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El cántico prosiguió, aumentando de volumen, y de improviso quedó interrumpido por el agudo grito de una mujer.

—¡Alabemos a Nura! ¡Inclinémonos ante Nura Bint-Drax!

—¡Maldred! —Varek tiró de la túnica del fornido ladrón.

—¡Chist!

—¡Maldred! Alguien se acerca por detrás de nosotros. Oigo…

Las palabras del joven se apagaron, y éste se desplomó sobre el suelo; un largo dardo afilado como una aguja sobresalía de su cuello.

El hombretón giró en redondo a tiempo de ver a un drac con un tubo de junco en la boca. Antes de que pudiera moverse, también él recibió el impacto de un dardo.

Varek y Maldred despertaron en el interior del corral con las manos fuertemente atadas a la espalda. El hedor que emanaba de sus escuálidos compañeros, unido al olor procedente de los desperdicios del suelo, resultaba casi abrumador.

—¡Cerdos, esperaba que aparecieseis! —exclamó Riki—. Pero quería que me rescataseis, no que os unieseis a mí. ¿Dónde está Dhamon?

Los dracs y los sirvientes humanos seguían con sus cánticos, en voz baja entonces, como si de una nube de mosquitos se tratara. El siseo de los miles de serpientes que serpenteaban por el poblado aumentaba el incesante y envolvente zumbido. De improviso, la muchedumbre se dividió, alineándose de un modo marcial y formando dos filas situadas una frente a la otra, hombro con hombro.

—Un pasillo de carne —comentó Maldred.

—¡Se acerca Nura Bint-Drax! —gritó una joven.

Al instante, dracs y humanos se postraron de rodillas y doblaron los hombros en actitud sumisa, Uno a uno, hundieron las barbillas contra los pechos, desviando las miradas los unos de los otros, al mismo tiempo que una niña de cabellos cobrizos pasaba entre ellos. Sus dedos diminutos acariciaron las coronillas de dracs y humanos por igual, tocándolos a todos como si los bendijera; luego, al llegar al final del recorrido, se volvió para mirarlos, dio una palmada y asintió mientras ellos se levantaban al unísono. Durante todo ese tiempo, la multitud siguió entonando con suavidad: «Nura, Nuran, Nura Bint-Drax».

—No es más que una niña pequeña —susurró Riki.

Maldred lanzó un gruñido al contemplar a la pequeña.

—Es mucho más de lo que parece. Es una hechicera —indicó el hombretón con voz apagada— más poderosa que ninguna sobre la que haya puesto los ojos jamás.

Un drac de pecho prominente y de unos tres metros de altura se dirigía hacia la niña arrastrando el cuerpo sin sentido de Dhamon Fierolobo por los cabellos.

Rikali lanzó una exclamación ahogada, y Maldred gruñó con más fuerza. Varek contemplaba a medias el espectáculo, pues estaba ocupado forcejeando con las cuerdas que ataban sus manos. Había retrocedido hasta uno de los postes del corral y frotaba las ligaduras con energía contra él.

El drac se aproximó a Nura con expresión reverente y alzó a Dhamon en el aire, de modo que los dedos de los pies se balancearon justo por encima del suelo: un trofeo para que la niña lo admirara. El hombre parecía muerto, pero tras unos instantes de contemplación, Maldred se dio cuenta de que el pecho de su amigo se movía.

La pequeña dijo algo; al menos, Maldred vio cómo sus labios se movían. Pero su voz era demasiado baja, el corazón de Maldred latía con excesiva fuerza y los malditos cánticos y el siseo continuaban llenando el aire, de modo que no captó las palabras.

—Mal… —Riki se aproximó con cautela—… Mal, ¿qué crees que va a…?

—¿… a hacer con vosotros? —terminó la niña.

Nura giró en redondo de cara al corral y se abrió paso por entre la alfombra de serpientes para aproximarse más a ellos.

Los ojos de la semielfa se abrieron de par en par, asombrada de que la otra pudiese haber escuchado las palabras que había susurrado.

—Es una pregunta interesante, elfa. ¿Qué es lo que Nura Bint-Drax va a hacer con todos vosotros?

La niña ladeó la cabeza, y su rostro querúbico adoptó una expresión inocente mientras se aproximaba al cercado. El drac de pecho prominente la siguió, sin soltar a Dhamon. Nura echó una ojeada a los semihumanos y a los ogros del corral, contemplándolos de arriba abajo como si fueran ganado. A continuación, levantó la mano libre y señaló a los cuatro elfos que estaban apiñados unos contra otros.

—Aldor. Ellos. Ahora.

El drac que había estado sujetando a Dhamon lo arrojó sin miramientos sobre el montón de serpientes y se adelantó para separar a los elfos que ella había señalado, levantarlos de uno en uno y sacarlos del corral. La niña asintió en dirección a la criatura, que les partió el cuello y los tiró a un montón. Las serpientes se arremolinaron sobre ellos, mordiéndoles los brazos y los rostros.

—¿Por qué? ¿Por qué has hecho eso? ¡No te habían hecho nada! —gritó Varek mientras hacía una pausa en su esfuerzo por liberarse de las cuerdas—. ¿Por qué? —repitió.

—Eran viejos —repuso ella como si tal cosa—. Parecían demasiado débiles para lo que tengo planeado.

—¡Débiles sólo porque no nos estás alimentando! —gritó envalentonado un enano—. ¡Nos estás matando de hambre! ¡No tenías ningún motivo para matarlos!

—¿Qué harás con él? —dijo Maldred, señalando a Dhamon.

La niña se volvió hacia el drac llamado Aldor, que volvió a agarrar a Dhamon y lo puso en pie, hundiéndole las zarpas con fuerza en el brazo. Nura indicó la pierna del hombre, allí donde los desgarrados pantalones dejaban al descubierto la enorme escama del muslo así como las otras más pequeñas que la circundaban. A continuación miró con fijeza a Maldred.

—¿Qué le has hecho? —chilló Rikali.

—Es una lástima que esto no sea obra mía —replicó Nura con suavidad, volviéndose hacia Riki. Estudió a continuación su reflejo en la enorme escama durante varios segundos y se echó hacia atrás un rizo rebelde.

»La escama convierte a este hombre en incomparable. Una curiosidad —añadió.

—Tú también eres una curiosidad —refunfuñó Maldred—. Exactamente, ¿quién eres?

—Soy Nura Bint-Drax —respondió ella—. Aldor, por favor.

El drac arrojó a Dhamon al interior del cercado, y Maldred se aproximó rápidamente a su amigo y le empujó con suavidad con un pie en un intento de despertarlo. El fornido ladrón no dijo nada, pero su mirada se movió veloz entre Dhamon y Nura.

La niña habló en voz baja con Aldor y, luego, se apartó del corral.

Los dedos de la mano libre se agitaron en el aire como las patas de una araña, y una telaraña plateada que tomó forma en su palma creció por momentos hasta ser casi tan grande como la chiquilla. Diminutas motas negras hicieron su aparición y corrieron veloces arriba y abajo de los mágicos hilos, moviéndose cada vez más rápidamente, hasta convertirse en una mancha borrosa.

—¡Cerdos, no me gusta nada esto! —musitó de manera airada Rikali—. No me gusta esto, nada de todo esto.

—Estoy libre —susurró Varek.

Maldred pudo constatar con una ojeada que era cierto. El joven había conseguido cortar las ligaduras.

Varek se situó entre el grupo de semihumanos, de modo que los guardias dracs no pudieran ver sus manos, y empezó a ocuparse de las ataduras de Riki, que no tardó en quedar libre.

—Varek, tengo dos cuchillos pequeños —susurró Maldred—, ocultos en mi cinturón.

El muchacho se apresuró a hacerse con ellos y los ocultó en las palmas de las manos al mismo tiempo que se ocupaba de las ligaduras del gigantón. Un par de enanos se aproximaron, y uno masculló: «Después yo». Varek accedió; luego, arrastró a Riki hacia la parte trasera del corral.

Nura prosiguió su conjuro, y el tono de su voz se agudizó hasta adquirir un timbre musical. De repente, alargó la mano, y la telaraña mágica que había estado creando voló hacia el cercado; allí se hinchó y cubrió a Dhamon y a Maldred, y luego a los enanos y a los otros. Todos se sintieron como si cientos de insectos les hubieran caído sobre las carnes, robándoles la capacidad de moverse. Al mismo tiempo, les sobrevino una sensación de tranquilidad, y Varek se relajó; toda idea de escapar y también su preocupación por Riki se convirtieron en cosas sin importancia. Soltó los pequeños cuchillos y se unió al suave cántico.