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Varek lanzó un grito. Se había distraído contemplando la magia del hombretón y descubrió que docenas de arañas del tamaño de melocotones habían trepado por sus piernas. Unas cuantas ronchas moradas aparecieron en sus brazos.

El sivak detuvo por un momento la carnicería de criaturas del tamaño de ratas y arrancó con las zarpas las arañas de menor tamaño que habían trepado por el cuerpo del muchacho.

Varek se agachó e hizo pedazos otra araña peluda que avanzaba; luego, pisoteó el cuerpo y se dedicó a aplastar una criatura tras otra. A su lado, el sivak se abría paso entre montones de criaturas.

Las arañas de mayor tamaño poseían caparazones quitinosos que cubrían sus cabezas, y eran necesarios varios golpes para acabar con ellas. Varek fue mordido media docena de veces más antes de que se produjera una pausa entre las oleadas de arácnidos. Tosió varias veces, medio asfixiado por el olor de las arañas muertas y de los cuerpos incinerados.

Se escuchó un nuevo estruendo cuando Maldred logró quemar otra sección de telarañas. Más arañas cayeron al suelo sin vida.

Dhamon había conseguido llegar a la rama y matar a todos los ocupantes, excepto una araña de gran tamaño que seguía suspendida justo encima de la semielfa. La cosa lo miró con fijeza, y sus bulbosos ojos negros, brillantes como espejos, reflejaron el rostro decidido del hombre. Unos colmillos sobresalían de la parte inferior de la cabeza, y de ellos goteaba un limo que olía intensamente al almizcle que Dhamon odiaba.

El ser profirió una especie de maullido, como una criatura indefensa, cuando Dhamon alzó la espada. Partió la criatura en dos, y apenas cerró los ojos a tiempo. Un chorro de sangre le cayó sobre el rostro y la túnica, y el olor almizclero le empapó las ropas. Se limpió los ojos y se aproximó con cuidado a la bolsa tejida con hilo de araña, mientras la rama se hundía más y más bajo su peso en tanto avanzaba hacia el extremo.

Riki daba boqueadas. La telaraña estaba tan apretada que la mujer apenas podía respirar, y Dhamon se inquietó ante la posibilidad de que no pudiera llegar hasta ella a tiempo. Envainó la espada y, con sumo cuidado, pero con rapidez, se puso a horcajadas en la rama y sacó un cuchillo que había cogido en el poblado de los dracs. Se tumbó sobre la rama y con una mano sujetó una masa de telaraña de la parte superior del capullo que contenía a Riki y empezó a cortar los hilos que la ataban al árbol.

—¡Ten cuidado!

Las palabras procedían de Varek, que había dejado que Maldred y el sivak se ocuparan de las pocas arañas que quedaban y se encontraba de pie bajo el árbol. Le gritó la advertencia en voz más alta.

—Te oigo perfectamente —replicó Dhamon con un refunfuño, absorto en su tarea.

Casi había cortado por completo las hebras cuando se enganchó con el pie alrededor de la rama y se inclinó precariamente hacia el frente, alargando el brazo en dirección a la semielfa. La agarró por el hombro y le clavó los dedos mientras cortaba los últimos hilos que sujetaban el capullo. Dejó caer el cuchillo al mismo tiempo que su mano libre salía disparada hacia abajo para coger a Riki por el otro hombro y tirar de ella hacia arriba. La rama se inclinó peligrosamente bajo el peso de ambos, y Dhamon transportó a la mujer de vuelta al tronco.

Se palpó el rostro y arrancó las telarañas de su nariz. Después de detenerse un instante para recuperar el aliento, colocó a Riki —que seguía en el interior del envoltorio— sobre su hombro e inició el descenso del árbol. Durante todo ese tiempo, Varek no dejó de llamarla por su nombre desde el suelo. Dhamon depositó a la semielfa al pie del árbol y se retiró mientras Varek lo apartaba frenéticamente. El muchacho le extrajo las telarañas dé la boca y de los ojos.

—¡Riki! ¡Háblame!

La zarandeó con suavidad, sin dejar de tirar de las telarañas; la masa que tenía más pegada al cuerpo parecía una pasta grisácea.

Dhamon volvió a desenvainar la espada, mirando a su alrededor en busca de más arañas. Al no ver ninguna que no fuera el par con el que peleaba el sivak —y ninguna en las telas de araña, excepto las que eran del tamaño de su puño o más pequeñas— se permitió relajarse un poco. En cuestión de pocos segundos, el sivak acabó con la última de las criaturas de gran tamaño y se aproximó con pasos vacilantes. Con las enormes zarpas que tenía por manos iba arrancándose las telarañas que lo cubrían.

Maldred escudriñaba lo que quedaba de las telas mientras sus dedos seguían ocupados en el conjuro.

—¡Riki!

Varek había conseguido, por fin, liberar los brazos de la semielfa y la acunaba, balanceándose hacia adelante y hacia atrás sobre sus caderas, cubiertos ambos de pasta y telarañas.

La mujer balbuceaba, escupiendo telarañas y arañas por la boca.

—¡Cerdos, eso ha sido horrible! Pensé que iba a morir con todas esas arañas trepando por mi cuerpo.

Su voz era ronca, y Varek buscó a tientas en su cintura el odre de agua. Dejó que bebiera hasta quedar harta, y vertió el resto sobre el rostro y manos de la mujer para limpiarlos; luego, siguió acunándola, sin darse cuenta de que los ojos de ella estaban puestos en Dhamon todo el tiempo.

—Gracias —articuló con dificultad.

Dhamon apartó la mirada, para escudriñar las telarañas y buscar… algo…, cualquier cosa que le diera una pista sobre ese lugar y sobre lo que fuera responsable de las arañas. Quizá podrían aparecer más.

—Es antinatural —declaró, y a continuación un escalofrío le recorrió la espalda.

¿Se había movido algo entre las telarañas? Parpadeó. Había estado mirando con demasiada atención a un tronco, y las sombras le estaban gastando malas pasadas.

—No —murmuró—, realmente vi algo.

Hizo una seña para atraer la atención de sus compañeros, pero Varek estaba absorto con la semielfa, y Maldred miraba en otra dirección.

El sivak siguió su mirada.

—Por la memoria de la Reina de la Oscuridad —musitó Ragh.

—¡Una araña!

Dhamon se agachó.

—Hay arañas por todas partes —repuso Maldred con frialdad.

—No como ésta —indicó el draconiano.

Lo que quedaba de las telarañas en el claro se bamboleó, y lo que Dhamon había creído que era el tronco de un árbol se movió. Se trataba de la pata de una araña, una araña enorme. Los otros supuestos troncos cercanos se fueron moviendo también —ocho en total— a medida que la monstruosidad avanzaba pesadamente.

El suelo tembló debido al peso de la criatura. Pedazos de telaraña cayeron como redes para tapar a unos sorprendidos Riki, Varek y Maldred. Dhamon y el sivak consiguieron a duras penas eludir las telarañas…, al menos la primera tanda.

—¡Por el nombre de mi padre! —exclamó Maldred mientras arañaba los velos que lo cubrían.

El cuerpo de la araña estaba suspendido sobre patas que fácilmente podrían medir nueve metros de largo, y era de color negro, y la cabeza, de color gris antracita, giraba para contemplar a la presa situada a sus pies. También tenía colmillos, y de éstos goteaba un líquido cáustico que chisporroteaba al chocar contra el suelo.

Mientras observaban, la araña gigante abrió las fauces de par en par, liberando un olor fétido. Éste fue rápidamente seguido por un chorro de telarañas que se estrellaron contra el suelo, justo en el lugar en el que Dhamon se encontraba segundos antes.

Dhamon iba ya de acá para allá, corriendo al frente, al mismo tiempo que agitaba la espada por encima de la cabeza. Profirió un grito a la vez que blandió el arma con todas sus fuerzas, pero apenas rozó a la criatura.

—Eeeesss tan grande como un dragón —tartamudeó Rikali.

La semielfa tiró con furia de las hebras que la cubrían a ella y a Varek, y finalmente consiguieron gatear hasta quedar fuera de la tela. Riki sacó una daga.