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Estudió los detalles del rostro curtido del hombre que mandaba el grupo. Un bigote gris acero se curvaba hacia abajo sobre los labios que estaban deformados por una gruesa cicatriz fibrosa, que seguía por su barbilla y garganta. Los ojos eran de un intenso azul luminoso, y las cejas, blancas y tupidas.

—Lawlor —siseó—. Comandante Arun Lawlor.

—Demasiado lejos —susurró Varek—. ¿Cómo puedes saber quién es?

Dhamon estaba tan absorto estudiando al comandante y a sus hombres, intentando determinar los efectivos de que constaba la unidad, que no se dio cuenta de que su compañero se levantaba, y no vio cómo daba los primeros pasos hacia el interior de la ciudad.

—¡Varek! —llamó en voz baja cuando por fin vio lo que hacía—. ¿Qué haces? ¡Regresa aquí ahora!

El muchacho miró por encima del hombro y negó con la cabeza.

—Voy a hablar con ellos, Dhamon —respondió con toda tranquilidad—. Voy a preguntar al comandante Arun Lawlor por qué tiene a tantos caballeros de la Legión de Acero aquí.

Echó a correr hacia adelante a toda velocidad, con el bastón en una mano y agitando la que seguía libre para atraer la atención de los caballeros.

Dhamon lanzó un juramento y giró en redondo, manteniéndose agachado mientras corría de regreso hacia donde había dejado a Maldred y a Rikali; ni una sola vez volvió la cabeza para ver qué hacía Varek. En cuanto llegó allí, agarró a la semielfa del brazo.

—Riki, Mal, salgamos de aquí. ¡Deprisa! —Señaló con el dedo en dirección sudoeste, donde a lo lejos se divisaba una pequeña elevación y en lo alto de ésta, el principio de un bosque—. Parece como si estuviera a unos tres kilómetros de aquí; puede ser que a menos. Sin duda, será un buen lugar para ocultarse. Corred como si un centenar de caballeros de la Legión de Acero os persiguieran… porque puede que sea así.

—¿Legión de Acero? ¿Dónde? ¿Dónde está Varek?

La semielfa se dejó llevar por el pánico al instante.

—Presentándose a ellos.

—¡Maldito estúpido! —escupió Maldred—. Si menciona nuestros nombres…

Dejó la frase en suspenso, y sus ojos se encontraron con los de Dhamon; luego, miró al sivak.

—Ragh, ven conmigo —dijo Dhamon.

—Caballeros de la Legión. —Los ojos de Riki estaban abiertos de par en par—. ¿Qué pasa con Varek?

—Los caballeros no persiguen a Varek —espetó Dhamon.

—Reúnete con nosotros en el bosque en cuanto puedas, amigo mío —dijo Maldred—. Ten cuidado, mucho cuidado.

Dicho eso, Maldred tiró de la semielfa y se alejó a toda velocidad.

—¿Ragh?

Dhamon giró en redondo, y el sivak lo siguió de regreso a la ciudad, avanzando, agachado, entre la hierba; prácticamente, los dos reptaban por el suelo en ocasiones. Dieron la vuelta hacia el lado nordeste de la población, entre la zona comercial y una granja, para tumbarse tras una hilera de desperdigados arbustos de varas de San José, desde donde Dhamon podía ver mejor a los caballeros allí reunidos. «Al menos, hay trescientos —se dijo—, tal vez, incluso, cuatrocientos». Se trataba de una fuerza impresionante, que ocupaba esa pequeña ciudad situada en medio de una llanura interminable.

«¿Qué están haciendo aquí?», pensó. ¿Qué podía estar sucediendo en las Praderas de Arena que les interesara? ¿Y por qué, por las profundidades del Abismo, iba Varek a darse una vuelta por allí para charlar con ellos?

—¿Por qué temes a los caballero de la Legión?

La voz ronca de Ragh puso fin a las meditaciones de Dhamon.

—No les temo —mintió el hombre, escudriñando con la mirada a los reunidos—; es sólo que… ¿Qué es eso?

Distinguió a Varek, oscurecido por un toldo descolorido, cara a cara con el comandante Arun Lawlor. El oficial extendió la mano, y Varek la estrechó. Conversaron durante varios minutos, y Dhamon se preguntó qué estarían discutiendo y cuánto tiempo llevaban haciéndolo antes de que él los descubriera. A continuación, Lawlor palmeó al joven en la espalda y se alejó, inspeccionando a sus hombres mientras se encaminaba hacia la cabeza de la columna.

—¿De modo que estás en buenos términos con la Legión de Acero, Varek? —comentó Dhamon en voz baja.

El hombre mantuvo la vista fija en el muchacho, que entonces estaba recostado contra un edificio, con el bastón apoyado a su lado, los brazos cruzados y el rostro fijo en la reunión. Dhamon y el sivak se arrastraron hacia el este, en dirección a una estrecha calle lateral que se extendía hacia la calzada principal.

—El sentido común indica que deberíamos dirigirnos hacia los árboles, encontrarnos con Maldred y Riki, y alejarnos todo lo posible de este lugar.

—Pero Varek…

—Es un estúpido, Ragh. ¿Qué hacen aquí todos estos caballeros? —Suspiró y sacudió la cabeza—. Sígueme, y mantente en silencio.

Condujo al sivak calle abajo, hacia el interior de las sombras proyectadas por un edificio de dos pisos. Se aproximaron sigilosamente, bien pegados a la pared.

Los caballeros estaban en silencio, pero alertas; con los ojos puestos al frente, miraban en dirección a Lawlor, a quien Dhamon no podía ver por el momento. No corría ningún murmullo entre ellos.

Se acercó unos pocos pasos más, y se arriesgó a echar una veloz ojeada al otro lado de la esquina. Consiguió ver mejor cuántos eran; al menos, había quinientos caballeros, y la columna se extendía hacia el sur, más allá del lugar donde terminaba la calle principal. Dhamon distinguió a una nerviosa joven que miraba por una ventana del segundo piso desde el otro lado de la calle; también había unas pocas personas más observando, por lo que pudo ver, y en sus rostros se pintaba una mezcla de indiferencia, admiración, repulsión y miedo.

Fijadas a una pared de madera junto a la tienda de un curtidor, había hojas de pergamino. Estaban demasiado lejos como para que Dhamon pudiera leerlas, aunque sospechó, a juzgar por los toscos dibujos de algunas de las hojas, que anunciaban artículos en venta. Mientras observaba, un caballero de la Legión se aproximó a la superficie de madera con rollos de pergamino sujetos bajo el brazo y empezó a fijarlos con tachuelas, justo en el centro de la pared, sin importarle si al hacerlo ocultaba los otros anuncios.

—Ese del pergamino eres tú —musitó el sivak.

Dhamon gruñó desde las profundidades de su garganta. El dibujo de la hoja que el caballero estaba clavando mostraba, sin lugar a dudas, un gran parecido con él. El siguiente que colocó se parecía a Maldred. Otras dos hojas se unieron con las primeras, éstas con dibujos de hombres que Dhamon no reconoció.

—Así pues, tienes motivos para temer a la Legión —prosiguió el sivak—. Te buscan. ¿Qué hiciste para atraer su ira?

Dhamon no respondió durante varios minutos, observando cómo el caballero finalizaba su tarea y, a continuación, se marchaba para reunirse con la columna.

—¿Qué hiciste…?

—Robé a caballeros de la Región de Acero que estaban ingresados en un hospital en Khur.

Las palabras surgieron en un susurro de su boca.

—Khur se encuentra muy lejos de aquí. —El sivak frunció el ceño—. ¿Por ese motivo te busca un ejército?

—Fue algo más que un simple robo —admitió Dhamon—. Mal y Riki me acompañaban. Habíamos acabado en aquella ciudad, teníamos tantas monedas como era posible conseguir con aquel robo e intentábamos abandonar el lugar. Por desgracia, unos cuantos caballeros nos descubrieron y salieron en nuestra persecución. Algunos resultaron heridos; puede ser que murieran. Teníamos que defendernos. —Calló, observando cómo unos cuantos caballeros más salían de diferentes establecimientos para unirse a las filas—. En nuestra prisa por huir, prendimos fuego accidentalmente al establo. Khur era un lugar muy seco. Tengo entendido que la ciudad ardió hasta los cimientos antes de que pudieran extinguir el incendio.