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Entonces reparó Harry en que, a unos cuatro metros a su derecha, estaba la escalera que conducía a la planta de la turbina. Fue a gatas hasta allí. Con la mano derecha no podía hacer prácticamente nada. El calor era asfixiante y el aire casi irrespirable. El dolor del pecho no remitía.

Bajó, trastabillando, los peldaños de hierro y fue a parapetarse detrás de la turbina, cuya vibración sometía su cuerpo a una dolorosa tortura.

A cinco metros por encima de él, en la pasarela que partía de la zona del ascensor, Perchek lo buscaba asomado a la barandilla. Quedarse allí con la intención de matarlo era una temeridad, pero estaba claro que la arrogancia y el odio de Perchek se imponían a su sentido común.

Acuclillado detrás de la turbina, Harry quedaba fuera del campo de visión de Perchek. Detrás había otra barandilla de seguridad que daba al nivel inferior.

Bajo el enorme subsótano se oía correr agua (probablemente, bombeada desde el río para refrigerar el vapor de las calderas, después de pasar por la turbina). Harry se preguntó si el conducto por el que el agua volvía al río sería lo bastante ancho para que pasase una persona.

Perchek ya se había situado para cubrir las escaleras que daban a la pasarela. Las escaleras de acceso al nivel inferior eran prácticamente una continuación de las anteriores.

No había modo de que Harry pudiese llegar allí, de manera que siguió parapetado tras la turbina, aunque, justo en aquel momento, lo vio Perchek.

Harry se echó hacia atrás al ver el fogonazo del revólver. El disparo acababa de reventar una cañería a sólo centímetros de su cabeza, y al instante un estruendoso chorro de vapor a presión formó una nube del suelo al techo. La temperatura se elevó rápidamente y el aire se le hizo a Harry aún más irrespirable.

Corbett sabía que no podía llegar a ninguna de las escaleras. Mientras tanto, la nube de vapor rodeaba por completo la turbina. Harry se adentró a rastras por la densa nube y se descolgó bajo la barandilla de seguridad. Los cuatro o cinco metros que había hasta el nivel inferior se le antojaron un insondable abismo, pero no tenía más remedio. Sobreponiéndose al dolor, y agarrado a la barandilla con la única mano que podía hacerlo, afirmó los pies en un reborde y saltó.

Sintió un fuerte dolor al caer y rodar por el suelo; un dolor tan intenso que casi no lo dejaba respirar. Tardó varios segundos en percatarse de que aún podía moverse. Ahora estaba en el nivel inferior del hospital, y debajo no había más que desagües y tierra. La enorme plataforma de hormigón, sobre la que descansaba la turbina, se hallaba en el nivel que Harry acababa de dejar. Entonces vio a sus pies una rejilla de hierro. Se agachó y la examinó. Debía de medir poco más de un metro de lado. Era la entrada de un túnel de unos dos metros y medio de anchura. En la base del túnel, a un metro y medio de donde Harry se encontraba, fluía una rápida corriente: era el agua que, después de refrigerar la turbina, volvía al río.

Junto a la rejilla había un panel con cuatro botones, que permitían abrir o cerrar el paso del agua en ambas direcciones.

La perspectiva de tratar de escapar por aquel túnel no era muy atrayente, pero Harry veía claro que era su única posibilidad. No obstante, si no remitía el dolor, quizá no le diese tiempo a intentarlo.

El vapor no dejaba de fluir a la planta de la turbina. El aparatoso siseo del chorro a presión se oía desde donde Harry estaba. Perchek debía de vigilar la escalera.

De pronto, Corbett comprendió que Perchek tenía un problema. En cuanto bajase la presión del vapor en las conducciones, se dispararía la alarma, lo que obligaría al técnico de la cabina a bajar a ver qué sucedía. Cualquier hombre sensato huiría.

Pero Antón Perchek no estaba precisamente cuerdo.

Harry logró mover un poco la rejilla. Era pesada, pero, de haber podido utilizar normalmente los dos brazos, habría podido quitarla con relativa facilidad. Alzó la vista hacia las escaleras, temeroso de que de un momento a otro Perchek asomase de la nube de vapor. El dolor localizado en el esternón se extendía a su mandíbula y a sus pómulos por puro reflejo. Tras mucho forcejear con la rejilla logró retirarla.

Calculó que la corriente de agua debía de tener algo menos de un metro de profundidad. No era mucho para amortiguar su caída y, además, él estaba débil, aturdido, sudoroso y, probablemente, a punto de tener un infarto. Era poco probable que llegase vivo al río a través del túnel. Sería mejor ocultarse detrás de la plataforma de la turbina porque de un momento a otro tenía que aparecer alguien a ver qué ocurría.

Gateó hasta la base de la plataforma de cemento, justo en el momento en que Perchek salió de la nube de vapor y echó a correr escaleras abajo. Harry se agachó. Perchek no lo había visto.

Al lado de Harry había una carretilla de hierro llena de herramientas. Pensó coger un martillo con la mano izquierda, y aunque era un arma contundente, dudó poder utilizarla con eficacia. De todas maneras, tenía que intentarlo.

Perchek escudriñó por todas partes y se fijó en la boca del túnel. Al no ver la rejilla en su sitio, pensaría que Harry había huido por allí. Perchek pareció desconcertado.

Harry empuñó el martillo y permaneció al acecho mientras Perchek se acuclillaba frente a la boca del túnel, dudoso.

Corbett apenas podía respirar a causa del dolor, y mucho menos, concentrarse. De pronto, Perchek se enderezó, se alejó de la boca del túnel y siguió la búsqueda. Harry maldijo en silencio. Tenía que hacer algo: atacarlo o correr escaleras arriba. Al momento, Perchek volvió a agacharse y a mirar hacia el interior del túnel.

Harry, sin casi darse cuenta de lo que hacía, se irguió y, con las últimas fuerzas que le quedaban, empujó la carretilla y cargó con ella contra Perchek, que al oír el chirrido de las ruedas dio media vuelta.

Demasiado tarde.

La carretilla lo embistió y lo lanzó por la barandilla al agua. Harry se desplomó a su vez jadeante, a punto de perder el conocimiento. Desde allí podía ver a Perchek, que, a gatas, chapoteaba en el agua en busca de su revólver.

Harry sacó fuerzas de flaqueza para moverse. Se arrodilló junto a la rejilla con angustiosa lentitud y volvió a colocarla. Perchek miró hacia la boca del túnel al oír el metálico ruido de la rejilla. Por primera vez, Harry creyó ver pánico en su rostro. Entonces pensó en el panel de control. Si podía interrumpir la corriente de salida, el nivel subiría y le dificultaría a Perchek encontrar el revólver. Cualquier cosa que le hiciera ganar un poco de tiempo merecía la pena.

Trabajosamente, Harry llegó a rastras hasta donde estaba el panel de control, se enderezó y pulsó el botón. Oyó por debajo ruido de engranajes. Cayó de bruces al suelo y se quedó inmóvil, sin apenas poder respirar, ni ver, ni oír.

Pasó un rato. ¿O fue sólo un minuto? ¿O una hora?

De pronto, la rejilla de la boca del túnel se movió. Abrió los ojos y, a través de una gris neblina, vio que Perchek se aferraba desesperadamente a la rejilla y la embestía una y otra vez.

Al cerrar Harry el paso del enorme desagüe, el nivel subió tanto que hizo subir también a Perchek. Sin embargo, pese a no tener apenas dónde afirmar los pies, Perchek era lo bastante fuerte como para retirar la rejilla. En cuestión de segundos habría logrado salir.