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– Santana desaprovechó la oportunidad, y ya ve cómo ha terminado.

En cuanto llegaron junto a la verja, Harry se asomó a la caseta. No había nadie.

– No te despegues de mí -susurró Harry-. ¿Sigue en el césped ese tipo?

– Sí -contestó ella.

– Bien.

Harry contuvo la respiración y atrajo a Perchek hacia sí. Lo obligó a cruzar la portezuela que se abría en la verja para los peatones.

La caravana estaba donde la dejaron, a cincuenta metros de la entrada.

– Esa caravana es nuestra, Maura. La llave está debajo del neumático derecho, en la parte de atrás. Tú conducirás y yo me encargaré de él. Impresiona, pero no tiene la menor dificultad conducirla. No hay más que poner el motor en marcha y arrancar. Hasta que estemos dentro, no dejes de mirar atrás. Dispara a cualquier cosa que se mueva.

– La última oportunidad -dijo Perchek.

Harry no se molestó en contestar. Toda su atención estaba concentrada en la caravana, a sólo unos diez metros ya.

– ¿Nada por detrás?

– Nada -contestó Maura.

– Ya casi estamos.

Llegaron a la esquina del muro, a apenas tres metros de la caravana. Todo parecía normal.

– Bueno. Tú coge la llave. Te cubriré.

Harry se arrimó a la chapa de la caravana. Maura se agachó junto a él, corrió hasta la parte de atrás del enorme vehículo y metió la mano bajo el neumático derecho. Harry contuvo de nuevo el aliento.

«¡Que esté ahí, Dios mío!», exclamó Harry para sí.

– ¡Ya la tengo! -exclamó Maura, que corrió hacia la puerta del lado del acompañante, la abrió y pasó hasta el lado del volante.

Harry ayudó a subir a Perchek.

– Muy bien, Perchek. Échese en esa litera de…

A Harry no le dio tiempo a terminar la frase ya que alguien había disparado desde lo alto del muro, junto a la verja. La bala perforó la chapa del vehículo, a sólo milímetros de la cabeza de Harry. Antes de que pudiera reaccionar, un segundo disparo lo alcanzó en el brazo.

Corbett dejó escapar un grito y trastabilló hacia atrás. Al llevarse la mano derecha a la herida se le cayó la pistola. Perchek, con las manos atadas a la espalda, saltó como una exhalación y corrió hacia la verja.

Otro disparo dio en la carrocería de la caravana. Maura corrió tras Perchek, que se escabulló por la portezuela de la verja. Luego, disparó tres veces hacia el muro, pero la sombra que asomaba hasta hacía unos instantes ya había desaparecido.

– No es nada -dijo Harry-. Sube a la cabina y arranca. No es una herida grave.

Harry subió tras ella a la cabina y cerró la puerta. Maura arrancó de inmediato y Harry se rasgó la manga del jersey. La bala había perforado el deltoides, un músculo que afectaba al brazo y a la región de la clavícula y del omóplato. Aunque la herida le sangraba, era sangre venosa y no arterial. Podía mover los dedos y el codo, pero el brazo le dolía mucho (tanto como para temer que la herida le hubiese interesado también el húmero). Se vendó la herida con la manga y la anudó con los dientes tan fuertemente como pudo resistir.

Al acelerar Maura y pasar frente a la enorme verja, se encendieron los faros del 4x4 aparcado junto a la caseta.

Harry se maldijo por no haber disparado a los neumáticos del vehículo cuando pasaron junto a él

– Nos persiguen -dijo Harry.

– ¿Hacia dónde voy?

– El río queda a la derecha. Sigue hasta que encuentres un camino, a la izquierda, por el que puedas pasar holgadamente.

– Es que este trasto es enorme, Harry…

– Aumenta la velocidad mientras notes que lo dominas y luego… pisa a fondo -le indicó Harry, que cogió el teléfono y marcó el número de la policía-. ¡Soy el doctor Harry Corbett! Estoy en busca y captura. Vamos en una caravana por la costa de Nueva Jersey, frente a Manhattan. Nos persiguen unos individuos que quieren matarnos. Estamos…

La ventanilla del lado del volante estalló de pronto y cubrió a Maura de añicos de cristal. Instintivamente, ella agachó la cabeza, pero la levantó en seguida y aceleró hasta llegar a los 65 km/h.

– ¿Estás bien? -le preguntó Harry.

– Tengo cortes en la cara y en el brazo pero estoy bien.

Los neumáticos rechinaron al girar ella el volante hacia la izquierda. El vehículo patinó en el mojado asfalto y, de inmediato, notaron que chocaban con algo y oyeron un metálico estrépito.

El bandazo hizo que se abriesen las puertas de los armarios de la caravana. El fax salió despedido de su soporte y fue a estamparse contra una alacena. Las cacerolas, las sartenes y varias latas de conservas cayeron y rodaron hasta la preciosa mesa de comedor, de madera de teca.

– ¿Quieres hacer el favor de ponerte el cinturón de seguridad? -gritó Harry.

– ¡No ves que no puedo soltar el volante!

Harry soltó el teléfono, cogió el revólver de Maura y fue hacia una de las ventanas laterales de la caravana.

– ¡No los veo! -le gritó a Maura, a la que entreveía en la cabina-. ¡A lo mejor los has embestido… y los has metido en la cuneta!

Nada más decirlo, estalló la ventana trasera de la caravana. Harry hizo tres disparos en aquella dirección, a la vez que Maura giraba bruscamente hacia la derecha. Harry perdió el equilibrio y gritó al golpearse el brazo herido con el canto de un mueble.

La colisión con el 4x4 fue en esta ocasión más ostensible y estrepitosa. El todoterreno era más rápido, pero nada tenía que hacer en un «cuerpo a cuerpo» con una Luxor.

– ¿Harry?

– Estoy bien. ¡Me parece que son tres! Perchek va en la parte de detrás. ¡Estoy seguro de que es él!

Con el rugido de ambos motores y el fuerte viento que soplaba, apenas se oían. Iban lanzados cuesta abajo.

– ¡Me voy a salir de la carretera, Harry!

– ¡Intenta meterte por alguna bocacalle, a la izquierda!

– ¡Es que voy a más de noventa! ¡Tendría que reducir a menos de veinte! Espero que no me encuentre con una curva demasiado pronunciada…, o volcaremos.

– ¡Aguanta! ¡Lo estás haciendo fenomenal!

El todoterreno se situó entonces a la altura de la caravana. Varios disparos perforaron el parabrisas por el lado de Maura. Harry apretó el gatillo del revólver, pero sólo oyó un exasperante clic. Sus perseguidores no les daban tregua.

– ¡Cuidado, Maura! -gritó Harry.

Un nuevo disparo dejó el parabrisas como una cristalizada tela de araña. Maura giró a la izquierda.

Sólo la presión del todoterreno evitaba que se saliesen de la carretera.

Harry palpó el asiento del acompañante para ponerse el cinturón de seguridad, pero al ver que ella no lo llevaba, desistió. O los dos, o ninguno.

– ¡Nos han adelantado! ¡Tratan de cortarnos el paso, Harry! -gritó Maura-. ¡Apenas veo a través del parabrisas! ¡Ten cuidado, Harry! ¡Están ahí delante!