– Es Atwater, Kevin -prosiguió Harry-. Doug Atwater, de la Cooperativa de Salud de Manhattan. Él es el… caballero que está detrás de todos los asesinatos, el que manipula a Perchek, el médico de quien le hablé.
– Lo sospechaba. Atwater es Galahad, el caballero encargado de seguridad. Lo he visto antes en las noticias de la televisión.
– Los restantes miembros del grupo han podido participar, pero estoy convencido de que él es el cerebro. Vamos a por él ahora mismo… y a por Perchek.
– Buena suerte.
– Oiga, Kevin, lo he llamado para rogarle que espere a ver cómo termina todo esto. Si los cazamos, necesitaremos el testimonio de usted para procesarlos, pero si no lo conseguimos, los pacientes que corren un grave peligro van a necesitar de usted aún más.
– Yo… No sé por qué me habla en estos términos -dijo Kevin-. Por supuesto que voy a esperar a ver cómo termina todo esto. Les deseo suerte para esta noche. No obstante, ahora perdone, pero he de dejarlo.
– No se rinda, Kevin, porque tiene demasiado que perder. Todos tenemos mucho que perder.
Kevin colgó sin contestar. «¡Maldito Corbett! Claro… ¡como él no tiene hijos!», exclamó para sí Kevin, que abrió el grifo del fregadero. Apenas salía un hilillo de agua.
Loomis llamó a voces a Fred (uno de los vecinos elegidos para que prestasen testimonio en su momento).
– Nos hemos quedado sin presión de agua. ¿Qué puede ser?
Fred se encogió de hombros, aunque dijo:
– Vayamos a echar un vistazo al sótano.
Kevin dejó que abriese la puerta del sótano y pulsase el interruptor de la luz.
– Debe de estar fundida la bombilla -continuó Fred-. O será cosa del interruptor.
Desde abajo les llegaba claramente el murmullo del agua que inundaba el sótano. Kevin le pasó a Fred una linterna. Luego llamó al reverendo Pete Peterson y le dio otra.
– Me parece que esto se ha inundado -dijo Kevin, ya muy nervioso-. Y precisamente tengo las botas de agua ahí abajo. Sujeten la escalera y alúmbrenme. A ver qué pasa…
«A punto de pasar está», pensó Kevin, algo desconcertado ante la idea de que toda su vida desembocase allí dentro de unos instantes.
Bajó con sus dos amigos hasta el sótano. Mientras ellos lo alumbraban, él fue hacia la lavadora, con el agua hasta media espinilla.
– Es el tubo de la lavadora -dijo Kevin desde la oscuridad-. Se ha salido un poco. Alúmbrenlo bien.
Las cosas que creía tan importantes… carecen ahora de sentido…
– Tenga cuidado -dijo Peterson.
– ¿Ven? Ya está. Problema resuelto -anunció Kevin tras ajustar el tubo.
Hago lo debido. Lo mejor para Nancy. Lo mejor para los niños, lo mejor para todos. Perdóname, Dios mío…
Sir Tristán, caballero de la Tabla Redonda, respiró hondo y tocó con la mano la parte de atrás de la secadora. Su cuerpo se quedó rígido. Empezaron a saltar chispas de sus piernas por donde le llegaba el agua. El corazón se le paró de inmediato. Su mano se crispó alrededor del cable.
Kevin Loomis llevaba muerto quince segundos al desplomarse en el inundado sótano.
Capítulo 40
Green Dolphin Street
Estaban aún lejos de la mansión de Atwater cuando Harry oyó la melodía en su interior. Tamborileaba con los dedos en el volante y seguía el ritmo con la cabeza.
Santana lo miró inquisitivamente.
– ¡Ah, la música!… Siempre que estoy excitado recuerdo la misma melodía. A veces, no me doy cuenta de que estoy excitado hasta que la oigo en mi cabeza.
Ray lo miró más inquisitivamente aún. Enmarcado por la grasienta pintura negra, sus ojos parecían irisadas perlas.
– Pues siga con la música, siga.
Fueron en dirección al Hudson, hasta la estrecha y sinuosa carretera del litoral que discurría frente a las mansiones. Harry apagó las luces y redujo la velocidad. No se veían coches por las inmediaciones, ni circulando ni aparcados.
Las casas daban todas al Hudson desde majestuosos altozanos. Estaban rodeadas de frondas y a conveniente distancia de la carretera. Con la lluvia y la oscuridad, era imposible ver más que las luces de las ventanas.
– ¿Seguro que no se ha desorientado, Harry? -preguntó Santana.
– Ya no estoy tan seguro como hace un rato -contestó Harry, que trataba de ver algo a través del parabrisas de la caravana, rítmicamente barrido por aspas anchas como palos de hockey-. Quizá por eso no dejo de oír la condenada melodía.
– Pues déjese de músicas. ¿Cómo demonios va a saber dónde estamos si no se ve nada?
– Busco el muro de cemento del que le hablé.
Y nada más decirlo lo vio: un muro de cemento, de medio metro de ancho, que discurría a lo largo de la carretera hasta perderse de vista. A su derecha, una valla de tela metálica, de casi dos metros de altura, se extendía desde el muro hasta el acantilado. Harry detuvo la caravana tan lejos de la carretera como pudo, paró el motor y señaló hacia la valla.
– Apuesto a que hay otra valla como ésta en el otro lado. La parte de atrás debe de dar al acantilado. De modo que la mansión queda completamente rodeada.
– Buen sitio para liarse a tiros sin que se te escape nadie -dijo Santana.
Ambos, miraron hacia la carretera. No se veía más que la verja de la mansión, a unos cincuenta metros. Santana se alumbró con una linterna sorda y sacó el equipo de las bolsas, un revólver de cañón corto y una semiautomática con silenciador. Harry la reconoció: era la misma que abatió al matón en el Central Park. Llevaban también un rollo de cuerda, cinta aislante, navajas, tenazas, alambre, machetes, potentes linternas y varias cajas de munición.
– Ya sé que sabe manejar un arma -dijo Santana tras darle el revólver y una caja de balas-. De todas formas, es bien fáciclass="underline" concentrarse en el objetivo y disparar.
– … el objetivo y disparar -repitió Harry-. Casi como un anuncio de la Kodak.
– Llene la mochila y prepárese, Harry.
Santana cogió los prismáticos y el rifle, apagó las luces interiores de la caravana, abrió la puerta y bajó. Harry observó al ex agente «legal» de la Brigada de Narcóticos, que corrió con asombrosa agilidad y sigilo hasta el muro de cemento y lo escaló sin aparente esfuerzo. Luego, Ray se puso boca abajo en el borde del muro y miró hacia la casa. Al cabo de unos minutos, regresó junto a Harry.
– Se ve luz en la casa, que no está muy lejos del muro. Incluso se puede ver a través de algunas ventanas. Junto a la verja hay una caseta y un vigilante. No he visto a nadie más.
– ¿No hay perros?