– Tranquila. Evie era una experta en preservativos. Están en el cajón de la mesilla de noche. Llevan ahí meses. Creo que la caja está sin abrir.
– Pues la abriremos.
Se besaron con ardor. Él introdujo la mano por sus pantalones, la dejó resbalar hasta las nalgas y la deslizó luego entre los muslos. En seguida notó su humedad. Maura dejó que le acariciase el clítoris todo lo que pudo resistir. Luego, ella le bajó los shorts y lo besó por todo el cuerpo.
– Despacito, Maura -le rogó él-. Estoy… muy desentrenado. Y quiero que dure.
– ¿Quién dice que vamos a dejarlo en el primero? -le susurró ella a la vez que lo ayudaba a bajarle los pantalones.
Completamente desnuda, con su blanquísima piel y su incipiente pelo, resultaba la mujer más sexy que Harry había tenido jamás entre sus brazos.
Ella estaba boca abajo, con las piernas separadas. Harry se arrodilló por detrás y, con las rodillas, le separó un poco más las piernas. Estaba tan excitado y tenía el pene tan erecto que le dolía. Le besó la cara interna de los muslos y le acarició la entrepierna. Ella estaba a punto… muy a punto.
– Por favor, Harry -musitó ella-. Por ahí no. Quiero verte la cara la primera vez. Quiero ver tu maravilloso rostro.
La besó en la nuca y la ayudó a darse la vuelta. Ella levantó las rodillas y atrajo el pene hacia sí.
– No dejes de mirarme -le susurró ella a la vez que lo ayudaba a penetrarla-. Por favor, cariño, no cierres los ojos. Así, espera sólo un poquito. No cierres los ojos. Quiero que veas cómo gozo contigo, cómo me gusta tenerte dentro.
La luz de la mañana se filtraba por los postigos. Sonó el teléfono. Harry no recordaba a qué hora se quedó dormido, pero no podía hacer mucho rato. Habían hecho el amor y, tras descansar un poco, repitieron. Luego se ducharon, comieron un poco y volvieron a hacer el amor.
– Si estás así a los cincuenta… -le dijo Maura, jadeante-, casi me alegro de no haberte conocido a los veinticinco.
– Tú tenías sólo once años.
– Por eso, por eso…
Una hora después, ella le besó las cicatrices de la espalda. Harry ya le había contado lo de Nhatrang.
– Me parece que ya puedes contarme la verdad de lo que sea -dijo ella-. Lo comprenderé. ¿Cómo se llamaba ella?
El teléfono no dejaba de sonar. Harry alargó el brazo para cogerlo y ella se desperezó. El reloj digital de la radio marcaba las 7.50.
– Diga.
– ¿Harry?
– Sí.
– Soy Doug, Harry. Perdone que lo haya despertado.
– Llevo horas despierto.
Maura estaba ya bastante despejada y empezó a hacerle cosquillas a Harry por debajo de la sábana. Él le apartó la mano y apenas logró contener la risa.
– ¿Se puede saber qué pasa, Harry? -preguntó Atwater.
A juzgar por el tenso tono de su voz, estaba claro que no se refería a lo que ocurriera en aquellos momentos en el dormitorio de Harry.
– ¿A qué se refiere? -dijo Harry.
– ¡A los carteles! Por favor, Harry, somos amigos. Le ruego que no se burle de mí.
Harry se incorporó en la cama, sobresaltado. Maura comprendió que había problemas y se incorporó también.
– Pues tiene que creerme, Doug. No sé de qué me habla.
– Han pegado carteles en todos los tablones de anuncios de nuestro hospital y, por lo menos, de otros dos. Carteles con ocho versiones de un retrato-robot del hombre que usted cree que mató a su esposa. Owen está furioso.
Harry masculló por lo bajo y tapó el micrófono del teléfono con la mano.
– Han pegado carteles por todo el hospital. Ha tenido que ser Walter -dijo Harry, que retiró la mano del micrófono para volver a dirigirse a Atwater-. Le juro, Doug, que no ha sido cosa mía, sino de una persona que contratamos para ayudarnos. Le advertí que no lo hiciera, pero, por lo visto, no me ha hecho caso. ¿Hay algo más en los carteles? Me refiero a si sólo es la fotografía o dicen algo.
– Claro que… dicen algo. Escuche, Harry, que no soy imbécil. No me trate como si lo fuera.
– Por favor, Doug, ¿qué dicen?
Harry oyó que Atwater suspiraba para tratar de dominarse.
– Dicen que se busca al hombre de la fotografía por el asesinato de Evelyn DellaRosa y que cualquiera que tenga información lo llame a usted al número de teléfono que acabo de marcar. Se ofrece una recompensa de cincuenta mil dólares por cualquier dato que conduzca a su detención.
– ¿Cuánto?
– Cincuenta mil.
– ¿Cincuenta mil?
– Owen está que se sube por las paredes, Harry.
– Dígale que lo siento. Lo llamaré para explicárselo, y haré que retiren los carteles.
– Es que no se trata sólo de este hospital, Harry. Han llamado de la universidad. Y me temo que haya carteles por todas partes.
– Me ocuparé de ello, Doug. Haré que los retiren.
– ¿Quién ha sido?
– Nadie que usted conozca. Gracias, Doug. Gracias por avisarme.
Harry colgó con cara de circunstancias.
– Tampoco se puede decir que sea alguien que yo conozca de verdad -musitó-. ¿Podrías localizar a tu hermano ahora, Maura?
– Supongo que sí.
– Quiero saber si ha ejercido alguna vez en Nueva York un detective privado llamado Walter Concepción.
Kevin Loomis llamó a las nueve en punto. El contestador había grabado tres mensajes anteriores aquella mañana: uno era de un empleado de mantenimiento del CMM, otro del hospital Universitario y el último del psiquiátrico de Bellevue. Los tres daban cuenta de haber visto al hombre del cartel. Dos de las personas que dejaron mensaje pedían un anticipo de la recompensa prometida, para dar más información.
Harry fue a buscar un bloc a su despacho y anotó los mensajes con la idea de llevar una especie de diario sobre el caso. También programó el contestador para filtrar llamadas.
– ¡Condenado Walter! -exclamó Harry tras oír cada uno de los mensajes.
Loomis lo llamó desde un teléfono público. Se limitó a decirle que estaba dispuesto a verse con él. Lo notaba tenso, pero no excesivamente.
– Lo aguardaré en la esquina sudoeste del cruce entre la Tercera Avenida y la calle 51. Esta noche a las once -dijo Loomis-. Lleve una gorra de béisbol. Lo reconoceré.
Loomis colgó sin darle tiempo a Harry a hacerle ninguna pregunta.
Durante la media hora siguiente se produjeron otras dos llamadas para pedir aclaraciones sobre la recompensa. Contestó Maura, que no creyó que ninguna de las dos llamadas fuese muy prometedora.