Plan de campaña
Sir Charles y Satterthwaite llegaron a Londres al día siguiente por la tarde. La entrevista con el coronel se llevó a cabo con mucho tacto. Crossfield no se mostró muy satisfecho al saber que «unos caballeros» habían encontrado lo que él y sus ayudantes no habían sabido ver antes. Tuvo sus dificultades para salvar las apariencias.
—Muy meritorio. Reconozco que nunca se nos ocurrió mirar debajo de la estufa. Si he de ser sincero, les diré que me extraña que se les ocurriese a ustedes.
Los dos amigos no entraron en detalles de cómo se les había ocurrido. «Fue husmeando en la habitación», explicó simplemente sir Charles.
—Lo que han encontrado no me sorprende —prosiguió el inspector—. Si Ellis no era culpable del crimen, era lógico suponer que, de un modo u otro, su desaparición obedeciera a alguna causa, y he pensado en la posibilidad de un chantaje.
Una cosa lograron con su descubrimiento y fue que Johnson se pusiera en comunicación con la policía de Loomouth. Se iba a hacer una investigación sobre la muerte de Stephen Babbington.
—Si el párroco murió también envenenado con nicotina, hasta Crossfield tendrá que convenir en que las dos muertes estás relacionadas entre sí —afirmó sir Charles, mientras regresaban a Londres.
Todavía estaba un poco disgustado por haber tenido que entregar su descubrimiento a la policía.
Satterthwaite lo había consolado asegurándole que esa información no sería hecha pública o divulgada a la prensa.
—La persona culpable no tiene que sospechar nada. La caza de Ellis debe continuar.
Sir Charles tuvo que darle la razón.
Al llegar a Londres, le dijo a Satterthwaite que iba a ponerse en contacto con Egg. La carta de la muchacha tenía la dirección de Belgrave Square y esperaba encontrarla allí.
Satterthwaite aprobó su decisión. Él también deseaba ver a Egg. Así pues, los dos amigos convinieron en telefonearla tan pronto como llegasen a Londres.
Egg estaba todavía en la ciudad. Ella y su madre seguían en casa de unos amigos y no volverían a Loomouth hasta la semana siguiente. Los dos hombres convencieron fácilmente a la muchacha para que fuera a cenar con ellos.
—No creo que quiera venir aquí —dijo sir Charles echando una mirada a su elegante piso—. A su madre no le gustaría. Claro que la señorita Milray podría cenar con nosotros, pero preferiría que no. Confieso, si he de ser sincero, que la señorita Milray me carga un poco. Es una mujer tan eficiente en todo que me produce un complejo de inferioridad.
Satterthwaite sugirió que podrían cenar en su casa. Al fin, decidieron ir al Berkeley y, si a Egg no le gustaba, podrían ir a cualquier otro sitio.
La joven estaba más delgada. Sus ojos parecían agrandados por las ojeras, pero su encanto era mayor que nunca.
Lo primero que le dijo a sir Charles fue:
—Estaba segura de que vendría.
Su tono significaba: «Ahora que ha venido, todo irá bien».
Satterthwaite pensó: No estabas segura de que volviese, no lo estabas. ¡El miedo que habrás pasado! Y respecto a él, se dijo: ¿No se da cuenta este hombre? Los actores son lo suficientemente presuntuosos para... ¿No se da cuenta de que la chica está loca por él?
Aquella era una situación extraña. No le cabía la menor duda de que sir Charles estaba locamente enamorado de la joven. Ella le correspondía, y el lazo que les unía era un crimen, un repugnante doble crimen.
Durante la cena, se habló poco. Sir Charles contó algunas anécdotas de sus viajes por el extranjero. Egg habló de Loomouth. Satterthwaite trataba de vez en cuando de animar la conversación cuando languidecía. Después de cenar, fueron a casa de Satterthwaite.
Estaba situada en Chelsea Embankment. Era una casa grande que contenía muchas y variadas obras de arte. Había cuadros, esculturas, porcelanas chinas, objetos prehistóricos, estatuillas de marfil, miniaturas y muebles Chippendale y Hepplewhite legítimos, todo lo cual daba una sensación agradable.
Egg no vio ni se fijó en nada. Dejó su abrigo sobre una silla y exclamó:
—¡Por fin! Ahora cuéntemelo todo.
Escuchó con gran interés el relato que le hizo sir Charles de sus aventuras en Yorkshire, conteniendo la respiración al llegar al momento en que encontraron las cartas.
—De lo que ocurrió después, solo podemos hacer conjeturas —terminó sir Charles—. Lo más probable es que Ellis recibiese el dinero que pedía por su silencio y que le facilitaran la huida.
—¡Oh, no! —exclamó Egg—. No lo entienden. Ellis ha muerto.
Los dos hombres la miraron sorprendidos, pero ella reiteró su afirmación.
—¡Claro que ha muerto! Por eso ha desaparecido sin dejar ningún rastro. Sabía demasiado y lo mataron. Ellis es seguramente la tercera víctima.
Aunque a ninguno de los dos hombres se le había ocurrido, tuvieron que admitir aquella posibilidad, ya que no era del todo absurda.
—Pero, veamos, mi querida niña —dijo sir Charles—. Está muy bien decir que Ellis ha muerto. Sin embargo, ¿dónde está el cuerpo? Un hombre de la corpulencia del mayordomo no se esconde así como así.
—No sé dónde estará su cuerpo. Hay mil sitios donde podría estar enterrado.
—No sé —murmuró Satterthwaite—, no sé...
—Sí, mil lugares —repitió Egg—. Nadie ha mirado en el desván. Hay muchos desvanes a los que nadie sube nunca. Es probable que esté metido en alguno de los baúles del desván.
—Poco probable, aunque de todas formas, es posible —admitió sir Charles—. Pero eso solo sería retrasar su descubrimiento.
—Los olores van hacia arriba, no hacia abajo. Se puede notar antes que hay un cuerpo en descomposición en la bodega que en el desván. Y aun así, durante un tiempo se atribuiría el olor a una rata muerta.
—Si su teoría se confirma —dijo Cartwright—, indicaría que el asesino es un hombre. Una mujer no puede llevar un cuerpo de un lado a otro de la casa. Aun para un hombre sería una verdadera demostración de fuerza.
—También hay otras posibilidades. Ya, sabe usted que hay un pasadizo secreto. La señorita Sutcliffe lo dijo y el mismo sir Bartholomew prometió que me lo enseñaría. Puede que el asesino, después de entregarle el dinero a Ellis, le indicara aquel camino para salir de la casa y, una vez dentro del pasadizo, lo mató. Una mujer puede hacerlo perfectamente. Tal vez lo apuñaló por la espalda o algo por el estilo. Luego no tendría más que dejar el cuerpo allí y marcharse. Nadie se enteraría jamás de nada.
Sir Charles movió la cabeza en señal de duda, pero ya no discutió la teoría de Egg. No le pareció inverosímil.
Satterthwaite estaba seguro de que a sir Charles le había asaltado la misma sorpresa cuando encontró las cartas en la habitación de Ellis. Recordó el estremecimiento de su amigo. Sin duda, en aquel momento se le ocurrió la idea de que Ellis pudiera haber muerto.
Si el mayordomo ha muerto es que nos hallamos ante un personaje peligroso... sí, muy peligroso, pensó Satterthwaite mientras un estremecimiento también le recorría el cuerpo. El que había matado tres veces no vacilaría en hacerlo una cuarta vez. Por lo tanto, Egg, sir Charles y él estaban en peligro. Si averiguaban demasiadas cosas...
La voz de sir Charles le arrancó de sus lúgubres pensamientos.
—Hay algo en su carta que no he comprendido bien, Egg. Dice usted que Oliver está en peligro, que la policía sospecha de él, y no veo la razón.
A Satterthwaite le pareció que Egg se turbaba y hasta la vio enrojecer.
¡Ah, ah!, se dijo. ¡A ver cómo salimos de esta, jovencita!
—Fue una tontería por mi parte —murmuró la joven—. Estaba inquieta. Pensé que, dada la manera en que llegó Oliver allí aquel día, la policía podía creer que se trataba de un ardid y sospecharía de él.
Sir Charles aceptó de buen grado aquella explicación.
—Sí, comprendo.
—¿Se trataba realmente de un ardid? —preguntó Satterthwaite.