—Quédate detrás de mí —dijo su esposo.
—No puedes protegerme de esa cosa —replicó ella—. Vamos a morir todos esta vez, Varek.
Dhamon atacó una de las patas del ser una y otra vez, hasta que sus brazos ardieron por el esfuerzo. Consiguió por fin partirla, pero la criatura siguió avanzando pesadamente. El suelo se estremecía y los árboles se balanceaban a su paso, y Dhamon apenas consiguió evitar que lo pisoteara. Aspirando con fuerza, recuperó el equilibrio y empezó a asestar cuchilladas a otra pata.
En el centro del claro, Maldred había conseguido arrancarse de encima la masa más grande de telarañas. La araña se encaminó hacia él, tapando el sol con su enorme cuerpo, de modo que el claro se sumió en la oscuridad. Maldred separó las piernas para mantener el equilibrio e inició un conjuro.
El sivak también se había arrastrado hasta salir de debajo de las capas de telarañas. Descubrió que Dhamon atacaba una pata de un grosor igual al de un lozano abedul, y con un gruñido eligió otra pata y otra táctica. Ragh hinchó los músculos de las piernas y dio un gran salto en el aire, con las zarpas extendidas, y se agarró a los gruesos y aserrados pelos que cubrían la pata del ser. De ese modo, empezó a escalar por la extremidad.
Abajo en el claro, Maldred notó cómo el calor se acumulaba en su pecho al mismo tiempo que sus arcanas palabras aceleraban el hechizo. El calor resultaba doloroso mientras corría veloz por sus brazos y saltaba de sus dedos para formar una bola de fuego en el aire, que creció a medida que se dirigía hacia la cabeza de la araña gigante. Las llamas castañetearon como un demonio al hendir el aire e ir a chocar contra la criatura.
El ser lanzó un alarido, un agudo sonido humano que con su intensidad lo paralizó todo, excepto al sivak, que seguía ascendiendo. Las llamas se extendieron por la cabeza de la araña, y luego, por su cuerpo bulboso, y el animal chilló con más intensidad aún. Lenguas de fuego saltaron a las telarañas que la rodeaban y a los árboles circundantes, que tardaron más en incendiarse.
Durante todo ese tiempo, el sivak siguió ascendiendo penosamente, hundiendo las zarpas en el vientre de la criatura mientras la sangre del animal lo cubría.
En el suelo, Maldred se concentró mentalmente y persuadió al calor para que penetrara en su cuerpo de nuevo. Farfulló las palabras más deprisa todavía, sintiendo la abrasadora sensación de su pecho y brazos a medida que más llamas brotaban de sus manos. Una nueva bola de fuego chocó contra el monstruo.
El chillido de la araña gigante fue prolongado y ensordecedor cuando se vio engullida por el fuego. El sivak volvió a clavarle las zarpas y se dejó caer al suelo; las robustas piernas absorbieron el impacto de la caída. Gateó para salir de debajo del animal mientras éste empezaba a girar sobre sí mismo, presa de un dolor insoportable.
Las llamas se propagaron por las peludas patas. Dhamon esquivó una extremidad que se agitaba, violentamente en el aire y retrocedió hacia los árboles que rodeaban el claro, que uno a uno iban siendo pasto de las llamas. Por todas partes se veían telarañas que se fundían, y cientos de arañas de todos los tamaños caían al suelo y ardían.
—¡Salgamos de aquí! —gritó.
Maldred se le adelantó, tirando de Varek y Riki.
—Hemos de ser muy rápidos —chilló, señalando el laberinto de telarañas que también ardía—. Si no nos movemos, nos convertiremos en leña.
El sivak pasó a toda velocidad junto a ellos, apartó de un empujón a Dhamon de una rama ardiendo que apareció en su camino, y siguió adelante, atravesando un muro de telarañas en llamas.
Necesitaron sólo unos instantes para encontrar la senda despejada y alcanzar la elevación situada fuera del bosque.
Maldred resollaba, exhausto.
—El fuego —dijo jadeando— no quemará todo el bosque. Está demasiado húmedo.
—Acabará con esa criatura —repuso Dhamon—. ¡Por todos los dioses desaparecidos, no sabía que algo así pudiera existir!
Ragh sacudía la cabeza y contemplaba las ronchas de sus brazos cubiertos de escamas.
—En todos los años que llevo en Krynn, jamás había visto algo parecido —indicó—. Eso ha sido creado mediante hechicería, con total seguridad.
—Espero que no haya más de estos bosques de arañas —manifestó Maldred, descendiendo con cuidado por la elevación—. De lo contrario, desearemos estar de vuelta en Blode. —Dirigió a Dhamon una mirada evaluativa—. También deseo no tener un aspecto tan horrible como el tuyo.
—Es peor —respondió el aludido.
No había ni una parte de ellos que no estuviera cubierta de sudor, telarañas o sangre de araña. Varek llevaba a Rikali en brazos, no obstante las protestas de la mujer.
—Mal y yo estábamos de pie allí en el bosque —explicó la semielfa—, y me pareció oír un bebé que lloraba. ¡Cerdos, en realidad se trataba de las arañas! Esas arañas tan grandes y horribles lloraban como criaturas.
Varek la calmó, y una vez que hubieron regresado al arroyo situado al norte de El Fin de Graelor, se deshizo en atenciones con ella y le quitó el resto de las telarañas lo mejor que pudo.
—Nos iría bien un baño —observó Maldred, haciendo una mueca al olfatear su túnica; estudió las ronchas de sus brazos y las tocó con cautela, observando que desprendían calor—. Esa ciudad que visitaste… —Señaló con la cabeza en dirección a El Tránsito de Graelor—. Si no hay muchos caballeros allí, podríamos…
—No vamos a entrar en esa población —replicó Dhamon, sacudiendo la cabeza—; ni hablar.
—Hablé con el comandante Lawlor allí —manifestó Varek, dirigiendo a Dhamon una sonrisa forzada—. Dijo que más caballeros de la Legión de Acero entrarían hoy o mañana. El Tránsito de Graelor es un lugar de estacionamiento, al parecer. Por lo que me comentó, anda por ahí un gran número de caballeros negros.
—En ese caso, nos mantendremos a buena distancia de esa población, amigo mío —dijo Maldred, enarcando una ceja.
—Sí —aprobó su compañero.
Dhamon rebuscó en su mochila y sacó una botella, de la que tomó unos cuantos sorbos antes de devolverla a su lugar. Luego, echó una ojeada al bosque, en el que se alzaba un espeso penacho de humo.
No se dio cuenta de que lo observaban por entre los árboles. La niña de cabellos cobrizos estaba encaramada a un alto arce, y miraba con atención desde una complicada telaraña que relucía como su diáfano vestido.
—Creo que realmente eres la persona que busco, Dhamon Fierolobo —declaró.
14
Río de lodo
La luna llena facilitaba la contemplación del mapa hechizado que Maldred estaba desenrollando. El hombretón depositó su espadón sobre el borde septentrional para impedir que se arrollara, y sobre el borde meridional, la espada larga solámnica que Dhamon había cogido en el poblado de los dracs. La hoja de esta última centelleaba bajo la luz de la luna, mostrando una rosa que había sido grabada profundamente en el acero cerca de la empuñadura y tres o cuatro iniciales que estaban tan arañadas que resultaban ilegibles.
—Ésta no es una espada tan buena como la que se llevó la ergothiana —dijo Maldred, pensativo—. Esta hoja no es tan resistente ni tan recta.
—¡Ja! La que tu padre me vendió no servía de nada —repuso Dhamon con un bufido—, y aunque ésta no es mágica, funcionó la mar de bien para eliminar abominaciones y arañas. Servirá hasta que encuentre algo mejor.
—A lo mejor, te encontraremos un alfanje de hoja afilada en el tesoro pirata.
Los ojos del gigantón centellearon ante la perspectiva de riquezas.
—Sí —asintió el otro en voz baja—, pero espero que hallemos mucho más que viejas armas; de lo contrario, no tendré suficiente para pagar a esa misteriosa sanadora tuya, si es que existe.
La mirada de Maldred descendió hasta el muslo de su compañero, donde los pantalones ocultaban la enorme escama de dragón y unas cuantas docenas de otras más pequeñas que habían brotado a su alrededor. Había intentado preguntar a su camarada al respecto en unas cuantas ocasiones desde que abandonaron el poblado de los dracs, pero cada vez o los otros se encontraban demasiado cerca, o Dhamon se hallaba demasiado aturdido, o le interrumpía con excesiva rapidez. Decidió que entonces tenía una buena oportunidad, ya que Rikali y Varek dormían profundamente varios metros más allá, y el sivak descansaba con la espalda apoyada en un árbol.