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—¿Cómo llegaremos hasta él y Riki?

Con una mezcla de preocupación y rabia en el rostro, el joven se deslizó junto a Dhamon y hundió su bastón en la telaraña en un intento de encontrar un modo de atravesarla, como había hecho con los otros velos. Ésta desafió todos sus esfuerzos, y él golpeó la pared con el arma.

—Propongo que tomemos lo que, según sospecho, es la ruta más corta para llegar hasta él —indicó Ragh.

El sivak eligió un punto cercano a Varek, teniendo cuidado de mantenerse fuera del alcance del bastón; luego, rasgó con las zarpas la tela. Ésta era al menos tan gruesa como largos eran sus brazos, y Dhamon se dio cuenta de que era el hogar de miles de diminutas arañas de color amarillo oscuro.

—¡Maldred! —Dhamon hizo una pausa y volvió a escuchar—. ¿Te encuentras realmente en el otro lado de este lío, amigo mío? ¿O es que el sonido me está gastando malas pasadas?

Aspiró con fuerza, se colocó cerca del sivak y sesgó el muro de telarañas con la espada una y otra vez. Finalmente, consiguió abrirse paso hacia el interior de la tela.

—Por todos los niveles del Abismo, ¿qué es lo que estáis haciendo vosotros dos?

Varek contempló atónito cómo Dhamon y el sivak se dejaban engullir por la telaraña. Golpeó la pared unas cuantas veces más; luego, intentó sumirse en el interior en pos de los otros.

Dhamon no veía nada mientras avanzaba despacio por entre los espesos velos.

«A lo mejor no es real —pensó—. Nada de ello».

El desagradable olor almizclero sí que era muy real, y más intenso cada vez; surgía de todas partes a su alrededor para instalarse en la boca y provocarle náuseas. Notaba cómo las arañas le trepaban por el rostro y las manos, cómo se retorcían por entre sus ropas. Algunas lo mordieron. Pero no percibía la telaraña. No podía tocarla y decidir si era sedosa o áspera, húmeda o seca.

Encontraba resistencia a cada uno de los pasos que daba, pero se dio cuenta de que podía respirar. Podía oír la voz de Maldred seguía llegando desde algún punto más adelante. Escuchó a Varek a su espalda realizando ruidos chasqueantes. Ragh se hallaba justo delante.

Dhamon acumuló saliva suficiente en la garganta como para escupir, intentando deshacerse de lo que estaba seguro eran arañas diminutas que habían conseguido introducirse en su boca. Podía avanzar más deprisa entonces, pues la resistencia de las gruesas telarañas iba cediendo, y el aire a su alrededor se iluminaba. Se abrió paso al interior de un claro, uno rodeado por telarañas pero abierto al cielo en la parte central. El sivak había salido allí momentos antes.

Maldred estaba unos metros más allá, ocupado en partir con el arma una araña del tamaño de un enorme gato doméstico. Se veían los cuerpos sin vida de docenas de arañas de tamaño similar esparcidos a su alrededor.

—¡Me alegro de que al final pudieras reunirte con nosotros, Dhamon! —gritó por encima del hombro. Las ropas de Maldred estaban pegadas a su cuerpo, húmedas por el sudor y la oscura sangre de las criaturas, y tenía las piernas recubiertas de telarañas.

—¡Agradecería un poco de ayuda, por favor!

Ragh vaciló sólo un momento antes de reunirse con el hombretón. El sivak lanzó las zarpas contra una enorme araña marrón a la vez que pisoteaba varias de color gris del tamaño de ratas grandes.

—Mantenlas lejos de mí —indicó Maldred al draconiano—. No puedo usar mi magia y combatir contra ellas al mismo tiempo.

Varios metros más allá, Dhamon distinguió a la semielfa, que colgaba de un roble inmenso. La mujer estaba envuelta en un capullo de telarañas que se balanceaba a unos tres metros del suelo. Había varias arañas enormes en las ramas cercanas a ella, una suspendida justo por encima de su cabeza. Riki respiraba, si bien él necesitó un instante para asegurarse de ello. Los ojos de la semielfa estaban abiertos de par en par, y tenía la boca llena de telarañas.

—Ten cuidado con esas arañas, amigo —gritó Maldred—. Mueren con facilidad, pero muerden como demonios.

Dhamon buscó asideros entre las hileras de telarañas y empezó a trepar. Mantenía la espada extendida al mismo tiempo que hundía los dedos de la mano libre en las hendiduras de la corteza y apretaba también los talones de las botas contra el tronco.

—¡Riki! —Varek había salido al claro—. ¡Oh, no!

Se echó a correr en dirección al árbol, soltó el bastón e intentó trepar por el tronco tras Dhamon. La corteza estaba resbaladiza debido a las telarañas, y el joven acabó en el suelo a causa de su aterrorizada precipitación.

—¡Riki! —volvió a chillar.

—¡Ven aquí, muchacho! —gritó Maldred—. A Ragh y a mí nos iría bien un poco de ayuda. Viene otra oleada.

Con los ojos clavados en la envuelta semielfa, Varek realizó un nuevo e inútil intento de escalar el árbol.

—¡Varek! ¡Échanos una mano!

El joven recogió de mala gana el bastón, miró con desesperación a Riki y abrió la boca para decir algo a Dhamon.

—¡Ahora, muchacho! —llamó Maldred.

—¡Deprisa! —instó el sivak.

Al fin, Varek se dio la vuelta y se encontró con el hombretón y el draconiano cubiertos de pies a cabeza por arañas enormes. Avanzó, tambaleante. Se echó el bastón al hombro y lo descargó con un movimiento oscilante, de manera que consiguió arrancar una araña del brazo de Maldred. Le quitó otra, y luego, otra, lo que facilitó que el hombretón pudiera atacar a las que seguían aferradas a sus piernas. Bajo las criaturas, los brazos desnudos de Maldred estaban cubiertos de grandes ronchas moradas.

Varek dirigió su atención a Ragh. La mayoría de las arañas que consiguió arrancar del draconiano parecían peludos bloques marrones sobre patas negras como la noche. Tenían colmillos —la causa de las punzantes ronchas de los brazos de Maldred—, y los ojos eran tan azules como un profundo lago de aguas mansas. Unas cuantas aún más grandes empezaban a salir entonces de las telarañas. Tenían el tamaño de ovejas adultas, y eran de color avellana; los complicados dibujos amarillos y negros de los lomos recordaban rostros de enanos.

El joven arrancó unas cuantas criaturas más del cuerpo de Maldred y empezó a aporrear las del suelo, crispando el rostro en una mueca al escuchar el nauseabundo chasquido que dejaban escapar cuando se les aplastaba las cabezas. Hizo una pausa entre golpes para mirar en dirección a Riki. Dhamon se dedicaba a partir con su espada las arañas que la rodeaban y se iba aproximando despacio a la rama de la que colgaba la mujer. La araña situada justo encima de la semielfa tejía una telaraña para envolverle toda la cabeza.

—¡Aquí vienen unas cuantas más, chico! ¡Empieza a moverte!

El sivak avanzó, colocándose de modo que le diera tiempo a Maldred para usar su magia.

—¡Ayuda a Ragh! —animó el gigantón.

Varek se reunió de mala gana con el draconiano, que se había vuelto para enfrentarse a otro ejército que llegaba a través de la telaraña situada a la izquierda de donde estaban. La pareja se empleó a fondo, desgarrando con las zarpas, aporreando con el bastón, pateando lejos los cadáveres de las arañas o pisoteando a las de mayor tamaño, que no se podían desplazar con facilidad.

Detrás de ellos, Maldred estaba sumido en un conjuro, con los ojos bien abiertos y la boca formando palabras en un silencioso lenguaje arcano. Levantó las manos por encima de la cabeza, con los pulgares tocándose, y se concentró hasta que el sudor le cubrió la frente. Su cuerpo se calentó a medida que el conjuro hacía efecto, y el calor le corrió desde el pecho a los brazos y los dedos. Un haz de llamas describió un arco desde las palmas de las manos hasta las telarañas de lo alto de los árboles.

Se escuchó un potente silbido, y una masa de telarañas se incendió y se fundió. Arañas en llamas y retorciéndose cayeron como lluvia. Maldred se volvió hacia otra sección de telarañas y liberó un nuevo haz de fuego. Las telarañas eran tan espesas, y había tantas, que sólo podía quemar una parte cada vez.