—¡Se la han llevado para venderla! —chilló el ogro—. Al pueblo de los dracs. Eso es lo que hacen con los elfos. Los venden en Polagnar.
Maldred se alejó describiendo un giro para seguir a Dhamon hacia el exterior. El ogro de gran tamaño saltó por encima de la línea de llamas y se abrió paso por delante de ellos.
Había luna llena, lo que facilitaba la contemplación del desvencijado poblado. El lugar constaba de apenas dos docenas de edificios, todos ellos de madera; la mayoría daban la impresión de que acabarían derrumbándose antes de que finalizara el año. Unos cuantos eran comercios: un establo, algo que daba la impresión de ser una tienda de comestibles, otro que parecía la tienda de una costurera en la que también se vendían botas, una armería y una herrería cerradas. Había una taberna al final de una calle polvorienta. La que acababan de abandonar ardía con fuerza. El resto de edificios eran o viviendas y posadas de mala muerte o estaban abandonados.
Se escuchó un sonoro crujido cuando el edificio, totalmente engullido por las llamas, se desplomó, y también algunos gritos al pasar el fuego a la tienda de botas contigua. El cantinero intentaba instigar a sus antiguos parroquianos para que fueran tras Maldred. A poca distancia, Varek llamaba a Riki.
—¡Él lo hizo! —exclamaba el tabernero al mismo tiempo que señalaba hacia el hombretón—. Él le prendió fuego. ¡Matadlo!
—No llevo armas —dijo Dhamon, que estaba junto a Maldred—. Son demasiados.
—El verano ha convertido este lugar en leña de primera clase —gruñó su amigo—. No necesitamos armas.
Señaló un edificio situado frente a la posada en llamas, que por su aspecto parecía un almacén. El fuego lamía los pilares que sostenían un alero de tablillas de madera. El hombretón realizó otro gesto, y las llamas chispearon sobre el tejado del establo.
—¡Incendiará toda la ciudad! —gritó el tabernero; el hombre respiraba con dificultad y agitaba los brazos—. ¡Matadlo! ¡Matadlo a él y a sus amigos!
—¡Matad a los humanos! —chilló un ogro de amplio pecho.
—¡Ocupaos de vuestra ciudad! —les gritó Maldred a modo de respuesta—. ¡O la quemaré toda!
Retrocedió, con Dhamon a su lado. Varek, que seguía llamando a Riki a gritos, se reunió con ellos.
—Mi esposa —dijo el joven, y sus ojos eran como dagas—. Tengo que encontrarla. Está…
—No está aquí —intervino Maldred—. Pero sé dónde está. ¡Vamos!
Abandonaron el pueblo a toda prisa, sin aminorar la velocidad hasta que el chisporroteo de las llamas y los gritos de los ogros fueron sólo un recuerdo.
—¿Dónde está? —le preguntó Varek al gigantón cuando se detuvieron para recuperar el aliento—. ¿Dónde está mi Riki?
—¿Mi Riki? ¿Quién eres tú? —le interrumpió Dhamon.
—Varek —farfulló el joven con el rostro enrojecido—. Varek Aldabilla. Riki es mi esposa, y pienso encontrarla. Insistió en venir aquí a buscaros y…
—Está en un lugar llamado Polagnar —repuso Maldred, introduciendo la mano en el bolsillo de sus pantalones y extrayendo un tubo de hueso para guardar pergaminos—. O más bien se dirige hacia allí.
Dhamon lanzó un profundo suspiro de alivio al ver el tubo.
—Las ladronas se llevaron nuestras gemas, pero no se lo llevaron todo.
—No. —Maldred sonrió de oreja a oreja—. No consiguieron nuestro mapa. —Lo desenrolló y habló al mapa—: Polagnar.
Una zona del mapa se iluminó, y una mancha verde se tornó más brillante. Aparecieron imágenes de árboles y papagayos, y se arremolinaron alrededor de aquel punto; luego, fueron desplazadas por el rostro de un drac de dientes rotos con relucientes ojos negros. Maldred observó la posición en el mapa y trazó una línea invisible desde allí hasta donde se encontraban ellos en esos momentos.
—A Rikali la llevan a un poblado llamado Polagnar. Si nos movemos deprisa, podemos alcanzarlas a ella y a Elsbeth antes de que lleguen allí.
Volvió a guardar el pergamino y, a continuación, devolvió el tubo a su bolsillo.
—Estupendo. —Dhamon sacudió la cabeza—. Que Varek vaya en busca de su esposa. Eso queda muy lejos de nuestro camino. Hay que tener en cuenta el valle Vociferante, Mal, el oráculo al que debo encontrar. —Los ojos del hombre no pestañeaban, y su mandíbula aparecía firme—. No vamos a penetrar en la ciénaga en busca de Riki. Ella lo comprenderá.
Varek lanzó al hombre una mirada asesina y cerró las manos con fuerza alrededor del bastón.
—Desagradecido —resopló, y se puso en marcha calzada adelante a paso ligero en dirección a Polagnar, usando la luz de la luna para guiarse.
—Esposa —masculló Dhamon, sarcástico—. ¡Qué van a ser marido y mujer! Ése sueña. Antes de casarse con ese chico, Riki…
—Vamos a ir con él, Dhamon —le interrumpió Maldred—. Nos vamos a Polagnar para encontrar a Riki. A lo mejor es su esposa, a lo mejor no lo es; pero es como si fuéramos familia.
—No, no es cierto. Nos vamos directamente al sur. —Dhamon volvió a negar con la cabeza—. Mal, yo…
El hombretón gruñó y giró para enfrentarse a su amigo; lanzó la mano al frente y agarró un puñado de cabellos para atraerlo hacia sí.
—¿Qué estás diciendo? —Escupió las palabras con energía y con un dejo de veneno en ellas—. ¿No ir en busca de Riki? Salvó nuestras vidas al ir a esa ciudad de ogros. Salvó tu vida cuando aquella mujer estaba a punto de rebanarte la garganta. Estás en deuda con ella. Estamos en deuda con ella.
La mandíbula de Dhamon se movió y sus manos se cerraron con fuerza, pero no dijo nada.
—Iremos al valle Vociferante y encontraremos el tesoro, y luego, iremos en busca del oráculo —continuó el hombretón—; pero no hasta que localicemos a Riki.
Soltó a su compañero y se marchó con sonoras pisadas en pos de Varek sin mirar hacia atrás para comprobar si el otro lo seguía.
7
Escamas
El terreno cenagoso se agarraba a los tacones de las botas de Dhamon mientras éste avanzaba penosamente a través de un espeso bosque de cipreses. Varek y Maldred iban unos metros por delante de él, hablando, y en la voz del hombre más joven se detectaba un tono de decidida urgencia. De vez en cuando, Maldred se volvía y decía algo a Dhamon, aunque éste no respondía, pues prestaba menos atención a las palabras de sus compañeros que al persistente zumbido sordo de la nube de insectos que los envolvía. Dhamon pensaba en la misteriosa sanadora que indicaba el mapa mágico.
—El tesoro pirata primero —musitó para sí—, si es que existe. —Usaría gran parte de él, todo si era necesario, para pagar el remedio de la hechicera—. Si es que ella existe —añadió, aunque no había sido su intención hablar en voz alta.
—¿Qué has dicho, Dhamon?
La pregunta provino de Maldred, que se había detenido al borde de un claro enlodado.
—He dicho que haré la primera guardia —replicó el aludido—. El sol empieza a ponerse. No me gusta la idea de viajar por esta ciénaga en la oscuridad, en especial porque carecemos de antorchas.
Tenues estrellas comenzaban a aparecer ya cuando Varek y Maldred se durmieron. Dhamon, sentado con la espalda apoyada en una larguirucha corteza peluda, escuchaba los ronquidos de Maldred, un coro de grillos y, desde un álamo envuelto en musgo, un papagayo que los regañaba en voz baja por penetrar en su territorio.
Por un brevísimo instante, Dhamon consideró la posibilidad de robarle a su grandullón compañero el mapa encantado y dedicarse a la búsqueda del tesoro y de la hechicera; tal vez ambas cosas resultarían fantasías sin fundamento.
—Que Maldred y Varek encuentren a Riki —murmuró—. No necesitan mi ayuda para esa tarea. No tengo por qué perder el tiempo… ¡Por todos los dioses desaparecidos; por favor, ahora no!
Había empezado a notar punzadas en la pierna derecha, suaves en un principio, pero tras el paso de unos cuantos minutos, el dolor se tornó intenso y su cuerpo febril. Se puso en pie con paso inseguro y se alejó, tambaleante, del pantanoso claro. Siguió la senda de un pequeño arroyo en dirección este durante casi un kilómetro y medio hasta sentir tal opresión en el pecho y tan entumecidas las piernas que no pudo continuar andando. Descendió a trompicones por una pequeña pendiente y penetró en las aguas enfriadas por el aire nocturno; luego, se aupó con un tremendo esfuerzo hasta la fangosa orilla. Apretó las manos sobre el muslo, sintiendo, a través de la desgastada tela de los pantalones, el contacto de la escama dura como el acero.