agente-. Y he encontrado a alguien: se llama sir Roger Sirius, y sale en varios vínculos diferentes.
Se quedó mirando a Grace, que asintió y la animó a seguir.
– Hay una serie de cosas interesantes sobre este tal Sirius. Se formó con uno de los pioneros de la cirugía de trasplantes de hígado en el Reino Unido. Luego fue jefe de Hepatología en el Royal South London Hospital muchos años. Montó una campaña activa para que se cambiaran las leyes de donación de órganos: defendió un sistema de donación por defecto, lo que significaría que los órganos de los fallecidos se aprovecharían de forma automática, a menos que se haya especificado lo contrario. Lo más interesante es que se prejubiló del Royal tras una discusión sobre el tema. Y se fue al extranjero.
Se detuvo y se quedó mirando sus notas.
– Aparece en algunas páginas web relacionadas con Colombia, que es un país muy implicado en el tráfico de órganos humanos. Luego aparece en Rumania.
– ¿Rumania? -reaccionó Grace.
E. J. asintió. Luego siguió:
– Lleva una vida por todo lo alto. Tiene su propio helicóptero, coches de lujo y una enorme mansión en Sussex, cerca de Petworth.
– Interesante -dijo la inspectora Mantle-. Lo de Sussex.
– Hace cuatro años pasó por un divorcio muy complicado y caro. Y ahora está casado con una ex Miss Rumania. Eso es todo lo que tengo hasta ahora.
Hubo un largo silencio, hasta que Grace lo rompió:
– Buen trabajo, E. J. Creo que deberíamos tener una charla con él.
Pensó por un momento. Por lo poco que sabía de los médicos con una larga carrera, solían ser unos tipos elegantes y pomposos. Guy Batchelor, que había ido a un colegio de pago, podría ser el tipo de persona con quien sir Roger Sirius se sintiera más cómodo. Además, Batchelor también había estado trabajando en aquello.
– Guy, éste es el campo en el que tú estabas trabajando -dijo, tras girarse hacia el sargento-. Creo que deberías ir con E. J.
– Sí, jefe.
– Decidle que estamos investigando el caso de tres cuerpos que creemos que están relacionados con una trama de tráfico de órganos y preguntadle si podría darnos su opinión experta sobre dónde buscar a estos tipos. Aduladle, trabajadle el ego… y observadle como un ave de presa. Ved cómo reacciona.
Luego volvió a sus notas.
– El número de teléfono que me dieron desde Alemania. ¿Quién está con eso?
Una de las investigadoras, Jacqui Phillips, levantó una mano.
– Yo, Roy. Conseguí una dirección en Patcham y el nombre de la titular. Pero hay algo más, que le comuniqué a la inspectora Mantle.
– Fue una buena observación, Jacqui -dijo Lizzie Mantle, al hilo de aquello-. La propietaria de la casa es una tal Lynn Beckett. Jacqui cayó en que es el mismo apellido que el de uno de los miembros de la tripulación de la draga Arco Dee, que encontró el primer cuerpo. Fuimos Nick y yo quienes tomamos declaración a los miembros de la tripulación la primera vez, así que volvimos esta tarde temprano. Estaban en el puerto, vaciando su carga. Confirmamos que esa Lynn Beckett es la ex esposa del ingeniero en jefe, Malcolm Beckett. Uno de sus compañeros me dijo que últimamente está bastante deprimido, porque su hija está enferma. No estaba seguro del todo de qué es lo que tiene, pero es algo relacionado con el hígado.
– ¿El hígado? -repitió Grace.
Ella asintió.
– ¿Habéis encontrado algo más?
La inspectora sacudió la cabeza.
– No. Malcolm Beckett estaba muy comedido. En mi opinión, demasiado comedido.
– ¿Por qué?
– Porque creo que escondía algo.
– ¿Como qué?
– No dejaba de decir que su hija vive con su ex mujer y que la ve muy poco, así que no sabe exactamente lo que le pasa. No me sonó creíble… como padre. Ni tampoco superó la «prueba de los ojos» del superintendente Grace.