Las tres ladronas contemplaron con asombro a la semielfa.
—Ya me habéis oído. Quiero la colaboración de vuestra pequeña cuadrilla de ladronas.
Rikali movió velozmente los ojos entre Elsbeth, Satén y la mujer que por fin había dejado de forcejear con la espada de Maldred y que entonces la soltó —la caída produjo un fuerte sonido metálico— para, a continuación, dirigir la mano hacia el cuchillo largo que llevaba sujeto al cinto.
—¡Cerdos! Pero si no hay motivos para mostrarse poco amistoso. Tan sólo quiero hacer un trato con vosotras, señoras. —La última palabra la pronunció con desdén y escupiendo en el suelo—. Tal y como lo veo, tenéis todo un montaje aquí. Los hombres suben para pasar un buen rato, y tal vez les ofrecéis justo lo que están buscando. Luego, los dejáis pelados y los matáis. Soborné al posadero de abajo y me contó que le alquilasteis todas las habitaciones de aquí arriba para que nadie pudiera subir a molestaros, para que nadie interfiriera; nadie, excepto yo, claro.
Satén echó una ojeada por encima del hombro y comprobó que Maldred seguía inconsciente debido al alcohol adulterado.
—Escucha elfa…
—Semielfa.
Rikali sacudió los cabellos para que pudieran ver las suaves puntas de sus orejas.
—Lo que sea. No sé de dónde has salido, mujer, pero…
—Vine de Bloten, una ciudad realmente maravillosa. —El sarcasmo resultaba bien patente en su voz—. Dhamon Fierolobo me dejó tirada allí. Dijo que volvería a buscarme. —Hizo una pausa, resoplando y mirando colérica al aludido—. Debería haber sabido que no lo haría.
Dhamon intentó mover las cuerdas, pero sus brazos no funcionaban correctamente, y todo lo que sus dedos parecieron capaces de hacer fue contraerse débilmente. No podía ver a Rikali, pero tampoco podía creer que pretendiera unirse a esas mujeres. ¿Le había oído decir realmente que siguieran adelante y lo mataran a él y a Mal? Abrió la boca para llamarla, pero únicamente salieron espumarajos.
—Le vi en Bloten hará algo más de una semana, tal vez dos, a él y a Mal. Recorrían la calle principal dándose importancia seguidos por una columna de ogros de aspecto mugriento. Fueron directos al palacio de Donnag. Luego, volvieron a salir de la ciudad. Ni se molestaron en buscarme…, y ahí estaba yo corriendo por una callejuela, intentando alcanzarlos.
—De modo que los seguiste hasta aquí —repuso Satén con una sonrisa.
—¡Cerdos, claro que lo hice! Pero sólo porque imagino que están en deuda conmigo. ¡Me deben una barbaridad! ¡Una barbaridad! Y sólo para cobrar y decirles claramente lo que pienso. ¡Al Abismo con los dos! —Volvió a escupir, esa vez en dirección a Dhamon—. Así pues, incluso los mataría por vosotras si no queréis ensuciaros las manos y me dejáis ingresar en vuestra pequeña cuadrilla; por una buena parte del botín, claro está. Supongo que sean cuantas sean las monedas que lleven, algunas deberían ser mías, de todas formas. Como os dije, están en deuda conmigo.
—Lo siento. —Elsbeth sacudió la cabeza—. Somos una familia muy unida, elfa.
—Semielfa —volvió a corregir Rikali.
—No necesitamos a seis personas en nuestra familia. Las partes ya son demasiado pequeñas tal y como están las cosas.
—Sólo veo a tres de vosotras —replicó la semielfa, que contó rápidamente.
—Cat y Keesha se han marchado hace unos minutos —repuso la otra con una risita— con las monedas que tanto te interesan.
—¡Quiero lo que se me debe! —Rikali alzó la voz y sujetó las dagas con más fuerza—. ¡No he viajado tan lejos para quedarme sin nada!
—De acuerdo, te daré lo que te mereces —indicó Elsbeth—. ¡Te daré esto!
La mujer se lanzó hacia el frente, moviendo el largo cuchillo al hacerlo; luego, se detuvo con un alarido cuando sus pies desnudos entraron en contacto con los fragmentos del espejo.
La semielfa no tenía tal problema y avanzó hacia Elsbeth triturando los cristales con las botas mientras movía las dagas con energía. A su espalda, un joven apareció de improviso en el umbral. Había estado aguardando en el pasillo, y entonces, engalanado con pieles de color verde, se adelantó balanceando ante él un bastón de roble. Satén se adelantó para ir a su encuentro.
—¡Cerdos! —gritó la semielfa a Elsbeth—. ¡Se supone que las mujeres son más listas que los hombres, y aquí estás tú andando sobre cristales rotos! Estúpida y gorda, eso es lo que eres. Supongo que Dhamon se quedó sin buen gusto en cuestión de mujeres cuando me perdió.
Cuando su adversaria se apartó dando un giro, la semielfa la acuchilló con la daga izquierda, y la hoja se hundió en el costado de la sorprendida ladrona.
—¡Satén! —chilló Elsbeth—. ¡Me han herido! ¡Sangro! ¡Ayúdame!
—Ayúdate tú misma —replicó la ergothiana—. Yo ya tengo mis propias preocupaciones. —Ágil como una danzarina, la mujer se había agachado para esquivar el ataque del bastón del joven—. Así que eres rápido, cachorro —refunfuñó—, pero no tan rápido como yo.
Lanzó el cuchillo al frente, y él saltó hacia atrás, pero al mismo tiempo bajó con fuerza el bastón y le arrancó el arma de la mano.
—¡Maldición! —exclamó la mujer mientras se dejaba caer al suelo y rodaba en dirección a la cama de Maldred, alargando el brazo para localizar el cuchillo.
La tercera mujer había conseguido volver a levantar la espada del gigantón y la sostenía frente a ella como si fuera una lanza, manteniendo al joven a distancia.
—No tienes derecho a entrometerte —le siseó—. ¡Ningún derecho!
Satén buscaba a tientas bajo el lecho el cuchillo.
—¡No lo alcanzo!
Se dio por vencida y se incorporó de un salto, y en tres zancadas se plantó en la ventana y salió por ella.
—¡Elsbeth! ¡Dejadlos! ¡Gertie!, ¡suelta esa enorme espada y huye! ¡Tenemos más riquezas de las que esperábamos! ¡Salgamos de aquí! ¡Elsbeth! —gritó, y saltó, perdiéndose de vista.
—¿Satén? ¡Satén! ¡No!
Elsbeth parecía preocupada mientras seguía fintando a Rikali.
—Dos contra dos —se burló la semielfa—. Varek y yo somos mejores, desde luego; de modo que será preferible que tú y tu amiga Gertie soltéis las armas y os deis por vencidas mientras aún tenéis la oportunidad de hacerlo.
Elsbeth negó con vehemencia al mismo tiempo que retrocedía un paso en dirección a la ventana.
—La ventaja está de nuestro lado, semielfa —corrigió.
—Vuelve a pensarlo. No digas que no te concedí una oportunidad de salvar tu arrugado cuello.
La semielfa atacó con su arma.
—¡Te rebanaré el pescuezo! —replicó la otra.
La mujer se dejó caer en cuclillas, desvió sin esfuerzo el ataque de los cuchillos de Riki y obligó a su adversaria a retroceder unos pasos. Mientras la semielfa mantenía la vista fija en el largo cuchillo que sujetaba su oponente, Elsbeth alargó la mano hacia sus cabellos y soltó una horquilla afilada. La mantuvo oculta en la mano, hasta que la otra se aproximó más; entonces, alargó el brazo como si fuera a desviar un golpe, pero en su lugar clavó la horquilla. La larga aguja se hundió en el antebrazo de la semielfa.
—¡Cerdos! —chilló Rikali, echando una veloz mirada al brazo y a la aguja clavada allí, que se iba cubriendo de sangre—. ¡Maldita sea! Oye tú, eso hace daño. Y mi vestido. ¡Es un vestido nuevo! ¡Nuevo! ¡Ahora la manga quedará manchada para siempre!
Blandió las dos armas con frenesí, y las puntas alcanzaron las ropas de Elsbeth y las rajaron, pero no consiguieron llegar hasta la carne de la mujer.
—Riki… —Dhamon había conseguido recuperar la voz, aunque la palabra sonó casi ininteligible.
La semielfa echó una ojeada en dirección a la cama y vio al hombre que la miraba fijamente con los ojos vidriosos. Crispó el labio superior en una mueca enfurruñada, pero pagó un precio por la distracción. Elsbeth se adelantó de nuevo; en esa ocasión, bajó la cabeza, cargó al frente y se estrelló contra el rostro de Rikali, a la que dejó momentáneamente aturdida. Al mismo tiempo, la ladrona lanzó el cuchillo y la hoja atravesó la falda de Riki y le arañó la cadera.