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El taxi había llegado a Broadway y enfilaba en dirección sur.

– Gire a la derecha -le dijo Maura al taxista, que hizo caso omiso-. ¡Eh! ¡Se ha pasado! ¡Le he dicho que girase a la derecha!

El taxi giró bruscamente a la izquierda, en dirección al parque. A unos cincuenta metros aminoró la velocidad. Maura, que no había dejado de golpear el cristal de separación con los nudillos para llamar la atención del taxista, estaba desconcertada. Pensó en el revólver (lo llevaba en una pequeña bolsa de piel, remetida bajo el pantalón y atada a la cintura), pero intuyó que lo que tenía que hacer era bajar de aquel taxi como fuese.

Justo en el momento en que Maura se decidió a saltar del taxi, se abrió la puerta y un hombre se abalanzó sobre ella. Era muy alto y corpulento. La empujó en el asiento con tal violencia que la estampó contra la otra ventanilla. Maura notó un fuerte golpe junto a la cicatriz de la operación.

Sin aguardar instrucciones, el conductor aceleró en dirección al río.

Maura reconoció de inmediato al monstruo: era el secuaz de Perchek (el que quedó con vida en el Central Park). Maura se revolvió contra él. Intentó arañarle la cara con la mano derecha a la vez que con la izquierda trataba de sacar el revólver. No consiguió clavarle las uñas, pero acertó a darle un puñetazo en la ceja. Bastó un instante para que, al sujetarla él con menos fuerza, Maura empuñase el revólver, le encañonase las costillas y apretase el gatillo.

El revólver no disparó. La única posibilidad que tenía se había ido al garete. El matón le arrebató el arma y le cruzó la cara. La abofeteó con tal violencia que le partió el labio superior y volvió a estamparle la cabeza contra la ventanilla. Maura se venció hacia delante y quedó con la cabeza entre sus muslos.

– El seguro, el seguro -se burló él con voz aflautada-. No se puede disparar la pistolita sin quitarle el seguro.

El matón la agarró del cuello y la obligó a erguirse en el asiento. Ella le escupió y le manchó de sangre la camisa y la cara. El se limpió la mejilla con el dorso de la mano, lentamente pero muy furioso. Luego volvió a golpearla con saña. Maura quedó inconsciente. El matón la arrodilló a viva fuerza y le estampó la cara contra el asiento.

– Buscamos a tu amiguito Corbett.

– No sé dónde está -farfulló Maura, que apenas podía abrir la boca de tanto como le dolía el cuello. Pero no iba a darle la satisfacción de gritar-. No sé dónde está. Ni siquiera sé si está vivo.

El sacó entonces de la bolsa la camisa de Harry y le levantó a Maura la cabeza para mostrársela.

– ¿Y esto qué es? -le espetó.

– Aunque supiera dónde está, no se lo diría.

– Al Doctor le encantará charlar con usted -dijo él a la vez que volvía a estamparle la cara contra el asiento.

* * *

El fugitivo más buscado de todo Nueva York circulaba por las calles de Manhattan en el interior de una enorme caravana. Maniobraba con cuidado para no llamar la atención, procuraba circular sólo por las amplias avenidas, que discurrían de norte a sur. Si se adentraba en cualquiera de las calles perpendiculares a las avenidas, podía encontrarse con algún camión o con un tramo en obras.

Como Harry apenas utilizaba el coche, porque vivía y trabajaba en el centro, no era un conductor muy experto. Si maniobrar con el BMW a veces ya le costaba, hacerlo con una caravana en una calle estrecha, con coches aparcados a ambos lados, podía ser desastroso.

Había fotografías suyas por todas partes. En cuanto le rozase la chapa a un coche y apareciese un agente, lo detendrían. Así de sencillo.

Eran las diez menos diez. Harry iba por Columbus Avenue. Trataba de sincronizar la velocidad para llegar a la calle 56 a las diez en punto. En cuanto Maura estuviese con él en la caravana podrían salir de la ciudad, aparcar y analizar la situación. Había muchas personas que sabían que era inocente o que, por lo menos, creían que lo era. Maura, Tom Hughes, Mary Tobin, Kevin Loomis, Steve Josephson, Doug Atwater, Julia Ransome, Phil, Gail…

Miró la primera hoja del bloc que tenía en el salpicadero. Había escrito todos aquellos nombres casi como un rito. Añadió el de Ray Santana. Tenía muchos amigos, colegas e incluso pacientes a quienes se les haría muy cuesta arriba creerlo culpable de cualquier delito, y mucho menos de asesinato. Pero la cuestión estribaba en saber quiénes estarían, de verdad, dispuestos a jugársela por él.

Juntos, él y Maura, podrían idear algún plan, sobre todo si lograban localizar a Ray Santana que, ciertamente, había contribuido mucho a complicarle las cosas, pero que no era la causa de sus problemas. Sólo con que consiguiera actuar de acuerdo con Kevin Loomis, tendría una buena posibilidad de salir del atolladero, aunque antes de pensar en otra cosa tenía que reunirse con Maura. Luego, ya procuraría hacer algo para que Loomis siguiese con vida. Finalmente, tendría que localizar a Santana. Y todo eso tenía que hacerlo sin caer en manos de la policía.

«Lo primero es lo primero», pensó Harry al recordar el lema que figuraba en los azules banderines de Alcohólicos Anónimos. «Lo primero es lo primero.»

Harry se adentró en la calle 56. Por suerte, no había camiones de reparto, ni tramo en obras, ni coches aparcados en doble fila. Pero… tampoco estaba Maura.

Frente a la entrada del club C.C.'s no había nadie y la puerta tenía toda la pinta de estar cerrada con llave. Harry redujo la velocidad y pensó en bajar un momento a comprobarlo, pero la impaciencia de un automovilista, que tocaba insistentemente la bocina, le ahorró tomar una decisión.

Rodeó por Ámsterdam Avenue y volvió a pasar por la calle 56. Ni rastro de Maura. Llamó a su apartamento y al de Maura, pero en ambos sólo respondieron los contestadores. Tampoco en el club se ponía nadie al teléfono. Al fin, llamó al «busca» de Phil.

– Hola, Harry -dijo su hermano al llamarlo-. Me parece que he oído hablar de ti un poco en la radio y en la televisión.

– Muy gracioso. ¿Qué tal lo llevan Gail y los niños?

– Digamos que volcados en la defensa del buen nombre de la familia. ¿Qué tal estás tú?

– Gracias a ti, todavía libre. Oye, Phil, la nota que te di era para decirle a Maura dónde teníamos que vernos. Pero aquí no aparece nadie. ¿Estás seguro de que se la han entregado?

– Completamente. Esta mañana he hablado con Ziggy. Se la ha entregado en mano a las tres de la madrugada.

– ¡Mierda!

– ¿Puedo hacer algo?

– De momento no. Ya has hecho bastante. Gracias, Phil. Te volveré a llamar cuando pueda.

– Trátame bien la caravana, eh. Le he prometido a Gail pasar un fin de semana en tu hotel rodante. A lo mejor hasta encontramos alguno de tus fajos por ahí tirado.

Harry siguió dando vueltas alrededor del punto de encuentro durante casi una hora, pero no había ni rastro de Maura. No cabía duda de que se había torcido algo. Pidió el número de Kevin Loomis en información y lo llamó a su casa.