Transcurrió un largo silencio.
—Tengo que encontrar a Varek y regresar junto a Mal y Riki —dijo finalmente Dhamon.
—Si no vas a matarme, yo encontraré a Varek —indicó Ragh, asintiendo—. Es demasiado arriesgado. Ahora te toca a ti… quedarte quieto.
Varios minutos más tarde, el sivak, todavía con el aspecto del caballero de la Legión, conducía a un sorprendido Varek al interior del callejón. La mano de Dhamon salió disparada al instante hacia la garganta del joven, cortando así sus palabras y su respiración.
—Muchacho estúpido y presuntuoso —rugió el hombre con un rechinar de dientes—. No tienes ni el sentido común de una mula de carga. —Aflojó la mano, y luego, la dejó caer al costado—. ¿Tienes alguna idea de lo que podrías haber hecho, Varek, al entrar en esta ciudad con la Legión aquí dentro? ¿La tienes? Entras aquí, como un gallito, pavoneándote hasta llegar ante el comandante. A los caballeros de la Legión de Acero, a cualquier clase de caballero en realidad, hay que esquivarlos. —Contempló enfurecido al muchacho durante un buen rato—. Vamos, hemos de encontrar a Mal y a Riki.
Desandaron sus pasos, rodeando El Tránsito de Graelor para encaminarse hacia la elevación a la que Dhamon había enviado a Maldred y a Rikali. Mientras los tres avanzaban a buen paso hacia el bosque, Ragh abandonó el disfraz de caballero, y Varek se puso a divagar sobre la ciudad, diciendo a Dhamon y al sivak que había averiguado que El Tránsito de Graelor recibía su nombre de un hechicero de los Túnicas Rojas que había muerto hacía más de cien años defendiendo con éxito la población de un grupo de bandidos. En ese momento, había una docena de caballeros de la Legión estacionados allí como defensa.
—No me importa en absoluto de dónde proceda el nombre de la ciudad —replicó Dhamon—. No volveré a visitarla —concluyó, y aceleró el paso.
Cuando se aproximaba a los árboles, un grito agudo rompió el silencio. Dhamon dio un traspié con una raíz retorcida y oculta por la maleza, pero recuperó el equilibrio con rapidez y echó a correr hacia la cima de la elevación. Al cabo de un instante, se hallaba ya en el interior del bosque.
Los chillidos se detuvieron.
13
Laberintos y velos
Maldred se dirigió a toda prisa hacia el sudoeste, con los ojos puestos en el bosque y la mano sujetando con suavidad la de Riki.
—Más deprisa —indicó a la semielfa—. Antes prefiero enfrentarme a otro poblado de dracs que tener que vérmelas con la Legión de Acero justo ahora.
La mujer apenas podía mantener la marcha.
—Ve más despacio, Mal —dijo jadeando e intentando liberar la mano—. Ya no soy tan veloz; es por lo de estar embarazada. Corro por dos ahora.
Él la complació, pero sólo un poco.
—¿Embarazada? ¿Correr por dos? Bueno, pues estarás muerta por dos si la Legión nos atrapa.
—¡Cerdos!, no deberíais haberles robado en Khur —comentó ella—. Deberíais limitaros a robar a la gente corriente.
—La gente corriente no tiene nada que valga la pena robar.
Corrieron en dirección a los árboles, zigzagueando alrededor de una maraña de arbustos, y llegaron por fin a la elevación. Maldred se detuvo para que la semielfa pudiera recuperar el aliento.
—Espero que Dhamon encuentre a Varek y no se meta en problemas allí —observó Riki, que estaba doblada hacia el frente, las manos sobre las rodillas y aspirando con fuerza—. Ninguno de nosotros necesita más problemas.
—Vamos —indicó su compañero, asintiendo con la cabeza—. Esperemos a Dhamon en el interior del bosque. Estoy seguro de que no tardará, y estoy seguro de que encontrará a Varek y no se meterá en líos. —Se encontraba a medio camino de la cima cuando añadió—: En cuanto a Varek, Riki, ¿realmente le amas?
La semielfa fingió mantener los ojos fijos en el suelo para no tropezar con la multitud de raíces finas como dedos que parecían estar por todas partes.
—Claro, Mal. Desde luego que amo a Varek. De lo contrario, no me habría casado con él. Y no tendría su bebé si no le quisiera.
Los árboles de la cima de la elevación eran variedades de arces, robles y nogales, y las botas de Maldred no hacían más que triturar bellotas caídas. El hombretón apoyó la espalda en un roble especialmente grueso y miró en dirección a la ciudad. Desde allí, podía ver sin problemas si alguien se acercaba; tanto si era Dhamon como los caballeros de la Legión de Acero.
Riki se dejó caer contra un arce carmesí.
—Ese mapa tuyo, Mal… ¿Cuánto más lejos de esa ciudad se encuentra el tesoro pirata?
—A cierta distancia —respondió él tras unos instantes.
—¡Cerdos!, no sabes lo cansada que estoy de andar, Mal. Tendremos que conseguir caballos si hemos de recorrer «cierta distancia». Y creo que… —Se apartó violentamente del árbol y se volvió para atisbar con más atención el interior del bosque—. ¿Has oído eso, Mal?
—Oír ¿qué?
—Un bebé que llora. Estoy segura de que oí llorar a un bebé. —Se apartó de su compañero y descendió por un estrecho sendero—. ¿Oyes? Es tan suave. Creo que es una criatura que pide ayuda.
Maldred negó con la cabeza.
—No oigo nada, Riki, y creo que deberíamos permanecer aquí, esperando a Dhamon y a tu Varek. ¿Riki? —Miró por encima del hombro y lanzó un gemido; la semielfa ya no estaba—. Riki.
Maldred echó una última mirada a la ciudad y descendió apresuradamente el sendero; a los pocos minutos, alcanzó a Rikali.
—¿Lo oyes, Mal?
El hombretón asintió al captar, por fin, un apagado grito.
—También podría ser un animal, Riki. Es difícil saberlo.
Ella sacudió la cabeza y siguió adelante. El bosque era más oscuro en ese tramo; las hojas apelotonadas y tupidas en lo alto impedían el paso de la luz solar. Resultaba agradablemente fresco, y una débil brisa movía el aire.
—No es un animal, Mal —indicó ella transcurridos unos cuantos minutos más—. No veo ningún animal aquí, ni siquiera un pájaro.
Un escalofrío recorrió el cuello del hombretón. Había insectos, tal y como le indicó con la mano, escarabajos en abundancia en algunas de las ramas más bajas, y también arañas del tamaño de nueces sobre los troncos de los arces. Enormes telarañas pendían de algunos de los árboles, y éstas estaban salpicadas de arañas verde oscuro, que corretearon hacia el centro de las telas cuando Maldred y Rikali pasaron junto a ellas. Las telarañas eran más espesas al frente.
El grito persistía.
—Nos debemos estar acercando, Mal.
—Acercando a algo —respondió éste.
—¡Riki! —llamó Dhamon—. ¡Riki!
Varek dio mayor impulso a sus piernas en un esfuerzo por alcanzarlo, pero no consiguió obtener la misma velocidad. Dhamon desapareció de su vista, seguido por el sivak sin alas.
No se percibían señales inmediatas de la semielfa ni de Maldred, pero —aparte de los chillidos que él había escuchado— tampoco ninguna señal evidente de problemas. Una inspección superficial le reveló que las huellas de las pisadas de Maldred y Riki se dirigían al oeste, en dirección a donde los árboles de menor tamaño daban paso a robles y arces de más edad.
Dhamon siguió su rastro, aguzando el oído mientras andaba y moviéndose con rapidez. Se detuvo cuando el sol desapareció de improviso. No era el follaje lo que impedía el paso de la luz, sino las telarañas. Unas cuantas eran ingeniosas, enormes y hermosas, con complicados dibujos que relucían en la difusa luz; pero la mayoría eran masas desagradables, tan tupidas como la barba de un enano. Se estiraban entre las ramas más altas y llegaban hasta el suelo en varios puntos.
Siguió adelante con más cautela, andando entonces, mientras su aguda vista escudriñaba el suelo en busca de más huellas de sus amigos. Entretanto, echaba veloces ojeadas a las brechas de las telarañas, donde le parecía ver algo que se movía.