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High Hill era una enorme casa de estilo colonial con quince habitaciones, garaje y piscina. Ocupaba una hectárea y media en la elegante urbanización Short Hills de Nueva Jersey.

La casa la hizo construir uno de los muchos avispados que amasaron fortunas con la destilación de licores en los años veinte. La casa llevaba su nombre, y ninguno de los cuatro propietarios posteriores quiso cambiarlo.

Phil Corbett vivía en aquella mansión con su familia desde hacía casi tres años. Detestaba que las casas llevasen nombres pretenciosos, y cada dos por tres decía que iba a retirar el cartel de la mojonera contigua a la rampa de acceso.

Cuando sonó el teléfono, a las diez y media de aquella noche del 30 de abril, Phil llevaba ganados ochocientos dólares y estudiaba la posibilidad de hacer escalera real.

Todos los meses, Phil y cinco de sus amigos organizaban una timba de póquer. Jugaban cada vez en casa de uno, pero donde más les gustaba jugar a sus amigos era en High Hill. Poco después de instalarse allí, Phil recubrió las paredes de una estancia con paneles de nogal, la insonorizó y la convirtió en un híbrido de sala de música y garito del Far West, con melodías de la época a modo de ambientación, serrín en el suelo, ventilador colgado del techo, puros habanos y escupideras de cobre.

Jugaban lo bastante fuerte como para hacer la timba interesante. Pero ninguno de ellos hacía aspavientos si terminaba por ganar 5.000 dólares en la timba.

Aquella noche varios de los amigos de Phil comentaban lo que decían las noticias sobre su hermano. Dos de ellos, Matt McCann y Ziggy White, ambos millonarios, jamás pisaron una universidad, se criaron con Phil en Montclair y conocían a Harry bastante bien.

– ¡Hay que ver cómo han cambiado las cosas! -dijo Matt-. Teníamos adoración por Harry. ¿Lo recuerdas? Era la lumbrera destinada a destacar en la universidad, y nosotros, unos desgraciaditos con todos los números para acabar en la cárcel.

– Pues aún deberíais sentir adoración por él -replicó Phil-. Es un gran tipo. Mientras nosotros no hacemos más que acumular dinero, él se desvive por la salud de los demás, y la mitad de las veces, sin cobrar.

– ¿Qué es esa bobada del hospital y de su… estrés postraumático?

– Harry tiene el mismo estrés postraumático que podáis tener vosotros. Por lo visto, hay uno que se la tiene jurada. Eso me ha dicho, y yo lo creo.

– Ojalá tengas razón -suspiró Ziggy-. Harry siempre me ha caído muy bien, pero… incluso Dillinger, «el enemigo público número uno», ¿recordáis?, tenía un hermano.

– Oye, Ziggy, que mi hermano no es ningún Dillinger.

El teléfono no paraba. Había sonado por lo menos siete u ocho veces. Phil había acordado con Gail que las noches que hubiese timba de póquer en casa cogiera ella el teléfono. Aquella noche, no obstante, Gail había ido al cine con unas amigas.

Phil estudió sus cartas. Tenía el comodín, el diez, la reina y el rey de diamantes. Fulminó el teléfono con la mirada, como si lo conminase a dejar de sonar. Al final, estampó las cartas en la mesa.

– Vais a tener que esperar un minuto antes de que os deje limpios -dijo Phil, ya de pie-, aunque os aconsejo que lo dejéis correr porque voy a por la escalera real.

– Ya. ¡Y qué más! -masculló uno de sus amigos.

– Diga.

– Soy yo, Phil. ¿Estás solo?

– Pues… no, no estoy solo -contestó Phil, que notó enseguida que algo le ocurría a su hermano.

– Entonces, coge otro teléfono, por favor.

Phil pasó la llamada a línea de espera.

– Lo de la escalera real es broma -dijo Phil a la vez que dejaba las cartas debajo del montón-. Seguid sin mí un rato.

Phil tardó veinte minutos en regresar, visiblemente preocupado.

– Mi hermano está en un apuro. Me temo que vamos a tener que dejarlo así por esta noche.

– ¿Podemos hacer algo? -preguntó Ziggy White.

– Sí. Quedaos tú y Matt. Los demás volved a vuestras casas lo antes posible. Ya pasaremos cuentas mañana. Y el que quiera, que rece por Harry porque está en un terrible aprieto y va a necesitar de toda la ayuda que se le pueda prestar.

– Ten cuidado tú también, Phil -lo aconsejó uno de los tres que iba a marcharse-. A nadie le gusta que alguien de la familia se meta en un lío gordo, pero sucede.

– Lo sé, Stan. Gracias. Preferiría que no comentaseis que acabo de recibir esta llamada, pero lo dejo a vuestro criterio.

Los tres que iban a marcharse intercambiaron miradas de preocupación. Luego, sin hacer más preguntas, fueron a coger sus coches. Ziggy White y Matt McCann se quedaron con Phil. Momentos después, un coche patrulla subió por la rampa de acceso a la casa.

– Oye, Matt, necesito que te quedes con los niños hasta que llegue Gail -le pidió Phil-. Calculo que vendrá sobre las once y media. Yo voy a hablar con los agentes, Ziggy. Después, habré de salir sin que nadie me siga. ¿Se te ocurre alguna idea?

En su época de colegial, White era una verdadero demonio. Igual le daba por saltar desde alturas temerarias como por hurtar cualquier cosa de una tienda por pura diversión. De mayor, había triunfado en el mundo de las finanzas.

– Tranquilo, Phil -dijo White-. Que Matt se esconda mientras estén los agentes aquí. Dices que tu esposa no está y que te has quedado de «canguro» con los niños. Luego, acompañaré a los agentes hasta su coche y hablaré con ellos un rato. Mientras tanto, tú aprovechas para salir por la puerta de atrás. Lleva linterna, pero no la utilices hasta que estés seguro de que no corres peligro. Cuando llegues al fondo del jardín, cruza el arroyuelo. Si quieren sorprenderte, tendrán que intentarlo bastante más lejos, y no aquí, en la puerta. Yo saldré en cuanto se marchen. Iré en dirección a mi casa, pero daré media vuelta al llegar a Maitland. Te esperaré frente a la casa de los Griffin. Están en Inglaterra y no regresarán hasta dentro de unos días. ¿Sabes dónde está, no? De acuerdo entonces. Luego me dejas en cualquier sitio, cerca de mi casa, y sigues con mi coche mientras lo necesites.

* * *

Harry estaba agazapado en unos matorrales, junto al arcén de una carretera comarcal. Aunque la noche no era fría, estaba tan empapado que temblaba. Podía dar gracias a Dios por haber encontrado a Phil en casa. Dar Gracias a Dios, también, porque Phil no vacilara en ayudarlo.

Corbett aguardaba impaciente a que llegase su hermano. No le hacía la menor gracia exponerlo a que lo acusaran de complicidad en un asesinato, pero hasta que no encontrase a Antón Perchek y el medio de detenerlo, seguir en libertad era la única oportunidad realista que tenía.

Tuvieron que solucionar un peliagudo problema: como Harry no sabía exactamente desde dónde había llamado a su hermano y Phil no conocía bien la zona de Fort Lee, tuvieron que optar por una solución muy aventurada. Aprovechando que llevaba mucho dinero encima, Harry trataría de dar con una persona sobornable para que lo llevase hasta un lugar que ambos conocían: una carretera muy poco transitada que pasaba junto a una subcentral eléctrica, relativamente cerca de la casa de Montclair en la que se criaron. Era el lugar al que Harry llevó un día a su hermano menor para iniciarlo en la cerveza y los cigarrillos (aunque luego descubriera que ya hacía tiempo que Phil estaba familiarizado con lo uno y con lo otro).