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—¿Algo no va bien? —repitió como un loro la semielfa desde el otro extremo de la estancia—. ¿De dónde has sacado eso, Mal? Atraviesan paredes de yeso con espadas, arrancan patas de la cama. ¡Son fuertes como toros! ¡Ya lo creo que hay algo que no va bien! Mal, yo debería… ¡Ah!

Elsbeth había conseguido herirla de nuevo, y Rikali se vio obligada a dedicar todos sus esfuerzos a desviar los ataques de su adversaria.

—¡Dhamon! ¡Dhamon! —llamó Maldred a su amigo desde el otro extremo de la habitación—. ¡Muévete!

El hombre se tocó las ataduras con movimientos torpes, sin dejar de contemplar la pelea entre Rikali y Elsbeth. La mujer de más edad tenía a la semielfa contra la pared y lanzaba en aquel momento el puño al frente. Rikali volvió la cabeza justo a tiempo, y el puño de su oponente se estrelló contra la gruesa pared de yeso, donde abrió un agujero.

La semielfa se quedó boquiabierta y contempló anonadada cómo la mujer sacaba tranquilamente el brazo y soplaba el polvo de yeso que cubría sus nudillos.

—No…, no…, no sé lo que sois —tartamudeó Rikali—, pero no sois vulgares ladronas.

—Desde luego, no lo somos —replicó ella a la vez que el cuchillo se abría paso a través de una manga y se hundía profundamente en el antebrazo de la semielfa—. Tal vez, Gertie tenga razón. ¡Quizá debería dejar de jugar contigo y poner fin a esta farsa! Pero no quiero provocarte heridas demasiado importantes. No eres humana y podrías valer unas cuantas monedas.

—¡Cerdos! ¡Cerdos para vosotras!

El brazo de Rikali estaba entumecido, y la semielfa volvió a maldecir cuando la daga resbaló de sus dedos; la manga del vestido estaba oscurecida por la sangre.

—Me has hecho una buena herida esta vez, piojosa… piojosa…, ¡lo que seas!

Rikali se lanzó a la izquierda, luego giró al frente y a la derecha; el movimiento cogió a Elsbeth por sorpresa, y ésta retrocedió.

Rikali corrió a los pies de la cama donde estaba Dhamon, se dio la vuelta y aplicó con energía la daga que le quedaba sobre la soga que ataba uno de los tobillos del hombre. Con dos veloces movimientos más consiguió cortarla lo suficiente como para que él se soltara; luego, corrió al otro extremo del lecho y asestó fuertes golpes con el filo a la cuerda que inmovilizaba el otro tobillo. En esa parte, el suelo estaba cubierto de pedazos del espejo roto, pero Elsbeth ya no dudó en seguirla.

La fornida mujer cargó por la habitación, chillando a medida que los cristales se clavaban en las plantas de sus pies. La semielfa apenas tuvo tiempo de volverse para repeler el ataque a tiempo, alzando la daga para detener el cuchillo de su adversaria.

Elsbeth se acercó más e intentó acuchillarla, de modo que la semielfa giró y se vio obligada a ir en dirección a la ventana.

Haciendo añicos el cabecero, Dhamon se soltó de la cama, pero necesitó tres intentos para conseguir sentarse. La habitación aún le daba vueltas, pero ya veía bien a la semielfa.

Se dio cuenta de que tenía un aspecto distinto. Acostumbraba a llevar prendas excesivamente ajustadas, pero entonces lucía un vestido amplio que le caía hasta los tobillos. Solía maquillarse el rostro —labios, ojos, mejillas, las pestañas cubiertas con una gruesa capa de khol—, lo que contrastaba marcadamente con su piel pálida; sin embargo, entonces no se veía el menor signo de maquillaje, y el rostro mostraba una suavidad, casi una fragilidad, propia de una muñeca de cerámica. Los cabellos eran los mismos, una masa de rizos de un blanco plateado que se desplegaban alrededor de la cara, pero llevaba la melena más corta, pues sólo le llegaba hasta los hombros.

—Vamos —se dijo en voz alta—. Levántate.

De improviso, sus pies se hallaban sobre el suelo, y él estaba de pie. Las oscuras manchas borrosas adquirieron nitidez, y consiguió distinguir la ventana y un resplandor, diminuto, que reconoció como procedente de una vela. La luz de un farol penetraba por la puerta abierta.

Escuchó la exclamación ahogada de una mujer. ¿Rikali?

—¡No me iría mal un poco de ayuda, Dhamon, Mal! —le llegó la respuesta—. ¡No sabía que las mujeres pudieran luchar tan bien!

«Tampoco yo», pensó Dhamon, y aunque su cabeza seguía aturdida, vio que Elsbeth seguía luchando con Rikali. Gertie continuaba forcejeando en el suelo con el joven, en tanto Maldred había conseguido ponerse de rodillas y retorcía los dedos en el aire. «Está lanzando un conjuro», se dijo.

Dhamon alargó la mano hasta su espalda, hacia la pata rota de la cama en la que había colgado a Wyrmsbane, pero no encontró nada. Una parte de él recordó que la ergothiana llamada Satén se había llevado el arma y que ya no estaba allí. Maldijo en voz baja mientras arrancaba una tabla de madera para usarla como arma.

Avanzó arrastrando los pies, alzó su improvisado garrote y lo descargó con toda la fuerza que consiguió reunir para golpear con energía el hombro de Elsbeth. Sin inmutarse, la prostituta siguió hostigando a la semielfa en dirección a la ventana.

—¡Ayuda a Varek! —gritó Riki—. ¡Esa zorra va a matar a Varek! ¡Dhamon!

—¿Varek?

Dhamon dirigió una veloz mirada al suelo. Gertie tenía las manos alrededor de la garganta del joven, cuyo rostro aparecía enrojecido; los ojos estaban a punto de saltar de las órbitas. Dhamon se balanceó hacia adelante y hacia atrás sobre sus pies mientras daba un paso en dirección a la pareja. Alzó el improvisado garrote y contempló cómo la habitación giraba a su alrededor.

Varios metros más allá, Maldred proseguía con el hechizo, pero en su estado de aturdimiento, el conjuro evolucionaba despacio, aunque se negaba a darse por vencido. Se concentró en sus dedos, que cada vez notaba más calientes; agradablemente más calientes al principio, luego de un modo más doloroso.

—No quiero hacerte daño, mujer —avisó el hombretón, intentando atraer la atención de Gertie—, pero no puedo dejar que mates a ese joven.

Ella hizo caso omiso de sus palabras.

—Te lo advierto… —prosiguió él, apuntando con los dedos a la mujer.

Gertie hundió las uñas con más fuerza en la garganta de su víctima.

—Se acabó.

Maldred lanzó el conjuro, y rayos de fuego centellearon hacia la mujer, a quien golpearon en el pecho y el estómago.

Ella no reaccionó, de modo que le envió otra llameante andanada. Esto atrajo su atención; al fin, abrió las manos, se incorporó tambaleándose y se encaminó hacia Maldred. Sus escasas ropas humeaban, y la piel bajo ellas aparecía chamuscada por el ataque mágico.

—Yo abandonaría si estuviera en tu lugar —le aconsejó el gigantón, mientras el joven que ella había estado intentando estrangular hacía esfuerzos por respirar y se frotaba la garganta—. Quédate donde estás. Mujer, ¿es qué no me escuchas?

Sacudió la cabeza y extendió las manos a ambos lados, articulando una retahíla de palabras en la lengua de los ogros. Una cortina de fuego salió disparada de sus manos, alcanzó a la ladrona a la altura de la cintura y, en un instante, las llamas la engulleron. Gertie se retorció y chilló con una voz profunda y estridente que hizo que Maldred sintiera una oleada de escalofríos en la espalda.

El hombretón, haciendo un esfuerzo supremo, se puso en pie justo a tiempo, mientras ella se desplomaba hacia adelante sobre la cama rota, retorciéndose aún, con lo que las llamas se extendieron por las sábanas. En unas cuantas zancadas, Maldred llegó junto a Varek y extendió una mano para ayudarlo a incorporarse, al mismo tiempo que sostenía a Dhamon para que no cayera.

—La habitación está ardiendo —indicó el gigantón.

—Sí, será mejor que salgamos de aquí.

Las palabras de Dhamon seguían sonando inarticuladas y su lengua continuaba espesa, pero su cabeza estaba algo más despejada, y cuando la sacudió, le satisfizo darse cuenta de que la habitación se hallaba entonces estable.