—¿Estás seguro de que debes…? —comenzó Varek, pero la feroz mueca del otro hizo que se tragara la pregunta.
Dhamon se dedicó a extraer las escamas más nuevas; la mayoría se desprendieron, aunque no sin dejar heridas en su lugar. No osó tocar la enorme escama de dragón, y sus esfuerzos por arrancar las dos docenas que quedaban en su pierna resultaban demasiado dolorosos. Tras varios minutos de frustración, se dio por vencido.
Tomó entonces la mezcla arenosa que había encontrado y, con una mueca de dolor, la aplicó generosamente sobre las piernas, si bien tuvo que detenerse cada pocos instantes debido al terrible escozor que le producía. Había heridas en su pecho allí donde antes había arrancado las escamas con los dedos, y también aplicó la mezcla sobre ellas. Cuando terminó, volvió la cabeza para echar una ojeada al corral y a Maldred.
El fornido ladrón había conseguido deshacerse de los restos del conjuro de Nura y estaba recostado contra los barrotes del corral para mantenerse en pie. Su musculosa figura lucía una exuberancia de muescas y cortes, y las ropas le colgaban sobre el cuerpo en ensangrentados jirones.
Dhamon arrojó la bolsa que contenía los restos de la mezcla arenosa a Varek.
—Tienes algunos cortes profundos en la espalda. Aplica esto sobre ellos. Seguramente, ayudará a que cicatricen y reducirá el riesgo de infección. Luego, saca a Riki del sol.
Dhamon se incorporó y se acercó, cojeando, a Maldred. Se apoyó contra la barandilla junto al hombretón, contemplando con fijeza todos los cadáveres. Escamas y carne cubrían cada centímetro del suelo.
—Debería sentir lástima por todos ellos —dijo apretando la planta del pie hasta hundirla en el lodo—, pero no es así. No siento nada.
Dio la espalda al cercado y casi chocó contra el portavoz del poblado, que lo había seguido en silencio.
—La hembra de Dragón Negro se irritará mucho por lo que habéis hecho. La hembra Negra y Nura Bint-Drax van a…
Dhamon golpeó el pecho del hombre con la palma de la mano, retirándolo de su camino; a continuación, se encaminó hacia la choza donde reposaba Riki, apartando a patadas las serpientes mientras andaba. Escuchó unas sonoras pisadas a su espalda. Maldred lo siguió al interior.
El desfigurado Varek se hallaba obedientemente sentado en el lecho junto a Rikali, que se revolvía en su sueño, con los finos labios presionados en una mueca nada característica en ella. Los cortes del joven estaban cubiertos con la mezcla terrosa.
—Tú harás la primera guardia, Mal —indicó Dhamon—. Todos necesitamos algo de descanso, pero lo haremos por turnos. No confío en los aldeanos. Despiértame cuando el sol se haya puesto…, antes si hay problemas.
Sin decir nada más, Dhamon se dedicó a desgarrar una capa para formar unos vendajes para sus piernas y brazos; a continuación, se acomodó contra una caja de gran tamaño. Sentía ya cómo se cerraban sus heridas. Sabía que su capacidad para curar era otra parte de su maldición; sin duda, una consecuencia de la escama del dragón que llevaba en el muslo. A pesar de que le satisfacía mejorar con tanta rapidez, todo lo que deseaba en ese mundo era deshacerse de la maldita escama.
—Necesito a tu misteriosa sanadora, Mal —musitó.
Cerró los ojos y su intención era dormirse de inmediato, pero mentalmente vio a Nura Bint-Drax retorciéndose como una serpiente ante él. Abrió los ojos rápidamente.
Escuchó que Maldred y Varek hablaban en voz baja sobre la semielfa. Oyó cómo se movían unas cuantas cajas, y percibió cómo Maldred se instalaba en un punto de la entrada de la choza. Escuchó también movimiento en el exterior, a varios metros de distancia de la cabaña, y las voces de un par de aldeanos. Maldred los ahuyentó.
El sueño se apoderó finalmente de Dhamon, cuyo descanso se llenó con los rostros de grotescas abominaciones y de una mujer-serpiente con ojos hipnotizadores que se arrollaba a su alrededor con tanta fuerza que le impedía respirar. Era demasiado pronto aun cuando Maldred lo despertó y le tocó el turno de montar guardia.
11
Ragh de la muerte
Dhamon estaba sentado en el exterior ante la puerta de la choza, escuchando cómo Maldred y Varek roncaban, un bronco que le era imposible apartar de la cabeza. También Riki dormía profundamente; se había despertado una sola vez hacía ya una hora. Incorporándose sobre los codos, la mujer había divisado a Dhamon cuando éste echaba una ojeada por encima del hombro, y sin una palabra se había tumbado de nuevo y había seguido durmiendo.
El hombre contemplaba el otro extremo de la desolada aldea, con una espada larga que había pertenecido a un Caballero de Solamnia sobre el regazo. ¿Había sido el caballero uno de los dracs que había matado? Era imposible saberlo.
Varios aldeanos estaban despiertos, a pesar de ser pasada la medianoche. También ellos habían montado guardia por turnos. Había cuatro sentados en esos momentos cerca de una pequeña fogata, que habían encendido para obtener luz únicamente, ya que la temperatura seguía siendo muy alta.
Observaban a Dhamon con suma atención.
Escuchando sus cautelosos cuchicheos, Dhamon captó varias de las palabras que pronunciaron: la señora Sable, Nura Bint-Drax, extranjeros. Prestó más atención y descubrió que podía oírlos con la misma claridad que si estuviera sentado entre ellos. El portavoz planteaba entonces qué debían hacer con los cadáveres que habían amontonado en una pila: ¿arrastrarlos al interior del pantano para que los caimanes dieran cuenta de ellos, o dejar que siguieran pudriéndose allí, como apestoso testimonio, para que Sable pudiera contemplarlo en caso de que la señora suprema se dignara honrar al poblado con su escamosa presencia? A pesar del enjambre de insectos que los cuerpos ya habían atraído, parecía que la mayoría de los habitantes estaban a favor de la última opción.
Dhamon sabía que normalmente no podría haber escuchado la conversación de los aldeanos, pues éstos se encontraban demasiado lejos, y sus voces eran muy apagadas. El fuego chisporroteaba, las serpientes que alfombraban el lugar no dejaban de sisear, y sus compañeros, situados a poca distancia a su espalda, roncaban. Aunque una parte de él se maravillaba de su capacidad para captar todos esos sonidos, una parte aún mayor temía que todo estuviera relacionado con la enorme escama de su pierna, y todo lo que deseaba era volver a ser normal. El chasquido de algo en el fuego lo apartó de sus meditaciones. Uno de los aldeanos había arrojado un tronco demasiado húmedo a las llamas, y la madera siseaba a modo de protesta.
También oía otras cosas cuando se concentraba: el suave susurro de las hojas de los árboles que rodeaban el pueblo; un sordo gruñido que el sivak draconiano profería, tal vez su versión de un ronquido, y el arrullo de un ave de la ciénaga.
Notó cómo un insecto reptaba por su brazo. Era un escarabajo de color naranja en forma de perla. Tras apartarlo de un manotazo, Dhamon retiró la mirada de la fogata y de los aldeanos, y alargó el cuello para mirar con atención hacia el sur. Sus ojos sondearon la oscuridad, distinguiendo cadáveres en descomposición y, a varios metros de distancia de ellos, el sivak. La criatura estaba enroscada alrededor de la base del árbol, igual como dormiría un perro. Y Dhamon no debería haberla visto con tanta claridad. No había luna esa noche, y las sombras eran espesas; pero incluso podía distinguir que la bestia se removía como si soñara intensamente. «¿En qué podría soñar?», se preguntó. No importaba; no habría más sueños para el sivak —ni pesadillas, tampoco— después de esa noche, una vez que Maldred se saliera con la suya. El gigantón pensaba matarlo en cuanto se hiciera de día para impedir que Nura Bint-Drax lo usara para crear más monstruosidades.