—Dhamon, tú y yo le echaremos una atenta mirada a este mapa más tarde, cuando nos hallemos lejos de aquí. Veremos si podemos descifrar algo de la escritura. —Hizo una seña con la cabeza a su padre—. Dejaremos los otros dos mapas. No los vendas a nadie. Dhamon y yo podríamos quererlos más adelante. Regresaremos si no conseguimos nada de éste.
—Todavía sigo queriendo dos morrales llenos de gemas —intervino Dhamon, que se estaba llenando ya los bolsillos hasta rebosar, mientras se colocaba una gruesa cadena de oro alrededor del cuello y un brazalete en la muñeca.
—De acuerdo —respondió Donnag, dirigiéndole una mirada corva.
—Luego —siguió el hombre—, quiero que nos escoltéis fuera de la ciudad. No quiero teneros ni un instante lejos de nosotros para que tengáis la oportunidad de llamar a vuestros generales o a vuestra cuadrilla de asesinos. Será mejor que no hagáis que ninguno de vuestros esbirros nos siga. ¿Lo comprendéis?
El otro asintió de mala gana.
Dhamon ni siquiera permitió al caudillo que se cambiara de ropa.
Desde luego, la historia que contó a las mujeres no incluía el hecho de que Maldred fuera un mago ogro disfrazado de humano gracias a un conjuro de larga duración en el que era un experto, ni que Maldred fuera el hijo de Donnag. Por supuesto, también dejó fuera el lugar al que conducía el mapa del tesoro. Además, tampoco hizo mención alguna de la escama de su pierna. Dhamon se limitó a decir que la espada no funcionó de modo como se le había prometido que lo haría y que había recibido dos morrales de joyas y un mapa del tesoro de Donnag por sus molestias y por haber liberado a los esclavos.
—De modo que hemos terminado con Bloten —finalizó Maldred—; al menos, por el momento.
El gigantón había apartado a un lado la sábana; el cuerpo le brillaba de sudor, y los movimientos eran torpes por culpa del alcohol. Sus tres compañeras seguían festejándolo. Una de ellas tomó un buen trago de ron con especias; luego, besó a Maldred y depositó la bebida en su boca, a lo que éste contestó dándole un cariñoso golpecito para obtener otro trago.
—De todos modos, no estaríamos seguros allí en estos momentos —dijo, y lanzó una sonora carcajada.
—¡Exacto!
Dhamon también se echó a reír, y volcó la jarra. Recuperó el equilibrio recostándose contra el desvencijado cabezal de la cama; después le entregó la jarra vacía a Elsbeth.
—Ya te hafffía advertido que podría no quedar nada si esperabas.
—Estás borracho.
—Sí, señora.
Ella frunció el entrecejo, pero enseguida se animó.
—Empieza a oscurecer en el exterior. Iré a buscar otra botella. A lo mejor después de algunos sorbos más, querrás…
Dejó que las palabras flotaran en el aire mientras se apartaba de él, tras darle un veloz beso en la mejilla y antes de salir a toda prisa por la puerta.
—Así pues, ése es el motivo por el que tienes prisa por abandonar Blode —dijo Satén—. ¿Por el modo como amenazaste la vida del caudillo ogro?
—Sí, de nuevo —respondió Dhamon—. Ffeguro que hay una orden de detención contra mi fersona corriendo por todo este maldito país ahora, emitida por Donnag, y también por parte de unos caballeros de la Legión de Acero con los que nos cruzamos anteriormente. Y aunque todo hombre tiene que morir en algún momento, yo preferiría no haferlo en esta asquerosa tierra, essspecialmente a manos de los homfres de Donnag. Además, lo fierto es que odio estas montañas. Es hora de un cambio de faisaje.
—Eres un tipo curioso pero valeroso.
Satén se acurrucó, pegándose aún más a él.
—Hace tanto calor —dijo Dhamon, que deslizó un dedo por el brazo de la mujer, decidiendo que su piel tenía el mismo tacto que su nombre: satén—. Calor —repitió.
—Es el ron lo que te hace sentir calor. Este verano no está resultando tan malo. En realidad —ronroneó—, hemos padecido épocas peores. Puedo hacer que sientas más calor, y sé que no te importará en lo más mínimo.
Sus dedos se movieron en dirección a lo pantalones del hombre, sin embargo frunció el entrecejo cuando, de nuevo, él los apartó de una palmada.
—¡Eh!, todavía no ha ofcurecido —dijo—. No ha…
Vio que Elsbeth regresaba con dos jarras más en las manos. Maldred abandonó el lecho para apoderarse de una y volvió otra vez a toda velocidad con las mujeres.
—Cerveza —indicó Elsbeth al observar la expresión del rostro del hombretón—. Ya no hay ron con especias. Os bebisteis lo último que quedaba. Lo siento.
Dhamon aceptó su jarra sin comentarios y tomó un buen trago. Al igual que el perfume de las mujeres, la cerveza era barata y tenía un olor molesto, pero era fuerte. Su visión se había nublado lo suficiente como para que las patas de gallo que rodeaban los ojos de la mujer hubieran desaparecido. Entonces ya no parecía tan regordeta, sino más suave, más bonita. Dhamon tomó otro buen trago; luego, pasó el recipiente a Satén. Alargó las manos, agarró los cabellos de Elsbeth y acercó su rostro para a continuación besarlo. El olor a Pasión de Palanthas ya no resultaba tan fastidioso, y además parecía complementar lo que fuera que Satén llevara puesto.
Las muchachas le murmuraban al mismo tiempo que le desabrochaban los pantalones y tiraban de ellos. Su mente registró que aún no había oscurecido lo suficiente; una débil luz se filtraba por la ventana, y alguien había encendido una vela, probablemente una de las compañeras de Maldred. «Debería estar oscuro», se dijo, pero el alcohol y el perfume eran embriagadores, su lengua estaba demasiado entorpecida para protestar y los dedos se ocupaban en enroscar los cabellos de las mujeres.
Escuchó un fuerte golpe seco y un gruñido, y después fricción de sábanas; supo que el estruendo provenía del extremo de la habitación donde se hallaba su compañero. Sin duda, el hombretón se había caído del lecho. Abrió los ojos y ladeó la cabeza, y por entre un resquicio en los rizos de Elsbeth, vio a Maldred en el suelo, tumbado sobre el estómago, con la jarra de cerveza caída más allá de sus dedos inertes.
Dhamon habría reído de no ser porque su boca quedaba cubierta alternativamente por los labios de Satén y los de Elsbeth; en un respiro, la abrió para tomar otro largo trago de cerveza barata. Habría dado palmas, divertido, si no se hubiese dado cuenta de que las tres mujeres forcejeaban para devolver a Maldred, boca abajo, a la cama, y que una de ellas ataba las manos del hombretón al armazón del lecho.
—¡Eh!
Dhamon alargó el cuello. Las mujeres habían atado también los pies de su amigo, y entonces empezaban a vestirse.
—Algo no va bien.
Dhamon intentó seguir hablando, pero las palabras se perdieron en alguna parte entre su mente y su lengua. Quiso quitarse a Elsbeth de encima, pero ésta resultaba terriblemente pesada, y sus dedos parecían gruesos y torpes e incapaces de desenredarse de los cabellos de la mujer. Se sentía como una roca, imposibilitado para moverse, clavado en su puesto por la robusta rubia.
—Limítate a permanecer echado, cariño —lo arrulló la mujer.
—Bebe un poco más —le instó Satén.
La mujer le echó la cabeza hacia atrás y le vertió un poco más de cerveza por la garganta. La bebida era fuerte, demasiado fuerte, y cuanta más consumía más le parecía notar un sabor que no era el que debía tener.
—¡Nnno! —farfulló, intentado escupirla.
—Cariño, deberías estar dormido hace tiempo. Hemos puesto los suficientes polvos en esas jarras como para dejar sin conocimiento a un pequeño ejército. Una jarra de ese ron con especias debería haber sido más que de sobra para vosotros dos. Parece como si tuvierais la constitución de dos elefantes machos. Satén…
La delgada ergothiana dio vuelta a la jarra de nuevo, pero Dhamon consiguió apretar bien los dientes, y la mayor parte de la cerveza se derramó por el exterior de la boca. Notaba la cabeza alternativamente pesada y ligera. Intentó otra vez apartarse de Elsbeth y Satén, en esa ocasión con cierto éxito. Rodó junto con la primera, cayeron al suelo y quedó sobre ella, enredado con la sábana y los pantalones. Intentó levantarse, pero los brazos y las piernas estaban entumecidos.