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– Y lo has conseguido.

– ¡Bah! ¿No ves que me inventaba una inexistente rivalidad? Tú nunca me incitaste a ello. No somos rivales. No lo hemos sido nunca. Se trata de nuestras vidas. Eres mi único hermano y, por tanto, no quiero perderte, Harry.

Este miró a su hermano a los ojos. Era la primera vez que le hablaba así. Se recostó en el mullido respaldo del asiento contiguo al volante.

– ¿Recuerdas aquel día, frente a mi consulta, que me dijiste que no me preocupara, que algo surgiría que me hiciera sentirme más motivado? Pues… para qué te cuento. Ya lo creo que ha surgido, Phil. Ha surgido un monstruo llamado Anton Perchek. Un médico. Y no pienso parar hasta que acabe con él, o él conmigo.

Harry escribió el nombre en un papel y se lo dio a su hermano.

– Si algo me sucede -prosiguió Harry-, quiero que sepas que éste es el hombre que mató a Evie. También ha matado a Caspar Sidonis, a Andy Barlow, que era uno de los pacientes a quien yo más apreciaba… y Dios sabe a cuántos más habrá matado. El FBI sabe quién es, pero dudo que quieran reconocerlo. Me parece que la CÍA lo ha utilizado en alguna ocasión. Pasa por haber muerto hace años, pero tienen una de sus huellas dactilares localizada en la habitación que ocupó Evie en el hospital. La verdad es que ya no me importaba nada, Phil. No sé por qué. Quizá la crisis de los cincuenta… quizá Evie… quizá haber creído durante tanto tiempo en una maldición familiar respecto a mi salud. Pero ahora ha vuelto a importarme todo, Phil. Gracias a ese cabrón de Perchek me ha vuelto a interesar todo. Maura, la mujer para quien es la nota, es una persona extraordinaria, y quiero tener la oportunidad de conocerla mejor. Por consiguiente, no descarto volver a casarme algún día, si no con ella con alguien de su calidad, y tener hijos para hacerte tío.

– Seguro que te los malcriaría. En fin… ¿Adónde piensas ir desde aquí?

– Prefiero no decírtelo. Ya vas a tener que mentirle demasiado a la policía por mi causa.

– Recuerda que, para localizarme, no tienes más que llamar al «busca» a cualquier hora.

– De acuerdo. No te preocupes, Phil, voy a salir con bien de todo esto.

– Estoy seguro. Bueno… Será mejor que nos despidamos ya.

– Dale las gracias a Ziggy en mi nombre, y un beso a Gail y a los niños.

Permanecieron en silencio unos instantes junto a la puerta. Luego, por primera vez desde la muerte de su padre, se abrazaron.

* * *

Rocky Martino, el portero de noche del edificio en el que se encontraba el apartamento de Harry, tenía sobradas razones para dar más cabezadas de la cuenta porque había pasado la noche más larga y tensa de su vida. En pocas horas parecía que medio Manhattan se le hubiese venido encima para acosarlo a preguntas sobre el paradero de Harry Corbett: la policía de Manhattan, la de Nueva Jersey, incluso el FBI… como si fuesen tras un cadáver que se paseaba de un estado a otro.

También lo habían abrumado a preguntas periodistas radiofónicos y varias unidades móviles de canales de TV.

Todo lo que pudo decirles Martino era que no tenía ni idea de cuándo había salido Harry Corbett de casa, ni de cuándo volvería.

Lo único que se calló ante los periodistas, pero que sí le dijo a la policía, fue que Maura Hughes había vuelto al apartamento a las 22.30 y que aún seguía allí. Dos agentes habían subido a hablar con ella y habían permanecido en el apartamento más de una hora.

Por suerte, antes de que la policía se presentase, Rocky comprendió que no tenía la cabeza lo bastante despejada como para afrontar todo aquello. Llamó a Shirley Bowditch, presidenta de la comunidad de propietarios, que se encargó de todo.

Ahora, al fin, Rocky estaba solo. Fue al armario donde tenía su equipo de mantenimiento, justo detrás de la puerta del sótano. En el cajón de abajo, en el fondo de una caja de herramientas, guardaba varios botellines de licores. Eligió uno de vodka Absolut y lo vació de un trago. Era tan fuerte que, aunque lo reconfortase de momento, lo hacía lagrimear.

Cuando regresó al vestíbulo, un hombre alto y ancho de hombros, que llevaba una chaqueta de sport, golpeaba con los nudillos la ventanilla de la conserjería. En la mano izquierda llevaba una placa de la policía.

Rocky se acercó a preguntarle qué deseaba, y el agente se presentó.

– ¿Cómo se llama usted? -preguntó el agente.

– Rocky Martino.

– Necesitamos su colaboración. ¿A qué hora termina su turno?

– A mediodía -contestó Rocky-. Empiezo a las doce de la noche y no acabo hasta las doce del mediodía. Armand Rojas y yo acordamos…

– Eso da igual, Rocky -lo atajó el agente-. Escúcheme bien. Hay una mujer en el apartamento de Harry Corbett que se llama Maura Hughes.

– ¿Y?

– Si necesita un taxi para encontrarse con él… la vamos a llevar nosotros -dijo el agente, que le indicó a Rocky que lo siguiera hasta la puerta y señaló a un taxi, estacionado a unos veinte metros-. Si le pide un taxi, llame a ése. El resto corre de nuestra cuenta.

– Está bien -asintió Rocky, intimidado por la corpulencia y sequedad del agente, que sacó de la cartera un billete de cincuenta dólares y se lo dio-. Haga exactamente lo que le he dicho y… ni una palabra a nadie. Habrá otros cincuenta si lo hace bien.

Rocky se guardó el billete y siguió al agente con la mirada hasta que lo perdió de vista. Luego volvió al armario en el que guardaba la caja de herramientas. Haría lo que el agente le había pedido porque estaba asustado, y porque quería los otros cincuenta dólares. El tipo que una hora antes subió con un sobre para Maura sólo le dio veinte dólares.

Martino vació otro botellín de vodka. Harry Corbett le caía bien, y sentía que tuviese tantos problemas. No obstante, qué demonios, Rocky no tenía ninguna culpa.

El portero volvió al vestíbulo. Eran casi las cinco de la mañana. Tenía dinerito en el bolsillo y un alegre cosquilleo en todo el cuerpo.

A unos cincuenta metros de la entrada aguardaba el taxi. Se frotó las manos al pensar que, de un momento a otro, le caerían otros cincuenta dólares. Nadie podía reprocharle colaborar con la policía, nadie en absoluto.

Capítulo 38

A las cuatro de la madrugada… a las cinco, a las cinco y media… El teléfono del apartamento de Harry sonaba una y otra vez.

Las insólitas circunstancias que rodeaban al «loco del revólver» del CMM y el asesinato de Caspar Sidonis situaban a Harry Corbett en el punto de mira de los medios informativos.

Sentada en el despacho de Harry, Maura seguía las informaciones de los distintos canales de TV. Tenía puesto el contestador para filtrar llamadas.

Sólo al «caso» Simpson y al de Tonya Harding, se les prestaba algo más de atención en los informativos. Cada cinco o diez minutos, las emisoras de radio emitían flashes de última hora y recapitulaciones de lo ocurrido hasta aquellos momentos, mientras que los canales de TV empezaban a emitir reportajes sobre la fecunda vida profesional de Caspar Sidonis.