—De nada sirve dejar esto aquí. Los aldeanos no lo necesitan.
«Ni lo merecen», añadió para sí.
Riki sostuvo el brazalete casi con reverencia, dándole vueltas y más vueltas en sus dedos marcados por el ácido, antes de colocárselo en la muñeca. Lo oprimió para cerrarlo un poco más e impedir que cayera.
—Todos podríamos haber muerto aquí, Dhamon —dijo en voz baja—; todos nosotros.
—¿Cuántos años tiene, Riki?
La pregunta de su compañero la desconcertó.
—¿Qué?
—¿Cuántos años tiene Varek?
—Tú no ibas a regresar a buscarme, Dhamon Fierolobo. Yo quería tener a alguien a mi lado. Y él me ama. Mucho. Se gastó hasta la última moneda que tenía en un hermoso anillito para mí.
Rikali agitó la mano ante él.
—¿Qué edad tiene? —insistió el hombre.
—Diecinueve.
—Es un muchacho, Riki. ¿En qué pensabas?
—¿En qué pensaba? —Bajó la voz—. Desde luego ya no pensaba en ti, ¿no crees? Tú jamás te hubieras casado conmigo, Dhamon Fierolobo.
Él no captó el dejo de tristeza en su voz.
—Ni siquiera habrías echado raíces a mi lado durante un corto espacio de tiempo.
—No —admitió—, no lo habría hecho.
—En ese caso, ¿por qué debería importarte lo que hago? —La tristeza había desaparecido, reemplazada por una cólera controlada—. ¿Por qué debería importante cuántos años tiene?
—Eres mayor que yo; casi le doblas la edad. Piensa en ello, Riki… Creándole responsabilidades tan joven, no tan sólo con una esposa, sino con una familia, no durará.
Ella sacudió la cabeza, y sus rizos captaron la luz y centellearon.
—No es un muchacho, Dhamon Fierolobo. Es un hombre joven, un hombre joven que me quiere mucho, mucho. Además, ¿a ti qué te importa?
—No me importa. —Recogió un jacinto agrietado, lo examinó, y lo desechó—. En realidad, no me importa, Riki.
La semielfa se colocó en cuchillas junto a Dhamon y removió las gemas con un dedo; a continuación, miró con fijeza el interior del cofre, contemplado, sin duda, algo que no tenía la menor relación con las defectuosas chucherías.
—Será un buen padre, ¿no crees? —dijo, y deslizó el pulgar sobre la superficie de un trozo de jade desportillado.
—Riki…
La mujer inclinó la cabeza hacia atrás e hizo una mueca cuando la brisa cambió y trajo la hediondez de los cadáveres hacia donde se encontraban ellos. Tras unos instantes, su mirada sostuvo la de él.
—Será mejor que vaya a despertarlo, ¿eh? Marcharemos de este lugar horrible pronto. Oí cómo Maldred hablaba de una especie de botín de piratas en sueños. Me apetece ir tras un tesoro auténtico. —Hundió un dedo en las defectuosas joyas—. Este material no merece que le dedique mi tiempo.
Desapareció en el interior de la choza mientras que Dhamon contemplaba fijamente a los aldeanos que se aproximaban.
Los habitantes del poblado habían desmontado uno de los cobertizos para construir una pequeña litera sobre la que descansaban varios morrales llenos de comida, junto con una docena más o menos de odres de agua y la mochila de Dhamon llena del embriagador vino elfo.
El hombre inspeccionó la parihuela y las provisiones, fijándose sólo vagamente en el contenido de los morrales. Sus compañeros se habían despertado, y Varek, Maldred y Riki hurgaron entre las prendas solámnicas para localizar algo que ponerse.
El gigantón lanzó un bufido e indicó con un movimiento de cabeza al sivak, golpeando el suelo con el pie.
—Es hora de ocuparse de esa cosa.
Alargó la mano hasta su espalda y desenvainó el espadón, que había conseguido recuperar del interior de una cabaña. La luz del sol centelleó en el filo.
El sivak se puso en pie, contemplando con atención a Maldred y sin mostrar la menor señal de miedo mientras el hombretón se aproximaba. No había realizado el menor movimiento para atacarlos, a pesar de que su cadena era a todas luces lo bastante larga como para llegar hasta ellos. Aquello indicó a Dhamon que la criatura no iba a defenderse.
—No querían que pudieras volar, ¿no es cierto? —inquirió captando la atención del sivak—. ¿Temían que pudieras escapar con mayor facilidad?
El draconiano se acercó más al tronco.
—Así que te cortaron las alas.
—Esa cosa no te va a hablar, Dhamon. —Maldred se detuvo—. Mira esa herida de su garganta. Probablemente, no puede hablar y…
—Fue el precio que pagué por decir que no —respondió el sivak.
Había un dejo susurrante en el tono de voz del draconiano, lo que le proporcionaba una ronquera sorda y desagradable.
Acercándose más, Dhamon detectó un aroma que no había notado cuando divisó por primera vez al ser. Le recordó a metal caliente y humo, a una espada recién forjada; como si la criatura hubiera nacido en el taller de un herrero. ¿Olían así todos los sivaks?
—¿Nura Bint-Drax te hizo esto? —insistió.
—Porque no quise ayudarla voluntariamente —contestó él con un asentimiento.
Maldred, dando un paso alrededor de Dhamon, escudriñó con los ojos al sivak.
—No tiene sentido que no quisieras ayudar a Nura Bint-Drax. Los de tu especie sirven a los dragones.
El otro no replicó.
—Sospecho que no le importaba servir a Sable —observó Dhamon—, y antes que ella, a Takhisis. Pero esta Nura…
La criatura paseó la mirada de un lado a otro entre Maldred y Dhamon.
—Sivak, yo pensaba que únicamente los señores supremos dragones podían crear dracs —manifestó Dhamon.
El ser clavó los ojos en un punto del suelo.
—Nura Bint-Drax podía hacerlo, ¿no es cierto? Creaba dracs.
—Sí —respondió la criatura tras un instante de vacilación.
El draconiano ladeó la cabeza para escuchar algo situado más allá del perímetro de la aldea, aunque no se dio cuenta de que Dhamon también lo oía. Se giró ligeramente y atisbo a través de una abertura en el monte bajo una pantera enorme que se escabullía en dirección al norte.
—¿Qué es ella? ¿Qué es exactamente Nura Bint-Drax?
La respuesta surgió veloz esa vez.
—Una naga, un ser que no es ni serpiente ni humano, pero que se parece a ambos. Creo que Takhisis los creó no mucho después de darnos la existencia a nosotros.
—Cuéntame más.
—No sé mucho más aparte de eso. —El draconiano se encogió de hombros—. En todos los años que serví a Sable, sólo vi a dos de esos seres…, y Nura Bint-Drax era el de mayor tamaño. Incluso algunos de los dragones de Sable le temen. Las nagas son poderosas, y Nura Bint-Drax es especialmente hábil.
—Se la puede matar —insistió Dhamon.
—Se puede matar a todo lo que respira. —El sivak aspiró con fuerza—. Como tú me matarás a mí.
—No creo que pongas objeciones a eso.
—A mí no me importa si pone objeciones —declaró Maldred, carraspeando—. Venero la vida, pero no veo que tengamos elección en este caso. No podemos soltarlo. —Entonces se dirigió sólo al sivak—. Lo haremos rápidamente. No sentirás nada.
Maldred cerró la mano con más fuerza alrededor de la empuñadura, dio unos cuantos pasos al frente y levantó la espada por encima de su cabeza.
—No. —La mano de Dhamon salió disparada, impidiendo que su compañero descargara el golpe—. Necesitamos al sivak, Mal.
—Sí, igual que necesitamos un…
—Puede ayudar a transportar nuestras provisiones.
Dhamon indicó la parihuela que los aldeanos habían montado.
—No sé qué decirte, Dhamon. —Maldred meneó la cabeza—. Incluso sin alas, esta cosa es peligrosa.
—No tan peligroso como yo. —Miró con fijeza al draconiano, y luego se volvió hacia su camarada y dijo—: O tú, amigo mío.
Lanzó una sombría carcajada, pero transcurrió un tenso momento antes de que Maldred respondiera con una risita forzada. El hombretón bajó el arma.
—Bien, ¿puede ese mapa mostrarnos el camino más rápido para salir de esta maldita ciénaga y llegar hasta tus colinas Chillonas, o valle Vociferante, o como quiera que se llame? Hay un tesoro pirata que buscar, y…