Выбрать главу

Pasaron unas cuantas horas más abriéndose paso por entre la espesa pared de vegetación, y la mañana se convirtió en tarde antes de que los troncos empezaran a escasear y lo más recio del muro quedara a sus espaldas. Extendiéndose ante ellos, el sol brillaba sobre un inmenso claro cubierto de agua, que muy bien podría tener unos cuantos kilómetros de ancho, circundado por el muro de plantas.

Dhamon gimió ante la idea de tener que abrirse paso por entre una vegetación similar en el otro extremo.

—En otras circunstancias podría disfrutar con esto —comentó Maldred, que giraba despacio sobre una extensión despejada de agua que le llegaba justo por debajo de las rodillas—. Percibo una agradable brisa y huelo las flores del manglar. Podría embriagarme con ellas.

Los otros dos lo contemplaron como si estuviera loco. Un sonriente Maldred señaló una pareja de árboles, cuyas raíces empezaban en una zona muy alta del tronco y daban la impresión de ser ramas que descendían hasta el agua. Velos de flores de un rojo oscuro colgaban de sus ramas más altas y descendían en espiral, perfumando el aire con algo dulce, desconocido e irresistible.

—No me interesan las flores ni los árboles de aspecto extraño —dijo Varek—. Quiero encontrar a Riki.

—Sí —asintió Dhamon.

Cuanto antes rescataran a la semielfa, antes podrían él y Maldred ir tras el tesoro pirata; la mirada del gigantón se clavó en él.

—Riki, primero —recordó éste, leyendo sus pensamientos—. Nos acercamos. Luego, iremos a ver a esa sanadora tuya.

—Pongámonos en marcha.

Varek se alejó de ellos en dirección oeste, teniendo buen cuidado de rodear lo que parecía una amplia y profunda zona de agua donde peces bastante grandes nadaban cerca de la superficie. Se detuvo e hizo una seña a los otros dos para que lo siguieran.

—Toda esta agua salada… —indicó agitando los dedos justo por encima de la superficie.

La luz del sol proyectaba relucientes manchas doradas sobre la superficie e iluminaba innumerables peces que nadaban por todas partes.

—Es extraño, ¿verdad? —siguió—. Según mis cálculos, estamos demasiado al sur de la costa para que haya agua salada aquí.

—Según mis cálculos —espetó Dhamon—, sospecho que nos hallamos en el interior del reino de Sable. Y estoy seguro de que la hembra de Dragón Negro puede crear marismas de agua salada donde le parezca.

—Es por la comida —explicó Maldred, cuya voz apenas fue lo bastante alta como para que lo oyeran mientras chapoteaba sin pausa por el agua—. Sus dracs pescan en estas aguas para ella. A los dracs les gusta el pescado, y también a Sable.

—¿Cómo es que sabes esas cosas?

Varek ladeó la cabeza.

—Sé muchas cosas —respondió el otro rotundamente mientras contemplaba los árboles que circundaban el lugar—. También sé que debería haber animales aquí; pájaros u otros, aparte de peces. Había serpientes cayendo de las ramas en todos los otros sitios, y gran cantidad de lagartos en el muro. No veo nada ahora. Es curioso.

—Sí —estuvo de acuerdo Dhamon—. Debería haber animales. A lo mejor algo los ha hecho huir.

—Algo.

Maldred fijó la vista en el lejano follaje con más atención y detectó una momentánea visión de algo de un tono blanquecino como los huesos por entre las hojas que susurraban. Se hallaba al sudoeste, resguardado por ramas de chopos y hojas de sauces, y despertó su curiosidad. Se acercó, avanzando con dificultad, para verlo mejor.

—Creo que hay una estatua ahí. Una grande. Quiero verla más de cerca. Está en nuestra ruta.

Señaló en dirección al objeto, y Dhamon marchó hacia allí.

El agua les alcanzó los muslos cuando Maldred y su compañero atravesaron un velo de hojas de sauce. Unos cuantos pasos más, otro velo de hojas, y el agua les llegó de nuevo más arriba de la cintura.

—Dhamon… no es una estatua.

—Lo veo, Mal. Son cráneos de dragón. Gran cantidad de ellos.

Dhamon cerró los dedos alrededor del mango del cuchillo y se aproximó despacio al montón. Al mismo tiempo, la escama de la pierna empezó a calentarse, y vio una imagen en el fondo de su mente: ojos amarillos rodeados por oscuridad; un dragón. La cabeza empezó a martillearle, y la negrura del rostro del animal se tornó más nítida: escamas relucientes como cuentas y centelleando como estrellas negras, y las pupilas totalmente enfocadas. Los enormes ojos parpadearon.

—Se acerca un dragón, Mal; uno Negro —musitó en voz tan baja que su amigo no pudo oírle.

—Dhamon, Maldred, ¿qué sucede? ¿Qué hay ahí?

Varek se aproximó por la espalda, y al apartar el primer velo de hojas de sauce, lanzó una sonora exclamación de sorpresa ante la visión de los cráneos.

Los tres contemplaron boquiabiertos la masa de cráneos de dragón, dispuestos en forma de torre piramidal. La construcción era más ancha en la base, que estaba compuesta por los cráneos más grandes. Se elevaba a una altura de casi quince metros y era de un color blanquecino, pero estaba cubierta en algunas zonas con musgo verde y gris para incrementar su infernal apariencia. Los ojos de los cráneos brillaban con suavidad, como si ardieran velas en su interior, y los colores aludían a los dragones que fueron en vida: rojo, azul, negro, verde, blanco, de cobre, de bronce, plateado, de latón, incluso dorado. La mayoría de las testas tenían los cuernos intactos, y la que coronaba la cima mostraba aún algunos retazos de escamas de plata. Una boa constrictor salió de la boca de un cráneo cercano a la parte superior y resbaló despacio por la columna, describiendo un círculo.

Con cierto esfuerzo, Dhamon apartó de su mente la imagen del Dragón Negro y se acercó más a la torre.

—No lo hagas —advirtió Maldred.

—Salgamos de aquí —sugirió Varek—. Esto no tiene nada que ver con encontrar a mi esposa.

—Sí, ya lo creo que hemos de salir de aquí —repuso Dhamon—. Hay un dragón cerca. Pero quiero echarle una buena mirada a esta cosa primero. Es una oportunidad que no se le concede a muchos mortales.

Los cráneos situados más abajo eran enormes, procedentes tal vez de dragones que habían medido más de treinta metros de longitud en vida. Dhamon avanzó el pie con cuidado hasta notar otro círculo de cráneos bajo la superficie del agua que estaban bien encajados en el lodo. Al menos, debía haber tres docenas de cabezas inmensas en el tótem. Se inclinó hacia adelante para echar una ojeada al interior de una, y luego, al de otra y otra más. Se movía como si estuviera hipnotizado.

—Cerebros —susurró atemorizado—. Los cerebros están intactos en el interior de los cráneos. ¡Creo que hay cerebros dentro de todos ellos!

—Es un tótem de dragón, desde luego —manifestó Maldred, y también había un dejo de temor en su voz—. Nadie ha visto jamás uno y ha vivido para contarlo. Oí hablar de ellos en los relatos de Sombrío Kedar. Tiene que tratarse de uno de los tótems de Sable, recuerdos de los dragones que mató en la Purga de Dragones. Existe gran cantidad de poder mágico en la colección. Lo percibo incluso sin tocarla, como si montones de insectos bailotearan por todo mi cuerpo. —Hizo una pausa—. No tengo la menor intención de averiguar qué puede hacer.

—Magnífico. —Varek se aclaró la garganta—. Ahora, salgamos de aquí. Dhamon dice que hay un dragón cerca, aunque cómo lo sabe…

Dhamon se había apartado del tótem y señalaba entonces unas cuantas manchas brillantes en el cielo. Tan elegante era su vuelo que en un principio parecían gaviotas; pero al cabo de unos segundos aumentaron de tamaño y su forma resultó más clara. El anguloso rostro de Dhamon se crispó en una mueca de enojo.