Finalmente, descubrió a Maldred en el centro de la masa, y se estremeció. Había vestigios de su amigo que podía reconocer —la piel azul y la melena de cabellos blancos—, pero parches de escamas negras le cubrían la mayor parte de los brazos y el pecho, y una cola sinuosa se agitaba a su espalda. Su rostro de ogro estaba deformado y tenía aspecto draconiano, aunque no lo desfiguraba ninguna escama.
Dhamon se dio la vuelta y corrió en dirección a la choza más cercana, una en la que recordaba haber visto armas. Al cabo de unos instantes, salió de ella, transportando dos espadas, y se lanzó en dirección a Nura y los dos dracs que montaban guardia a su alrededor.
Vio a Varek, que era una masa de forúnculos y cicatrices, ropas y cabellos derretidos, e introdujo una de las espadas en sus manos llenas de ampollas por culpa del ácido.
—La niña —jadeó Varek al mismo tiempo que se enfrentaba al drac que había aparecido ante él—. Mátala, Dhamon. Protege a Riki.
—Ya lo creo que mataré a la niña —gruñó él a la vez que se agachaba ante el segundo drac y, con dos veloces tajos, acababa con la criatura—. La enviaré de cabeza al Abismo. La…
Sus palabras murieron al ver cómo Nura empezaba a brillar, a crecer y mudaba. En cuestión de unos pocos segundos, la niña que se llamaba a sí misma Nura Bint-Drax había desaparecido, y otra cosa totalmente distinta ocupaba su lugar.
—¡Por el aliento del mundo! —exclamó Varek, jadeante—. ¿Qué es eso?
—No me importa lo que sea —respondió Dhamon—. Sólo necesito averiguar si sangra. Porque si sangra, voy a matar a esa maldita cosa.
Allí donde Nura había estado había entonces algo que parecía una serpiente de unos seis metros de longitud. De un grosor enorme, mostraba bandas de escamas negras y rojas dispuestas alternativamente, que centelleaban como joyas bajo los rayos solares. La mayor parte del cuerpo estaba alzado como el de una cobra, balanceándose por encima del suelo. Pero su cabeza no era la de una serpiente, sino la de la diabólica niña, cuyos cabellos cobrizos se habían desplegado hacia atrás como un capuchón. Un cuchillo pequeño sobresalía aún de un costado, el que la semielfa había clavado a la chiquilla.
Los ojos sin párpados de la criatura estaban horripilantemente fijos en Rikali mientras el cuerpo se ondulaba a un lado y a otro de un modo hipnotizador.
—Has estropeado mis planes, elfa. ¡Has detenido mi conjuro! Has destruido a casi todas las valiosas criaturas a las que estaba dando vida. —Giró la cabeza en dirección al corral, hacia tres abominaciones totalmente deformadas que se mantenían apartadas de los otros desdichados—. ¡Venid a mí, hijos míos!
Dhamon giró en redondo para interceptar a las deformes abominaciones que habían obedecido las órdenes de Nura y habían trepado ya fuera del corral, y echó hacia atrás la larga espada. La hoja captó los reflejos del sol, y el filo centelleó con tal fuerza que una de las criaturas (una que tenía seis brazos y dos colas) se cubrió los ojos y vaciló. Aquello dio tiempo suficiente a Dhamon para descargar la hoja hacia el suelo, hundiéndola profundamente en el pecho de la monstruosidad. Al igual que un drac, el ser murió en medio de un estallido de ácido.
Quedaban dos abominaciones más, y Varek se colocó de un salto frente a una para impedir que alcanzara a Riki.
Dhamon se enfrentó al ataque de la tercera criatura, que era muy parecida a un drac, a excepción de un tercer brazo que pendía inútil de su pecho. También esa bestia parecía hipnotizada por la luz que se reflejaba en la espada. De un mandoble, Dhamon le rebanó el apéndice inútil, y con otro, consiguió hendir el brazo derecho de su adversario. La abominación aulló, retrocediendo al tiempo que paseaba la mirada, indecisa, entre Dhamon y Nura.
El hombre cargó hacia adelante con la espada extendida ante él. Atravesó el abdomen del ser, y fue recompensado con una lluvia de ácido que le corroyó la piel y los pantalones. Sin detenerse, giró en redondo en dirección a Nura, dejando atrás a Varek, que seguía combatiendo a su adversario.
—¡Riki, deja a la mujer-serpiente para mí!
—¡No parece que le haga daño, Dhamon! —chillaba la semielfa mientras atacaba con su diminuta arma.
—Yo sí que puedo hacerte mucho daño —replicó Nura, y abrió la boca para mostrar una hilera de dientes afilados.
Algo reluciente cayó como una gota de la dentadura y chisporroteó al tocar el suelo. Veloz como un rayo, la serpiente lanzó la cabeza al frente y hundió los dientes en la mejilla de Riki.
—¡Cerdos! —chilló ésta—. ¡Esto me ha dolido como fuego!
En ese mismo instante, Dhamon blandió la espada y contempló, atónito, cómo el arma se limitaba a arañar la piel cubierta de escamas de la mujer-serpiente. Habría sido un golpe mortal para un drac o una abominación.
Como mínimo había conseguido, finalmente, que sangrara, según observó. Continuó golpeándola una y otra vez, dirigiendo los ataques al mismo punto, hasta que dejó, por fin, un visible surco en la gruesa carne.
—¡Riki! ¡Retrocede! —gritó Dhamon.
—¡Maldito seas, Dhamon Fierolobo! ¡No estabas preocupado por mí cuando me abandonaste en Bloten! ¿Por qué te preocupas por mí ahora? —La semielfa atacó a la mujer-serpiente una y otra vez, haciéndole muescas con su diminuta arma—. Muérdeme ahora, ¿quieres, Nura Bint-Drax? Ya sabía que, en realidad, no eras ninguna niñita.
La aludida sonrió de forma malévola y volvió a atacar, haciendo caso omiso de Dhamon para concentrarse en la semielfa. Esa vez sus dientes se hundieron en el brazo de Rikali, y cuando se retiró, la mujer se desplomó en el suelo.
—¡Monstruo! —escupió Dhamon—. ¡Enfréntate a mí!
El hombre puso toda su considerable fuerza en su siguiente mandoble, y cuando alcanzó el blanco, sangre y escamas volaron por los aires.
Nura se elevó aún más del suelo, balanceándose sobre la cola de serpiente al mismo tiempo que daba vueltas sobre sí misma para dedicar al hombre toda su atención.
—Eres fuerte, humano —siseó—. Realmente creo que eres la persona indicada.
Desconcertado por su extraño comentario, Dhamon no permitió que éste lo distrajera. Descargó su arma, poniendo toda la fuerza de sus músculos en cada mandoble, pero sin que pudiera evitar una mueca de enojo al comprobar el poco daño que infligía.
—¿Qu…, qué es esa criatura?
La pregunta la hizo Varek, que finalmente había acabado con su adversario. Sus ropas estaban hechas jirones, y los brazos y el rostro cubiertos de marcas de garras, pero seguía sosteniendo la espada que Dhamon le había entregado cuando se había unido a él para combatir a Nura.
—¿Qué es?
—Soy Nura Bint-Drax —siseó la criatura, y empezó a columpiarse con intención hipnotizadora para subyugar a Varek y a Dhamon—. Soy una criatura de la ciénaga, la hija del dragón. Soy vuestra pesadilla.
Dhamon volvió a golpearla, esa vez sin tanta fuerza ni velocidad. Se tornaba lento, y su mente se nublaba. ¡Magia! Sabía que su adversaria le había lanzado un hechizo. Danzaron escamas en el fondo de su cerebro.
—¡Condenada bestia! —maldijo, aunque incluso las palabras surgían despacio. Intentó sacudir la cabeza, con furia, aunque apenas consiguió moverla de un lado a otro—. ¡Te enviaré al rincón más oscuro del Abismo!
Dhamon contempló cómo la cabeza del ser descendía; de la boca salió líquido corrosivo chisporroteando hacia el exterior para formar un charco en el suelo.
—¡Lucha conmigo!
Las palabras provinieron de Varek, que había conseguido colocarse a un lado de la criatura. A pesar de estar claramente agotado, el joven consiguió descargar un golpe en el mismo sitio en el que Dhamon había abierto una herida.
—Eres un insecto insignificante —le siseó a Varek—, indigno de mi atención. Es hora de poner fin a la diversión por hoy.