Выбрать главу

El interior de la choza chisporroteó. Las paredes de juncos y pieles de serpiente situadas junto a las camas amenazaron con disolverse y desplomarse de un momento a otro, pues la cuerda que mantenía unida la construcción se había desintegrado en algunos puntos. Al echar una rápida mirada, Dhamon descubrió algo brillante en el suelo y se inclinó para recogerlo: un fino brazalete de plata. A Rikali podría gustarle, aunque no era tan llamativo como ella acostumbraba a preferir.

—¿Nat? ¿Eres tú, Nat?

Se volvió, encontrándose con un joven de anchos hombros en la entrada de la choza.

—Lo siento. No eres Nat. —Tenía el cabello muy corto, del color de la hierba seca, y con un aspecto desigual y sucio, y a pesar de que su piel parecía razonablemente limpia, olía poderosamente a sudor—. ¿Quién eres?

—Un amigo de Nat —mintió Dhamon.

Hizo una seña al recién llegado para que se acercara y se sorprendió cuando éste obedeció sin mostrar la menor suspicacia. Cuando el joven se encontró al alcance de su mano, Dhamon se adelantó de forma veloz y lo sujetó por el hombro; lo hizo girar y le tapó la boca con una mano antes de que pudiera chillar. Depositó al forcejeante muchacho en el suelo, rodeándolo con un brazo para impedir que se liberase.

—Quiero un poco de información —le siseó al oído—. Si me la facilitas, vivirás. Quédate quieto.

Aguardó a que el otro asintiera con la cabeza; luego, apartó la mano despacio.

—Los dracs del poblado, ¿cuántos son en total?

—Ve… veinte…, puede ser que veinticuatro —fue la tartamudeante respuesta que recibió—. A veces son más. No me molesto en contarlos, a menos que me toque a mi llenar las bandejas. Van y vienen.

—¿Cuántos hay hoy? ¿Ahora?

—Menos de lo acostumbrado, creo. Algunos salieron a cazar.

—Os obligan a servirles. —Dhamon apretó los labios hasta formar una fina línea con ellos—. Sois esclavos.

—No —negó el joven con la cabeza—, no es eso. No nos obligan. Nosotros…

—Magia, pues. Alguien os ha embrujado.

Dhamon gruñó con más fuerza y cerró con energía la mano libre. Hizo girar al joven para tenerlo cara a cara, sosteniendo la espada solámnica amenazadoramente contra su garganta.

—¿Quién? ¿Quién os obliga a servir a los dracs?

—Na…, nadie, te dije. —El hombre sacudió la cabeza—. Los ayudamos voluntariamente. Es lo que hemos elegido.

—¿Por qué? ¿Por qué servís a los dracs?

—Este poblado es un lugar seguro —indicó el hombre—. Otros poblados dracs, también. Si les servimos, no tenemos que preocuparnos por que nos conviertan en dracs. Alguien tiene que servirles.

Sudaba por el calor pero aún más por el miedo a Dhamon. Contemplaba la espada con expresión despavorida.

Dhamon entrecerró los ojos con incredulidad.

—Es mejor que trabajar en las minas de plata de la hembra de Dragón Negro —añadió el joven—. Es mejor que estar muerto. Éste es el territorio de la hembra de Dragón Negro, y los dracs son sus criaturas.

—Y vosotros sus corderitos. Despreciables, ovejas sin carácter.

—No es tan malo, en realidad. Ya lo verás. Los dracs te atraparán, y se te permitirá que los sirvas.

—O me meterán en el corral si me niego.

El hombre sacudió la cabeza, y los sucios cabellos se agitaron.

—No. Eres humano. No enjaulan a los humanos.

—¿Por qué? —insistió Dhamon en voz más alta de lo que había pretendido—. ¿Por qué se venden las otras razas a los dracs?

—Eso no es asunto tuyo —respondió el otro, por fin—. De hecho…

Con un movimiento tan veloz que el joven no pudo reaccionar, Dhamon alzó la espada, descargó el pomo con fuerza contra el costado de su cabeza y lo dejó sin sentido.

—Debería haberte matado —musitó mientras arrastraba al hombre hasta una cama y lo ataba, usando un trozo de tela; a continuación, introdujo el borde de una capa en la boca del hombre y, luego, se escabulló por la parte trasera.

Tuvo que cruzar más de nueve metros de espacio abierto, pisando serpientes siseantes mientras lo hacía, pero consiguió llegar sin ser visto. Transcurrido un segundo, ya estaba dentro. Sabía que a partir de entonces tenía que trabajar más deprisa, por si el joven despertaba o alguien lo descubría.

—Debería haberlo matado —repitió.

Dhamon consiguió introducirse en otras tres chozas, siete en total, y eliminar a diez de los dracs antes de iniciar el regreso junto a Maldred y Varek. Finalmente, escuchó lo que podría ser una alarma. Sonó una trompa con una llamada potente, prolongada y totalmente inarmónica. Echó una mirada a su espalda; unos cuatro metros de terreno abierto se extendían en dirección al espeso follaje de la ciénaga. Podía llegar hasta los árboles y ocultarse hasta decidir qué significaba el toque de trompa. Allí había un enorme sauce cubierto de escamas; podía aguardar bajo el velo de hojas y… Distinguió dos dracs que avanzaban en su dirección, patrullando el perímetro del poblado, y observó que no parecían excesivamente inquietos debido al toque de la trompa, que volvió a sonar una vez más y después se apagó. Otro corte con la espada, y ya había abierto una entrada a una cabaña pequeña. Al cabo de un instante, se hallaba en el interior, y tras cerrar el faldón de piel de serpiente, apretó la oreja contra la pared para escuchar. ¿Lo habían visto los dos dracs?

Los oyó pasar junto a él, siseando y hablando, para detenerse a poca distancia y conversar en su curioso lenguaje, en el que se entremezclaban unas cuantas palabras humanas. Captó varias palabras repetidas en Común, unas que tal vez carecían de equivalente en su propia lengua: hombre, humano, enano, ssseñora, y algo, repetido una y otra vez, que tenía más énfasis: Nur… algo.

Cuando estuvo seguro de que las criaturas habían seguido su marcha, echó una mirada a su alrededor.

Esa cabaña era la que estaba más limpia de todas las que había visitado, y también era la de mayor tamaño, pero estaba prácticamente vacía. Había unos pocos cofres dispuestos uno al lado del otro frente a una improvisada cama, que poseía una mayor cantidad de capas y pieles que las anteriores. El aire allí dentro tenía un olor almizclero, pero no resultaba desagradable; tampoco se veían restos de comida por ninguna parte. Se deslizó hasta la entrada, agazapándose junto a ella. Volvió a escuchar el sonar de la trompa, cuyas notas le parecieron entrecortadas entonces. Un drac pasó junto a la cabaña.

Dhamon deseó que la criatura entrara, pues quería acabar con otras dos o tres si le era posible. Otro drac pasó por su línea de visión, éste seguido por tres humanos jóvenes. «Entra aquí, babosa detestable…».

Lanzó una exclamación ahogada y se apartó de la entrada, sintiendo cómo el escozor de la palma de su mano igualaba al de su pierna. Antes de que pudiera volver a aspirar, la sensación en su muslo se tornó ardiente y dolorosa, como si hubieran colocado un hierro de marcar contra su piel. Dejó caer el escudo y se sujetó el muslo. Oleadas de calor corrieron al exterior desde la escama clavada en la pierna, precipitándose hacia los extremos de los dedos de sus manos y pies, e impidiéndole sujetar la espada con firmeza.

—¿Quién eres?

Escuchó las palabras por entre una neblina de dolor y, de un modo vago, se dio cuenta de que una joven había entrado en la choza y le hablaba. Estaba de pie, con la cabeza ladeada, la larga cabellera colgando y las manos bronceadas alargándose hacia él.

Dhamon sacudió la cabeza y retrocedió despacio, manteniendo la distancia al mismo tiempo que esperaba que ella lo siguiera hacia las sombras. Deseaba apartarla de la entrada; alguien podría verla y darse cuenta de que hablaba.