—Ya hace tiempo que deberíamos haber hablado de ello —dijo, y señaló con la mano la pierna de su camarada—. Esas escamas, amigo mío, ¿son…?
—Asunto mío únicamente —respondió él con rapidez y con mayor brusquedad de la que había sido su intención mostrar.
Evitó de un modo muy evidente la mirada de su amigo, fingiendo estudiar el mapa.
—Dhamon.
—Mira, Mal, espero que hasta la última de las escamas se convierta en un mal recuerdo si es que esa sanadora existe…
—Existe.
—Y si el tesoro existe para que pueda pagarle.
—Estoy más que convencido de que existe.
—¡Ojalá yo también lo estuviera!
—El mapa parece dar validez a todos los relatos —indicó Maldred, frotándose la barbilla—. Puedo mostrarte otra vez…
—Si el mapa es fiable.
—Nos condujo hasta el poblado drac en el que estaba Riki.
En un esfuerzo por cambiar de tema, su compañero clavó un dedo en la sección sur del plano, que indicaba un antiguo río que desembocaba en el mar.
—Dhamon, ¿cuánto hace que las tienes? —inquirió Maldred—. Las escamas.
—He dicho que eran asunto mío.
Los ojos del hombre eran como dagas cuando los levantó del pergamino, y agitó la mano como para alejar de un manotazo un insecto.
—Puedes excluir a todos los demás —repuso el hombretón en tono sucinto.
Miró por encima del hombro para asegurarse de que la semielfa y Varek seguían profundamente dormidos; luego, clavó los ojos en los de Dhamon.
—Puedes no hacer caso de Riki cuando quieras, fingir que Varek no existe por el motivo que sea, pero no te desharás de mí con tanta facilidad.
El rostro del otro se convirtió en una máscara indescifrable.
»¡Maldita sea! Soy tu amigo, Dhamon —insistió—. Me siento tan unido a ti como lo estaría a un hermano. Nos hemos jugado la vida juntos, nos hemos salvado la vida el uno al otro. —Aspiró con fuerza—. ¿Cuánto tiempo hace que tienes esas escamas?
El silencio era tenso, sin que ninguno de los dos hombres pestañeara o desviara la mirada. La brisa trajo el aroma de los pastos altos y de la tierra húmeda, y el olor a herrero que envolvía al sivak. Desde algún punto lejano una lechuza ululó con suavidad y reiteradamente. Rikali murmuró algo en sueños.
—¿Qué te está sucediendo, Dhamon?
—Nada, Mal.
—Dhamon.
—¡Por las cabezas de la Reina de la Oscuridad, Mal, déjalo estar!
El hombretón meneó la cabeza.
—Por la Reina de la Oscuridad… ¡oh, al demonio con todo ello! —Dhamon se ablandó, por fin, con un suspiro exasperado—. Las escamas empezaron a aparecer hace un mes, tal vez más. El tiempo ha sido como una mancha borrosa para mí. ¿Quién sabe lo que me están haciendo?
«Matarme, probablemente», añadió mentalmente.
—Nura Bint-Drax no podría haber…
—No, no fue cosa suya. Si bien ella me procuró unas cuantas más de las que preocuparme.
—Malys, entonces.
Dhamon negó con la cabeza.
—Hace mucho tiempo que desapareció la presencia de la señora suprema. No sé qué las está provocando. —Al cabo de un momento añadió—: No me importa lo que las cause; sólo quiero deshacerme de ellas.
Se produjo otro intervalo silencioso.
—A lo mejor es una enfermedad, una enfermedad mágica —dijo Maldred.
—Quizá, pero que hablemos del tema no hará que desaparezcan. —Se encogió de hombros y devolvió su atención al mapa—. Esperemos simplemente que ese tesoro pirata y tu sanadora existan.
—Existen ambas cosas. —La voz de Maldred pareció más optimista que segura—. Ella eliminará las escamas.
Dhamon soltó una lúgubre risita.
—Si no es así, a lo mejor te encontrarás en compañía de dos draconianos. Ahora, dediquémonos a localizar el tesoro.
—Como ya habíamos comentado, se supone que se halla justo más allá del valle Vociferante. —El cuerpo de Maldred se estremeció con un escalofrío que Dhamon no detectó—. El valle está por aquí —dijo, e indicó un descolorido manchón de tinta al borde de un antiguo río.
El mapa mostraba el territorio como era hacía siglos, antes del Cataclismo, cuando era una tundra: yermo, llano y helado. Había un puñado de poblaciones y ciudades indicadas, lugares que Dhamon sabía que llevaban mucho tiempo enterrados y cuyos nombres nadie recordaba. Las antiguas Praderas de Arena parecían más pequeñas de lo que era la zona en la actualidad, quizás apenas unos cinco o seis kilómetros de norte a sur, y no había la menor indicación de la existencia del glaciar, sólo un mar de un brillante color azul.
—Tarsis —dijo Dhamon, clavando los ojos en una ciudad costera.
—Tarsis, ya lo creo. —Maldred había ido a colocarse justo detrás de él—. Si recuerdo bien mis clases de historia, Tarsis era un puerto importante, grande y bullicioso, y con muelles de aguas profundas, que podían competir con cualquier otro de esta mitad del mundo. Desde luego, eso fue hace una eternidad.
—Sí —asintió su amigo.
Tarsis se hallaba entonces muy tierra adentro, a más de ciento sesenta kilómetros del mar, pues el Cataclismo había alterado esa parte del mundo de un modo considerable.
—Tarsis, antes del Cataclismo, era un lugar floreciente —siguió Maldred—. Eso también fue antes de que el Príncipe de los Sacerdotes de Istar intentara convertirse en dios. Los relatos cuentan que los dioses se encolerizaron ante su afrenta y arrastraron a Istar al fondo del mar. El mundo fue rehecho durante el transcurso de unos cuantos cientos de años después de eso, y las Praderas sufrieron las consecuencias.
—Los Años Sombríos los llamaron —añadió Dhamon mientras sus dedos frotaban la irregular barba que le estaba creciendo—. Se dice que cayeron montañas, que otras nuevas brotaron del suelo, que el hambre y la peste barrieron el mundo. Una época encantadora. Probablemente tan encantadora como ésta era que estamos viviendo con los señores supremos dragones.
Maldred giró un dedo en dirección al mar.
—Las aguas retrocedieron, dejando a Tarsis y a otros puertos tierra adentro. Los barcos quedaron varados de la noche a la mañana. Terremotos terribles sacudieron las Praderas. La tierra se tragó ciudades y barcos; naves con las bodegas repletas de tesoros. Las encontraremos. Estoy totalmente seguro. Luego, localizaremos a tu sanadora. —Se meció hacia atrás sobre los tacones y elevó los ojos hacia la luna—. Leí un libro en una ocasión que afirmaba que hubo cuatrocientos terremotos en las Praderas durante aquellos Años Sombríos. Los movimientos sísmicos fueron más fuertes a lo largo de la costa, cerca de Tarsis y…
Miró a Dhamon, y luego, indicó con la cabeza en dirección a un trío de pequeños puertos que aparecían en la zona oriental del mapa. Ni siquiera un vestigio de tinta descolorida daba alguna indicación de sus nombres.
—… y fueron aún más fuertes cerca de aquí. Estas tres ciudades que muestra este viejo mapa y los relatos son el motivo de que crea que el mapa de mi padre es auténtico.
Dhamon enarcó una ceja con escepticismo.
—Se decía que la población situada en el centro era un puerto pirata, fundado por un grupo de poderosos ergothianos que encontraban mejores botines aquí que cerca de su país. —La voz de Maldred se aceleró—. No aparece en la mayoría de los viejos mapas que encontrarías en las bibliotecas. A decir verdad, no creo haber visto jamás un mapa tan viejo como éste. —Su dedo dibujó una línea en el aire ascendiendo desde el lugar donde estaba el puerto—. ¿Ves esta marca apenas perceptible aquí? Es un río, uno que no existe hoy en día. Era justo lo bastante ancho para los pocos capitanes piratas expertos que sabían cómo navegar por él. La leyenda cuenta que aquéllos que tontamente perseguían a los bucaneros río arriba acababan encallando, y los piratas daban entonces la vuelta para desvalijarlos. Dejaban en cada caso sólo un único superviviente, para que relatara el espantoso suceso.