—¡Desperdigaos! —volvió a gritar Dhamon mientras la criatura desviaba su atención hacia Varek.
Dhamon se apartó en diagonal de la pared de plantas y retrocedió en dirección a la torre de cráneos de dragón. Por el rabillo del ojo, vio cómo Varek alcanzaba la línea de árboles y se detenía allí para dirigir una veloz mirada en su dirección.
—¡Corre! ¡Varek, corre!
El terror aparecía profundamente pintado en el rostro del joven, atrapado como estaba por la poderosa aureola que exudaba la bestia. El muchacho tenía los pies clavados en el suelo.
A Maldred no se le veía por ninguna parte.
El dragón se dio la vuelta y zarandeó a Dhamon con las alas, lanzando una ráfaga de agua y viento en su dirección. El hombre se balanceó y dio un traspié, aunque se esforzó por mantener el equilibrio; luego, gateó hasta la torre de huesos y se apoyó en ella para sostenerse. Escuchó cómo el dragón volvía a tomar aire, y en ese instante, Dhamon hundió el cuchillo en una de las cuencas vacías de una calavera y perforó el cerebro del interior.
El dragón rugió, desafiante. El sonido era tan potente que suponía un tormento para los oídos humanos. Cuando se apagó, el animal rugió más fuerte aún.
«¿No? —se preguntó Dhamon—. ¿Ha aullado el animal la palabra no?».
El ser volvió a rugir, abofeteando la ciénaga, doblando árboles pequeños con la fuerza del viento que originaba y lanzando chorros de agua en todas las direcciones. Y rugió de nuevo una y otra vez.
Dhamon pasó el brazo alrededor de un cuerno huesudo e introdujo el cuchillo dentro de otra cuenca.
—¡Dhamon!
Maldred apareció de repente. Avanzaba con dificultad hacia él, espadón en mano, al mismo tiempo que sus ojos miraban, nerviosos, a su alrededor.
—¡Dragón! —gritó Dhamon con una voz que apenas podía oírse por encima del aleteo de la criatura—. ¡Déjanos tranquilos o destruiré más!
Se produjo una gran conmoción, un horrible sonido chapoteante, cuando el ser se aproximó cautelosamente, como un felino, abriendo los ojos de par en par.
—¡No te acerques más!
El hombre sostuvo el arma frente a otra cuenca.
—¿Qué haces? —inquirió Maldred con un susurro.
—Dijiste que la torre era mágica —replicó él—. Apuesto a que el dragón no quiere que sea destruida ni por mi cuchillo ni por su corrosivo aliento. —Y dirigiéndose a su adversario, repitió—: ¡No te acerques más!
Por increíble que pareciera, la bestia se había detenido. Los labios se le curvaron hacia arriba en una mueca feroz, rezumando gotas de ácido sobre las aguas del pantano, que provocaron un siseo y un zarcillo de vapor.
—Te escucho, humano —indicó la hembra de dragón tras un prolongado silencio. La voz sonó ronca y rasposa, y las palabras se arrastraron en su garganta.
Maldred giró, apuntando con su espada a una de las cuencas.
—Queremos que nos concedas paso franco para salir de aquí, dragón —declaró—. Si prometes…
Los ojos de la Negra se entrecerraron.
—Paso franco —repitió Maldred— hasta estar fuera de esta ciénaga salobre y bien lejos de ella —concluyó; y deslizó la punta de la espada al interior.
—Concedido —replicó la hembra de dragón.
—No confíes en ella —advirtió Dhamon.
—No tenemos mucha elección, ¿no es cierto?
La criatura efectuó un sonido que parecía un cloqueo, pero que era sonoro e inquietante, y les provocó escalofríos a lo largo de la espalda.
—Sable posee otros tótems —fue la respuesta—. Destruir éste no disminuirá su fuerza.
—Muy bien, pues…
Dhamon carraspeó y hundió con fuerza el cuchillo en una cuenca. El tenue fulgor azul que había emanado del cráneo se extinguió en cuanto atravesó el cerebro.
—Paso franco —indicó Dhamon con severidad—, o apuesto a que todavía puedo apagar unas cuantas más de estas luces antes de que me mates.
—Hecho.
Dhamon contempló con fijeza a la hembra de Dragón Negro, observando con atención cómo daba la vuelta y se alzaba de las aguas. Batiendo alas, el dragón se deslizó sobre la superficie cenagosa, y se elevó al mismo tiempo que viraba hacia el oeste y se alejaba de la pared vegetal.
—Bien, salgamos de aquí —manifestó Maldred, apartándose del tótem y dirigiéndose hacia donde Varek aguardaba— antes de que regrese. Localicemos a Riki y abandonemos este maldito pantano.
Dhamon se rezagó unos instantes. Percibió mentalmente la retirada del ser y también notó cómo disminuía el calor que le producía la escama en su pierna; pero sin duda la hembra de dragón seguía cerca. A lo mejor mantenía su parte del trato y aguardaba para ver si ellos dejaban en paz la torre. ¿Tan importante era la torre para la señora suprema?
—Dhamon…, ¿vienes con nosotros? —Maldred contemplaba con mirada impaciente el tejido de ramas.
Dhamon siguió a sus compañeros a través de la espesa pared de árboles que rodeaba la ciénaga de agua salada.
9
Las lágrimas de Kiri-Jolith
El suelo era una resbaladiza área de barro, y los troncos de los árboles, un conjunto de distintos tonos carbón. Incluso el cielo sobre sus cabezas, incrementando la lobreguez reinante, era oscuro y opresivo, y amenazaba lluvia. Un escalofrío involuntario recorrió la espalda de Dhamon cuando se detuvo para echar una detenida mirada a todo ello.
—Mal… —Dhamon señaló lo que, a juzgar por su forma, era probable que hubiera sido un sauce.
No estaba recubierto de corteza normal, sino que aparecía totalmente envuelto por escamas lisas y flexibles como la piel de una serpiente. Dhamon alargó la mano y lo tocó, vacilante. Efectivamente, el tronco tenía el tacto de las escamas y estaba frío a pesar del opresivo calor; además, rezumaba una fina capa de relente, producto de la humedad. Incluso las ramas estaban cubiertas con aquella piel de serpiente, y las pocas hojas que crecían tenían también forma de escamas, tan negras como un cielo sin estrellas. Las oscuras raíces, que sobresalían del barro ahí y allá, eran todas angulosas, rectas y de aspecto perturbador.
—Huesos —musitó Dhamon.
Lo que podía ver de las raíces tenía el espantoso aspecto de huesos carbonizados de brazos y piernas humanos. Las ramas más finas golpeaban entre sí bajo la tenue brisa. De algunos de los árboles, colgaban enredaderas, y éstas parecían serpientes cuyos extremos, como cabezas bulbosas, pastaran en la tierra; otros árboles estaban cubiertos con tiras de piel de serpiente desechada.
No veía aves en los árboles, aunque distinguió unas cuantas cotorras volando alto, curiosamente vívidas en medio de toda esa monotonía. No había rastro de animales, excepto algunas serpientes de agua negras, de un tamaño excepcionalmente grande, enrolladas junto a la orilla de un estanque de aguas estancadas.
Se apreciaba tan sólo un pequeño número de arbustos, sin hojas y con todo el aspecto de una colección de huesos ennegrecidos de dedos encajados entre sí. Un par de cadáveres totalmente blancos destacaban de entre lo que los rodeaba; estaban apoyados contra el tronco de un árbol.
—Este sitio me pone la carne de gallina —dijo Dhamon.
Respiraba tan someramente como le era posible, pues el olor del lugar le provocaba náuseas. La brisa transportaba un aroma a azufre, que se tornaba más intenso cuanto más al este viajaban, y el acre olor se alojaba profundamente en los pulmones del hombre. Tosió y se vio recompensado con una concentración aún mayor de aquella materia. Dirigió una ojeada a sus compañeros. Varek tenía mal aspecto, y Maldred se cubría nariz y boca con la mano.
—Sí, es un lugar encantador —reflexionó el gigantón.
—Esto fue idea tuya —refunfuñó Dhamon—, eso de ir tras Riki. No tengo más que un cuchillo como arma, y a Varek se le cayó el bastón en la ciénaga. Esto fue idea tuya, tu pésima idea, amigo mío. —Estiró el cuello alrededor de un grueso árbol recubierto de escamas y apretó los labios hasta formar una fina línea—. Sí, realmente es un sitio encantador éste al que hemos ido a parar —añadió.